Guadalajara 2008: La fiesta de los muertos

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Parada frente al Teatro Diana, del otro lado de la avenida, la vi por primera vez desde mi llegada a la ciudad. La calavera sonriente (todas nos lo parecen), cubierta a los lados por tiras de celuloide de distintos colores, era la imagen de la edición XXIII del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. En una primera impresión, el celuloide hacía de rebozo; las tiras se deshilachaban y entonces parecían mechones. Por efecto de perspectiva, las puntas se adelgazaban. Se habían convertido en serpientes. La señorita del póster podía haber sido una hija de Posadas y Medusa. Casi petrificada, llevaba yo cinco minutos pasmada ante la visión.

Me era familiar –y no. El póster buscaba empalmar discursos de tradición y modernidad: somos los desmadrosos que se ríen de la muerte, y esa irreverencia aún es fuente de creatividad. Pero este noviembre en marzo nos daba una sensación distinta. Los largometrajes mexicanos en competencia iban desvelando un patrón: hablaban de la muerte –propia o ajena, presagiada u ocurrida– como un hecho catalizador. En estas películas no era jocosa ni motivo para celebrar. Provocaba entre sus personajes miedo y desesperanza. Algunos se preguntaban si las cosas no serían mejores en el más allá.

La muerte de esta temporada no se reía con nosotros. Si acaso, se burlaba. Vista desde la distancia, y haciendo parecer diminutas a las personas que salían de la sala, la calavera pelaba los dientes. Y, aún así, cumplía su misión. Era, por así decirlo, la imagen viva de la modernidad.

 

2.

Fiel a su refranería, no hizo distinción de género, raigambre, atributos o edad. La muerte, como Leitmotiv, estuvo presente en dramas, comedias y road movies; en películas de fórmula fácil, en óperas primas (una de ellas brillante) y en el cine de directores jóvenes que ya son reconocidos por su estilo y su visión. Bajo ese mismo criterio –arbitrario y sin hacer distinción– sigue un recorrido por lo malo, lo distinto y lo mejor de la competencia de largometraje de ficción.

De Fernando Sariñana y Carolina Rivera, Enemigos íntimos explora el efecto de la proximidad de la muerte sobre un grupo de personajes. El yuppie que subvalora la vida; la esposa que lo engaña; el hermano escritor y crápula; la madre deteriorada; y el padre que la ha dejado por una jovencita cruel son algunos de los estereotipos que coexisten en una película (y hasta en una habitación). El director usa la cámara en mano como el recurso que elevaría la historia al rango de cinéma vérité y fragmenta la cronología para crear un ensamble coral. Piénsese en Corín Tellado pasada por P.T. Anderson (en su fase Magnolia) y se tiene una telenovela confeccionada para el Festival.

Bajo el nombre de 40 días, la historia de tres mexicanos que recorren por tierra Estados Unidos es un híbrido del entrenamiento visual del director Juan Carlos Martín y el imaginario erudito y mítico del escritor Pablo Soler Frost. El choque de sensibilidades permite que un tema tan proclive al cliché adquiera, contra lo esperado, el atributo de lo atemporal. Para no obviar el hecho de que un road movie es la crónica de un viaje interior, basta decir que, en esta película, una muerte inesperada sella la transformación. Para seguir con la metáfora, la actuación de Andrés Almeida es el vehículo en el que viaja el guión. Interpretando a un escritor perdido en la teoría y acorralado por sus contradicciones, al final redime al gremio y concluye que su misantropía es un obstáculo para la creación.

Un niño planea suicidarse. Lo cuenta en un video que incluye escenas familiares, entrevistas con sus compañeros de escuela y con desconocidos en la calle. Aurora boreal, de Sergio Tovar, se ubica en el 94, año de un magnicidio, un levantamiento armado y una devaluación. Aunque los motivos del protagonista son mucho más personales, los sujetos de las entrevistas comparten su pesimismo. Algunas de las entrevistas son reales; el nihilismo, por lo tanto, también. Más que la premisa, el punto de vista en primera persona es su mayor virtud. Las deficiencias de una grabación amateur –malos encuadres, cámara inestable, y los problemas derivados de la invasión de la privacidad– son replicados a la perfección por el fotógrafo Ricardo Benet.

Conozca la cabeza de Juan Pérez, de Emilio Portes, fue una de las dos comedias (no involuntarias) de la competencia. Para salvar de la quiebra a un circo, el mago concibe un “acto de escapismo” que involucra el robo de la guillotina expuesta en la muestra “Inquisición: Instrumentos de tortura y pena capital”. En un acto de malabarismo, el director balancea dos tonos en apariencia incompatibles: el revival del humor de carpa (Isela Vega interpreta a la adivina del circo) y un lenguaje visual que rinde homenaje al cine de género. Wilder, Hitchcock y Leone son evocados en escenas que hacen parecer naturales los paralelos entre un boulevard de Hollywood y un circo en la colonia Tláhuac.

Portes refresca la idea de lo “surreal mexicano” y compara los gestos del cine con los usos y costumbres de la vida nacional. Obtuvo el merecido premio a la Mejor Ópera Prima del Festival.

La segunda película de Fernando Eimbcke, Lake Tahoe, será disfrutada por quienes reconocen en el director la habilidad de dar significado al silencio, a los cuadros inanimados y a los diálogos en los que no se plantea conflicto o explicación. Todo esto, sin pretensión o distancia: pocas películas como Lake Tahoe exudan tanta emoción. El retrato de un chico que, a lo largo un día, lidia con situaciones banales sirve para ilustrar la manera en que una experiencia trágica altera para siempre la percepción de la realidad. Más que una película sobre la muerte, Lake Tahoe elabora sobre el significado del duelo y las formas de hacer compatible las rutinas de la vida diaria con un dolor tan intenso que paraliza la acción. Ganadora de dos premios en el pasado Festival de Berlín, obtuvo en Guadalajara el premio al Mejor Director.

Los ocho premios otorgados a Desierto adentro, de Rodrigo Plá, fueron la manifestación rotunda del Zeitgeist del Festival. En un tono opresivo y oscuro, esta película narra la historia de un hombre que, en los años de la guerra cristera, pide a un cura que bendiga a su esposa, a punto de dar a luz. La esposa muere y el niño vive. Al día siguiente el sacerdote y el hijo mayor del hombre aparecen colgados de un árbol. La película gira alrededor del aislamiento y autoflagelación del hombre –su desierto adentro– y el infierno que crea para el resto de sus hijos. La sugestión y la culpa acarrean tragedias y refuerzan el mito de la profecía que se cumple por invocación.

 

 3.

En una variante del tema, Brian De Palma presentó en Guadalajara su película más reciente, Redacted. Censurada por incluir fotografías de soldados americanos muertos en Iraq, tiene el halo de polémica que vuelve héroe a cualquier director.

La noche de la proyección, De Palma fue presentado como autor de clásicos. Subió al estrado y agradeció la ovación. Rápido se quitó el traje de director de culto y se puso el de militante comprometido con la verdad: “Los que esperan ver algo como Carrie o Caracortada se van a llevar una decepción.” Falso documental sobre un caso de violación a una niña iraquí, y el asesinato de su familia por parte de soldados americanos, Redacted refiere, según De Palma, “la locura que acaba arrastrando a los soldados americanos en Iraq”. Por la crudeza de sus imágenes, agregó, muchos consideran que es imposible de ver. “Así que abróchense sus cinturones porque les espera un ride.” Dicho esto abandonó el estrado, en medio de otra ovación.

Empecé a entender por qué la crítica –y no sólo la derecha política– acusa a De Palma de efectista o liberal de ocasión. Se apagaron las luces del cine. Nos abrochamos los cinturones.

Redacted no traicionó la ambigüedad de su introducción. Los hechos recreados eran, claro, brutales, pero ilustraban la idea de Truffaut sobre la imposibilidad de hacer cine antibélico: la adrenalina acaba por estimular a los espectadores. La línea delgada que De Palma interpuso entre realidad y ficción fue suficiente para “amortiguar” el impacto y hacer tolerable el horror. Durante el epílogo de la película –una serie de fotografías reales de iraquíes muertos, fondeada con música para exacerbar la emoción– pensé en Carrie y Caracortada y en sus finales apoteósicos. Redacted, en esa medida, no era una “decepción”.

La gente abandonaba la sala y, a la vez que lamentaba la guerra, hacía planes para coincidir en la fiesta que seguía a la función. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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