“Everybody loves you, nobody likes you, and that´s the loneliest feeling in the world”. – BoJack Horseman
La fama, ya nos lo advertían John Lennon y David Bowie en 1978, es algo peligroso: no sólo convierte a las personas más ecuánimes en bestias sedientas de aplausos, sino que también los torna en criaturas mezquinas y llenas de rencor. La desesperación por atraer los reflectores es peor en el Hollywood actual, un espacio físico y mental repleto de celebridades, pero carente de estrellas. Los proverbiales 15 minutos warholianos se han reducido a escándalos que captan la atención por ciclos no mayores a 24 horas; a migajas cuya única función es alimentar a las pirañas eternamente hambrientas de las redes sociales. Todos son famosos, todos viven “en público” y casi todos son desechables, en especial cuando su carrera se estanca auxiliada por los vicios propios del estrellato: drogas, excesos, malas decisiones, egolatría. Existe, claro, la posibilidad del “regreso”, el anhelado comeback: el renacimiento de una celebridad cuya caída en desgracia es redimida por una actuación soberbia en la coyuntura ideal. Hollywood ama los comebacks, pues constituyen la narrativa perfecta para justificar la lógica aspiracional que anima al mundo del entretenimiento. “No importa qué tan bajo hayas caído, si no pierdes la fe y lo deseas realmente, nunca es tarde para alcanzar tu sueño”. El regreso de Robert Downey Jr. es la madre de todos los comebacks: un exdrogadicto y otrora presidiario que se transformó en la piedra angular de los estudios Marvel, la máquina de dinero del imperio Disney. Desafortunadamente, la mayoría de los grandes regresos se acerca más a la trayectoria de Mickey Rourke que a la del “Hombre de hierro”: figuras que experimentan un intenso y breve renacimiento -nominación al Oscar incluida – para regresar en cuestión de meses al olvido y los papeles mediocres. El verdadero enemigo de estas celebridades no es Hollywood y sus vacíos, sino ellos mismos: una vez que obtienen la admiración y el respeto que deseaban, no saben qué hacer con ellos. Palabras más, palabras menos, descubren una verdad esencial: nunca aprendieron a crecer.
BoJack Horseman, serie animada creada por Raphael Bob-Waksberg, lidia precisamente con esta paradoja. El programa narra las vicisitudes de un caballo que lucha por mantenerse vigente después de haber experimentado el éxito gracias a Horsin’ around, una sitcom de medio pelo producida en los noventa. Tras la cancelación del show, BoJack se aísla en una mansión ubicada en las colinas de Hollywood, donde vive con Todd Chávez, un veinteañero drogadicto que se queda a dormir en el sofá tras una fiesta orgiástica de Horseman. Todd es la pieza central del círculo afectivo de BoJack, compuesto por Diane (amor platónico), la gata Miss Carolyn (exnovia y representante) y Mister Peanutbutter, un noble perro que funciona como doble opuesto de Horseman. Eventualmente, Peanutbutter, también actor, se casará con Diane, lo que conflictuará su relación con BoJack, quien siempre ha visto con recelo al can. BoJack vive al borde de una crisis nerviosa: alcohólico y paranoico, ansía volver a ser la estrella que una vez fue, por lo que accede a colaborar con Diane en una biografía.
Lejos de ser el panegírico que Horseman deseaba, Diane escribe el retrato de un ser fallido, triste y egoísta que no puede dejar de hacer el ridículo. Para sorpresa de todos, el libro se convierte en un bestseller que le abre las puertas a BoJack para filmar Secretariat, una película sobre un caballo de carreras cuyo tono sensiblero y motivacional lo coloca en la carrera del Oscar. BoJack nunca deja de sentirse solo y miserable. La relación entre este estancamiento existencial y la fama es expresada con maestría en un diálogo de Yesterdayland (S02E02), cuando Diane y una productora discuten la falta de madurez de BoJack:
—(Bojack) se hizo famoso en sus veintes, así que estará atascado por siempre en sus veintes. Después de que te vuelves famoso, dejas de crecer. No lo necesitas. Todas las celebridades se estancan en una edad.
—Me alegra que nunca me volví famosa. Vaya, escribí un libro bestseller (la biografía de BoJack), pero no soy realmente famosa.
—No sólo pasa cuando te vuelves famosa. Tu edad de estancamiento se fija cuando paras de crecer. Para la mayoría, el estancamiento sucede cuando te casas o adoptas una rutina. Conoces a alguien que te ama incondicionalmente, nunca te reta o quieres que cambies, y entonces dejas de crecer.
—Bueno, pero eso le pasa más a la gente famosa, ¿cierto?
BoJack Horseman reimagina a Hollywood como un universo donde humanos y animales antropomorfos conviven en un limbo donde la única moneda de cambio es el grado de celebridad con el que se cuenta. Estructurada en temporadas de 12 capítulos de menos de 30 minutos, la serie es un desfile alucinado y alucinante de gags visuales que van de lo ocurrente a lo genial. Gracias al inventivo trabajo de Lisa Hanawalt, responsable del diseño general, el director Mike Hollingsworth y la productora House Machine, toda la cultura pop de años recientes habita “animalizada” en BoJack Horseman, al punto en que es prácticamente imposible captar todas las referencias en una sola vista. A contracorriente de lo que suele suceder con varios productos “meta”, el programa rara vez cae en la trampa de regodearse en su divertida propuesta conceptual. Ajena a la carcajada, BoJack Horseman es una comedia melancólica donde el humor siempre conlleva altas dosis de desolación.
“Toma mucho tiempo saber que eres infeliz”, dice uno de los personajes en la tercera temporada. En el caso BoJack Horseman, a veces toma demasiado. La miseria es, con frecuencia, desesperante. Por momentos el programa luce demasiado ensimismado en su tristeza, sin mayor impulso narrativo. Vale la pena esperar. En Fish Out Of Water (S03E04), Bojack viaja a un festival de cine submarino para promover Secretariat entre los peces y demás comunidad oceánica. Horseman debe usar equipo de buceo, lo que en apariencia le impide comunicarse verbalmente. La sensación de aislamiento lo llevará a reflexionar sobre la importancia de las relaciones que ha construido en su vida, así como de las que ha perdido y aún le faltan por edificar (como la paternidad, por ejemplo). Casi desprovisto de diálogo y de ejecución chaplinesca, el episodio es un homenaje a Perdidos en Tokio (otra narrativa sobre un actor que pierde el rumbo en una tierra donde nadie lo entiende), a la vez que es una broma de punchline demoledor y quizá la animación televisiva más memorable sobre la paternidad desde A Bear For Punishment (1951), de Chuck Jones. También es un milagro emotivo y entrañable capaz de convencer al detractor más escéptico. La cuarta temporada de BoJack Horseman se estrena en Netflix el próximo 8 de septiembre. Ojalá cuente con episodios del nivel de Fish Out of Water. Ese sí sería un regreso digno de celebrarse.
Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.