La tiranía del spoiler

¿Nos preocupa demasiado que nos arruinen una película o una serie con un spoiler?
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Aunque la palabra es antigua y data del siglo XVI, el spoiler, entendido como ese dato que “arruina” —derivado, naturalmente, del verbo spoil— la trama de una obra, no aparece sino hasta 1971. Con todo, su uso durante los siguientes treinta años fue más bien irregular, disperso; fue en 2005 que Roger Ebert lanzó su texto ‘Critics have no right to play spoiler’. Aunque luego su argumentación termina yéndose por otros senderos, el enunciado en el que podría condensarse su postura en torno al spoiler es el siguiente:

“The characters in movies do not always do what we would do. Sometimes they make choices that offend us. That is their right. It is our right to disagree with them. It is not our right, however, to destroy for others the experience of being as surprised by those choices as we were.”

Años más tarde, entre la llegada del internet  a un número masivo de hogares —que puso al alcance de millones las series de todo el mundo— y el refinamiento de la misma producción televisiva —con cada vez mayores tendencias a lo “cinematográfico”—, el spoiler es rey de la reseña y dictador del recap. Se han escrito numerosas diatribas al respecto; se han dado unfollows y blocks en twitter; se han mentado madres y cerrado cuentas.

Su proliferación parece ser producto de la sobrepoblación de cierto espectador más interesado en qué se cuenta que en cómo se cuenta. Por supuesto, la trama importa. Negarlo sería de necios. Pero no es, de ninguna forma, lo más importante. Es tan solo uno de los posibles niveles de lectura de una obra cinematográfica. «Because films can express so many ideas and emotions simultaneously, viewers are sometimes overwhelmed by the sheer density of information they’re bombarded with», dice Louis Giannnetti al inicio de Understanding Movies. Frecuentemente, este bombardeo deriva en que el espectador (incluyendo al crítico) se concentre en solo uno de los elementos posibles: la cinematografía, el score, las actuaciones, el estilo o, como suele suceder con frecuencia, en la trama. Ninguno de estos elementos (sin contar los otros que sea posible añadir) es más importante que el otro, sino que, por el contrario, cada uno de ellos colabora en la totalidad de la obra. Acaso por ser más “visible” que los otros, tal vez porque parece que sin ella no existe la obra, la trama y sus detalles ocupan un lugar central en la apreciación del espectador. Y cuando uno de estos detalles le es relevado, accidental o intencionalmente, más de un lector monta en cólera.

El problema es que esto es, en más de una ocasión, una negación incluso del mismo espíritu de la narrativa cinematográfica: ¿no muchas películas nos cuentan prácticamente la misma historia, concentrando su interés no en el punto A ni en el punto B sino en la trayectoria que se describe para llegar de uno a otro? Qué importa más: ¿que al final de Ciudadano Kane la palabra Rosebud remita a su trineo, o la forma en que llegamos a esa conclusión? La palabra escrita nunca podrá transmitir de forma fidedigna la sensación de asombro que provoca la imagen en movimiento del cine: es imposible revelarla de forma cabal, no se puede arruinar esa sorpresa por la sencilla razón de que se está hablando de dos lenguajes radicalmente distintos. Centrarse en un spoiler como si fuera la única parte vital de una obra es quedarse tan solo en un nivel de la narración: lo que sucede en una historia es apenas un pretexto para ver cómo sucede. Es común que las críticas de cómic y literatura contengan citas literales —entendidas como viñetas o frases de la obra en cuestión—, pero no es tan común que las críticas de cine hagan lo propio. Una buena parte de la crítica cinematográfica ha doblado las manos: es común ver a un reseñista anunciar su texto, orgullosamente, como una “reseña libre de spoilers”. ¿Cuál será el orgullo en hablar de una cosa hablando sólo parcialmente de ella? La tiranía del spoiler —la tiranía, también, del clic del espectador que teme a las revelaciones— parece ganar más terreno a cada día que pasa.

¿Qué queda frente a esta dictadura, entonces? Nada, por supuesto: un solo hombre significa muy poco ante el colectivo rumbo de los tiempos. Con todo, una cosa queda: no ceder en el rigor de la lectura; no limitar el alcance del análisis por un puñado de visitas o por la simpatía de un grupo de lectores. La trinchera del crítico contra la superficialidad del spoiler es también la única de su oficio: hacer crítica sin concesiones. ~

 

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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