Una de las constantes del Festival Internacional de Cine de Morelia es la programación de películas que han sido reconocidas en los festivales más importantes del mundo, en particular en Cannes. Sin falta, uno de los platos fuertes del evento es la ganadora de la Palma de oro, que este año se llevó La vie d’Adèle (2013) de Abdellatif Kechiche, y que también en la capital michoacana recibió comentarios elogiosos. No menos celebrada fue Inside Llewyn Davis (2013), la más reciente entrega de Ethan y Joel Coen, que obtuvo en el mencionado festival francés el Gran premio del jurado. Este año, además, se proyectó la cinta que se llevó el Oso de oro en Berlín, la rumana La postura del hijo (Pozitia copilului, 2013) de Calin Peter Netzer. Sin duda, las tres están entre lo mejor de la ficción que programó el FICM.
La edición de este año, además, congregó tres documentales que dieron mucho material para el comentario: The Act of Killing (2012), The Spirit of ‘45 (2013) y La maison de la radio (2013). El que más ruido ha hecho es el primero: sus dos horas y media alcanzan para hacer historia. El segundo es una propuesta hasta cierto punto romántica y ofrece elementos para concluir que, en lo que respecta al status quo británico, tiempos pasados fueron mejores. El último registra la cotidianidad de un grande de la radio mundial.
Ficción
La vie d’Adèle, el sexto largometraje del francés de origen tunecino Abdellatif Kechiche, se inspira libremente en la novela gráfica Azul es el color más cálido de Julie Maroh, que a su vez hace referencia, al inicio, a la novela La vie de Marianne de Pierre de Marivaux. En los primeros minutos Adèle (Adèle Exarchopoulos) lee con sus compañeros de clase dicha obra, en la que se describe el encuentro fugaz de la protagonista y un joven, evento que a ella “le dejó un hueco en el corazón”. El maestro pregunta qué quiere decir esta frase. La cinta ensaya una respuesta en la experiencia de la protagonista, quien es empujada por sus amistades a iniciar una relación con un joven que asiste a la misma escuela. Ella cumple dichas expectativas, pero el coup de foudre (el flechazo) se presenta cuando se cruza con Emma (Lea Seydoux) en la calle. Más tarde ambas inician una relación apasionada y apasionante, a la que resulta difícil permanecer indiferente. Kechiche asume riesgos memorables y consigue momentos de gran intensidad (mención aparte merece el largo coito que, registrado con lujo de detalles, escenifican Adèle y Lea). Propone un acercamiento epidérmico a la vida de Adèle a partir del uso frecuente del close up y la cámara en mano, recursos que hacen sensible al espectador el abanico de emociones que experimenta el personaje principal, y que va de la angustia y la zozobra al paroxismo. Si bien es cierto que el tema pasa por la definición sexual de la protagonista, el alcance es más amplio, pues aborda la insatisfacción crónica (¿el gran vacío del corazón?) y los límites de la dependencia del otro (o, en este caso, de la otra).
La postura del hijo recoge los sinsabores de una adinerada mujer madura que se queja constantemente de la indiferencia que su único hijo le manifiesta. La relación entre ambos vive momentos de tensión cuando él comete una imprudencia al volante: atropella y mata a un joven en la carretera. Entonces ella recurre a sus conocidos para evitar que castiguen a su vástago. Calin Peter Netzer exhibe a la clase alta rumana y sus prácticas prepotentes, como recurrir a las influencias para evadir las responsabilidades de sus actos y pasar por encima de la ley. Como Kechiche, Netzer también utiliza la cámara en mano, pero se instala a distancia de lo que graba. Con una iluminación naturalista, además, concede a sus imágenes un tono realista. El estilo contribuye a hacer el esbozo de una burguesía que no es discreta y tampoco tiene encanto alguno. Como a menudo sucede con las cintas que nos llegan de Rumania (como 4 meses, 3 semanas, 2 días o La muerte del señor Lazarescu), La postura del hijo posee un afán crítico que desnuda un status quo injusto, en el que se hace evidente la indiferencia por los demás y la corrupción es asunto corriente. Al final, no obstante, deja entrever que el dolor y la muerte pueden ser una posibilidad de reconciliación social.
En Inside Llewyn Davis los Coen vuelven a perfilar a uno de esos personajes grises que abundan en su filmografía. Para ello regresan a 1961 y dan cuenta de los contratiempos que vive Llewyn Davis, un cantautor folk que busca hacer carrera en el neoyorquino Greenwich Village. No tiene casa y duerme en el sofá de amigos y conocidos; es tan torpe como insensible e irresponsable. Sus canciones tienen pocas posibilidades comerciales; sin embargo, no canta tan mal, y desde el escenario prodiga cierta calidez. Ethan y Joel conciben una especie de sátira del folk y sus leyendas; plantean situaciones extrañas y las abordan con valiosas dosis de humor, gracias a lo cual los traspiés de Davis se inscriben en un ridículo gozoso. A ello contribuye de forma importante el desempeño del actor y cantante de origen guatemalteco Oscar Isaac, quien da imagen y voz al personaje principal y no desentona en la galería de freaks de los realizadores, en la que figuran, entre otros, John Turturro y George Clooney. Inside Llewyn Davis alberga pasajes apasionantes y cambios de tono apreciables, pero se ubica por debajo de las mejores entregas del tándem: no es una película menor, pero tampoco alcanza las alturas de Fargo (1996) o No Country for Old Men (2007).
Documental
En los créditos del documental The Act of Killing llaman la atención algunas cosas: entre los productores aparecen dos íconos del género –Werner Herzog y Errol Morris–; en la realización figuran Joshua Oppenheimer, Christine Cynn y un tercer director cuyo nombre se omite, como el de muchos de los involucrados en otros roles, quienes también prefirieron permanecer en el anonimato. Lo expuesto en la cinta explica el interés de los primeros y la decisión –por precaución, probablemente– de los segundos, pues sigue a un grupo de personajes siniestros que ascendieron a mediados de los años sesenta en Indonesia, cuando el ejército tomó el poder y convocó a un grupo de gángsters –que hasta entonces se dedicaban a revender boletos para el cine– y miembros de una organización paramilitar. Todos ellos colaboraron en la muerte de una cantidad impresionante de “comunistas” (más de un millón de personas en menos de un año), categoría en la que cabían obreros, maestros, intelectuales y chinos. Oppenheimer acompaña en particular a un verdugo, Anwar Congo, y a algunos de sus compañeros, quienes, a su vez, están realizando una película de ficción en la que ellos mismos protagonizan la recreación de las atrocidades en las que participaron. Y entre los aspectos que merecen atención están los modelos a partir de los cuales los asesinos buscan ser representados, pues todos surgen del cine norteamericano: lo mismo del cine negro que del western y hasta del musical. Sutilmente, los documentalistas exhiben la buena conciencia de algunos, las pesadillas de Congo. Al seguirlos en su cotidianidad y en el rodaje se impone el asombro ante el cinismo y la estulticia de las “estrellas” de la película, que sólo en raros momentos parecen tener conciencia de las atrocidades que llevaron a cabo.
Nada mejor para concluir el comentario sobre este documental que las palabras de Herzog y Morris, que aparecen en la página web de la cinta. El primero asevera que “no había visto una película tan poderosa, surrealista y aterradora en al menos una década… sin precedentes en la historia del cine”. El segundo: “Como todos los grandes documentales The Act of Killing exige otra forma de ver la realidad. Comienza como un paisaje onírico, un intento para permitir a los perpetradores recrear lo que hicieron, y entonces algo verdaderamente asombroso sucede. El sueño se disuelve en una pesadilla y luego en una realidad amarga. Una película asombrosa e impresionante.”
En The Spirit of ’45 (2013) Ken Loach vuelve sobre una de las constantes de sus ficciones: la denuncia de la debacle que ha sufrido la clase trabajadora a causa de las políticas neoliberales que tuvieron su auge en la época de Margaret Thatcher y son aún vigentes. Pero antes desarrolla, en riguroso blanco y negro, aquello a lo que alude el título. Para ese fin reúne los testimonios de una serie de personas (trabajadores, en su mayoría) que vivieron directa o indirectamente los cambios que experimentó Inglaterra al final de la segunda guerra mundial. Todos ellos explican el ánimo que impulsó a la gente a dejar atrás la pobreza que caracterizó a los años treinta. Dan cuenta de la debacle de los conservadores y la emergencia del partido laborista, que impulsó una serie de medidas económicas de carácter social. En particular rescatan las nacionalizaciones que tuvieron lugar a lo largo de casi dos décadas: las minas, la energía. Subrayan el empuje de los sindicatos y los logros de la reconstrucción que emprendió el Estado, que hizo posible que la gente habitara casas decentes que rentaba al gobierno. Este paisaje idílico sufrió un giro indeseable cuando regresaron los conservadores al poder (con la dama arriba citada) y privatizaron la mayor parte de las empresas que manejaba el estado. Actualmente, nos muestra Loach, se ofrece una resistencia generalizada para no que siga ese camino el sistema de salud, del cual todos los entrevistados se sienten orgullosos.
Loach propone una estrategia similar a la que utilizó en el cortometraje que realizó para la película 11’09’’01 September 11 (2002), en la que alterna los testimonios de sus personajes (en ese caso, uno solo: el chileno Vladimir Vega o, como firma en la cinta, “Pablo”) con material de archivo. Aquí congrega pasajes festivos de la posguerra, imágenes de las ruinas en las que quedó el país y fragmentos de discursos políticos o actos en los que aparecen funcionarios de la época y los alterna con los apuntes que hacen sus entrevistados, entre los que no faltan especialistas en diversos temas.
En The Spirit of ’45 aparece Loach en esencia; confirma que es uno de los últimos románticos del séptimo arte. La cinta permite suponer que no está solo: jóvenes y viejos, siguen en pie de lucha para defender los logros sociales. Más que el afán de nostalgia se hace un llamado a recuperar políticas que apuesten por el bienestar de la gente antes que por los beneficios económicos de la iniciativa privada. Loach deja claro que el espíritu del 45 sigue vivo… por el bien de todos.
La maison de la radio(2013) es la más reciente entrega del francés Nicolas Philibert, responsable de Être et avoir (2002) y Retour en Normandie (2007), entre otros. La casa del radio que da título al documental es el edificio que alberga las estaciones de Radio France, ubicado cerca del río Sena y de la Torre Eiffel. El realizador concibe un acercamiento que tiene como objetivo justamente documentar las actividades y dar rostro a las voces y músicas que participan en la programación. Más que reunir los testimonios de productores, locutores, analistas y técnicos, éstos son registrados durante su actividad cotidiana, y a partir de ello es posible hacerse un mapa de la labor de esta institución.
Philibert entrega una serie de piezas e invita al espectador a armar el rompecabezas. Éste dejaría ver el tipo de empresa que es Radio France, los estilos de trabajo de quienes ahí coinciden y la repercusión de su actividad (en Francia y en el mundo). A lo largo de sus 100 minutos de duración se esboza una institución que tiende un puente entre la información que se genera en los más distantes rincones del orbe (y un amplio abanico de producciones ahí realizadas) y los radioescuchas, y es posible observar por qué es indispensable ocuparse de Radio France cuando se hace un mapa de la cultura francesa.