Es muy curioso el destino de Marivaux, alguna de cuyas comedias y novelas han sido llevadas a la pantalla pero cuyo mayor timbre de gloria fílmica es el influjo ejercido en cineastas que se dejan impregnar por él sin reconocerlo, y uno de ellos, hasta ahora el más marivaudiano de la historia, incluso negándole. El que le negó (en una entrevista de la televisión francesa) es, naturalmente, Éric Rohmer; buena parte de su filmografía, y no solo las Comedias y proverbios, está inspirada por la profunda ligereza y la ingeniosa verbalización de los sentimientos propias de Marivaux, pero todo artista es dueño tanto de elegir sus paternidades como de angustiarse por ellas y rechazarlas. Nosotros, lectores y espectadores independientes, nos quedamos con la libertad de decidir. Otro gran director que ha leído bien al comediógrafo dieciochesco es Jacques Rivette, que toma de él la locuacidad, la travesura galante y la melancolía inexplicable. Y desde hace diez años está en primera fila del marivaudismo internacional el tunecino de origen Abdellatif Kechiche, que no esconde sus fuentes.
No he visto las demás adaptaciones al cine de obras de este autor, para mi gusto uno de los genios de la comedia dramática de todos los tiempos, con el mismo rango de Shakespeare, Calderón o Goldoni. Se hizo en Francia en la lejana fecha de 1968 una película sobre su comedia La double inconstance, y un cineasta muy solvente, Benoît Jacquot, es autor de sendas películas tomadas de La fausse suivante y, curiosamente, de la novela inacabada La vie de Marianne que inspira La vida de Adèle. Siento en particular no conocer la que en el año 2001 llevó a cabo la interesante guionista y directora intermitente Clare Peploe, esposa y colaboradora de Bernardo Bertolucci. Peploe filmó El triunfo del amor, una comedia bajo cuyo banal título se esconden una obra maestra absoluta y un personaje femenino, Léonide, princesa de Esparta, que está entre los más sutiles e inteligentes que se han escrito para el teatro; lo interpretaba nada menos que Mira Sorvino, al lado de Ben Kingsley y Fiona Shaw, pero el filme no tuvo ningún éxito, y apenas se difundió. Sueño con verlo.
En el año 2003 Kechiche, después de un debut brillante con La faute à Voltaire (Poesía y juventud), no estrenada en España, hizo L’ésquive (La escurridiza), en la que un grupo de chicos y chicas de un instituto suburbial mezclaba en sus rutinas estudiantiles y en su vida erótica el texto de la pieza quizá más conocida de Marivaux, El juego del amor y del azar, que los alumnos ensayaban para una representación escolar. Aparte de la presencia seminal del citado escritor, La escurridiza comparte con La vida de Adèle el método de filmación en planos aparentemente poco elaborados, muy pegada la cámara al rostro de los intérpretes, y una gran dependencia de los diálogos, en ambos casos (y en las demás películas de Kechiche) caracterizados por el predominio del argot. La vida de Adèle, basada más que en el argumento en los motivos esenciales de la extensa novela La vie de Marianne (una de las dos, y ambas inacabadas, que dejó Marivaux), toma sin embargo como referencia más inmediata un cómic (o novela gráfica, como ahora se les llama grandiosamente) de la dibujante francesa Julie Maroh, que naturalmente desconozco. Maroh es una lesbiana militante, que ha lamentado, con motivo del enorme éxito de la película y su resonancia internacional tras ganar la Palma de Oro del último festival de Cannes, que en el set donde se rodaba “faltasen lesbianas”, aunque de modo muy honesto confiesa también en su blog que al vender sus derechos a Kechiche le vendió el de la traición necesaria o inevitable. Otra implicada en el rodaje, la actriz Léa Seydoux, que interpreta el papel de Emma, denunció junto a algunos miembros del equipo técnico las condiciones dictatoriales impuestas por el director. También ese derecho, me temo, se vende cuando uno firma un contrato en el cine. Y si no, que se lo digan a Fritz Lang, a Hitchcock, a Kubrick o a Almodóvar, grandes artistas de la narración en imágenes y del látigo.
Hablemos de los resultados de todo ese nudo de componentes y contingencias, la obra magistral y siempre apasionante a lo largo de sus tres horas de metraje que es La vida de Adèle, una película que combina con un arte en este caso especialmente refinado el marco literario y el contenido sensual de los seres elementales o muy jóvenes en los que suele ir a fijar su mirada Kechiche. La literatura no solo proviene de Marivaux, del que se cita en las primeras imágenes de la escuela una frase de la novela, la búsqueda de “aquello que le falta al corazón”. La frase y la búsqueda constituyen el lema y el leitmotiv del relato fílmico, que discurre, como es natural tras un pronunciamiento poético tan enigmático, por los senderos de la ambigüedad y el claroscuro. Hay más insinuaciones literarias: Sartre, que llega casi a ser un personaje ausente, Francis Ponge, Alain Bosquet. Qué gusto que un director tan específicamente cinematográfico introduzca tan bien la prosa y la poesía.
La vida de Adèle procede desde lo general a lo particular, y fascina tanto en la esfera amorosa como en el leve pero elocuente trazo de los fondos sociales: la política de los grupos de poder sexual en la adolescencia (la escena del acoso a Adèle en el patio del colegio), la verborrea del establishment artístico, las familias. Son inolvidables y están maravillosamente escritas las dos cenas de las enamoradas con los padres respectivos: nunca, desde Espartaco y La quimera del oro de Chaplin, se ha sacado tanto partido metafórico a los moluscos y al spaghetti. La media hora final trasciende la anecdótica de los compartimientos estancos de la sexualidad; a esas alturas ya no importa, después de haber mostrado antes las vejaciones que la homosexualidad sigue produciendo, que las amantes sean dos mujeres. Adèle (extraordinaria Adèle Exarchopoulos) sola en el parvulario, rodeada de juguetes; Adèle tendida en el banco del parque donde coqueteó con Emma; Adèle besándole la mano frenéticamente a su amante, que ya no la ama. Tres instancias conmovedoras del sentimiento global de la pérdida y el abandono. ~
Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
más reciente es 'El tercer siglo. 20 años de
cine contemporáneo' (Cátedra, 2021).