Si
le das a escoger a un niño entre oír el cuento del
conejito que recogía margaritas y el de un duende que devoraba
niños, siempre te va a pedir el del duende que devoraba
niños.” El pasado 8 de diciembre, día del estreno en
Estados Unidos de la película Apocalypto,
el director Mel Gibson le explicaba a la periodista Diane Sawyer por
qué creía que su fábula de indígenas
precolombinos despertaría el interés de un público
internacional. “Nos fascinan los temas del miedo –dijo Gibson–
y tenemos el deseo de enfrentarlos desde un lugar inconsciente.”
Pero los miedos que se describen en Apocalypto,
preguntó, cizañera, Sawyer, ¿son los miedos de
quién?
“Caray, pues son los miedos de la mayoría de la gente”,
contestó el director. De inmediato avistó el camino por
el que la periodista lo intentaba arrastrar. “Probablemente muchos
de esos miedos son míos”, dijo, y así canceló
de tajo el manoseo del gato al ratón, herido y zarandeado
algunas semanas antes, en ese mismo espacio, todo en televisión
nacional. El 12 y 13 de octubre, Sawyer lo había interrogado a
propósito de su recaída alcohólica y del
escándalo que generó. A su regreso de una fiesta, un
policía detuvo a Gibson por exceso de velocidad. Envalentonado
y borracho, éste dijo que Malibú era suyo, que una de
las policías tenía “tetas de azúcar”, y que
los judíos eran los responsables de todas las guerras del
mundo. La frase causó enojo –y cierta satisfacción:
se trataba del proverbial borracho que por fin reconocía su
verdad. Con una mueca de piedad y asco, Sawyer le preguntó si
había bebido directo de la botella de tequila; si habría
dicho lo mismo de haberlo arrestado un policía negro, cómo
se había atrevido a mirar al día siguiente a sus hijos,
y qué tan larga era la lista de disculpas que le faltaba por
ofrecer. “Y es que el alcohol –remató Sawyer– no hace
más que revelar lo que uno realmente
es.” Gibson, en fin, se dejó martirizar, y encima le
concedió a Sawyer una segunda entrevista. Esto tuvo que ver
menos con su ultracatolicismo que con el hecho de que abc, la cadena
que transmite el noticiero de Sawyer, pertenece al corporativo
Disney. Y Disney es la empresa que distribuiría Apocalypto.
Nada
de lo que pasó entonces tendría relevancia aquí,
si a estas alturas el Mel Gibson director no caminara bajo la sombra
del Mel Gibson borracho y antisemita. Ante escenas tan insufribles
como la de Diane Sawyer preguntando, bajita la mano, en qué se
parecen el miedo de un católico tradicionalista con el de un
guerrero maya, uno querría decirle que eso es algo que no le
incumbe, si esta vez se suponía que la entrevista era con el
narrador y no con la celebridad descubierta en falta. Para fines de
la invención, el miedo se parece al miedo. Si en una película
de ficción el mártir es un profeta judío, un
indígena precolombino, o un niño ante el hambre del
duende, no serán la Biblia ni el Popol
Vuh ni la mitología celta aquello que dará
legitimidad a su miedo. La dará solamente la mano del
director. Las películas de Mel Gibson, sobre todo la más
reciente, no tienen mácula en la eficacia de su narración.
Apocalypto
se filmó en el sur de Veracruz. En octubre de 2005, días
antes de empezar el rodaje, Mel Gibson dio una conferencia de prensa
en la que dijo que su película sería “una historia
épica sobre individuos mesoamericanos […] de hace tres mil
años”. Cuando alguien le preguntó sobre el tema de la
precisión histórica, él respondió que la
mayoría de lo que ocurría en Apocalypto
eran cosas que él se había inventado, que después
consultó a historiadores y arqueólogos, y que entonces
se dio cuenta de que su historia no se alejaba demasiado de la verdad
(sus fuentes, dijo, habían sido el Popol
Vuh y los textos de los cronistas). “Todavía hay
mucho misterio alrededor de la cultura maya; pero incluso cuando todo
se haya dicho sobre ella, eso sólo sería el escenario
de lo que me interesa hacer: una película de acción de
proporciones míticas.” Su objetivo, dijo al final, era
entretener al público y hacer que el maya yucateco se volviera
otra vez “cool”.
Situada
en lo que parece ser
el Periodo Posclásico de la cultura maya, hablada en lo que
parece ser el maya
yucateco, y teniendo como argumento central lo que parece
ser una guerra tribal, Apocalypto
trae incluido el manual para su demonización. Aun así,
hay una relación directa entre la mundanería de las
palabras de Gibson y la honestidad (que no precisión
histórica) que transpira su película. Apocalypto
es la historia del joven Garra de Jaguar, cuya aldea es sometida por
guerreros de una tribu vecina que busca prisioneros de guerra para
ofrendarlos en sacrificio, a fin de complacer a su dios Kukulcán.
Si bien es cierto que Gibson pasa lista a casi todas las convenciones
del género –persecuciones que desafían la lógica
y las leyes de gravedad, proezas físicas sobrehumanas y, en
fin, la victoria espectacular del héroe–, también es
cierto que reta a Hollywood en dos de sus condiciones casi
innegociables: nadie en Apocalypto
es un actor conocido, y en la película se habla un idioma que
obliga al espectador a leer subtítulos. Acostumbrados como
estamos a ver soldados romanos con relojes de pulsera, al gladiador
Russell Crowe con musculatura de gimnasio, y al griego Alejandro
Magno reencarnado en el actor con la nariz más chata de
Escocia, la declaración de Gibson sobre haber inventado la
historia y después rectificado con historiadores es, por
excepcional, bienvenida. El problema, parece, es haber hecho de su
protagonista un maya del Periodo Posclásico y no uno del
Clásico, ya que puso sobre la mesa el tema de que incluso los
mayas hacían sacrificios humanos, y que el desprestigio de las
clases gobernantes y sacerdotales (la escasez de recursos naturales,
identificada con ciertas deidades, provocaba que el pueblo
vilipendiara a sus intermediarios humanos) era ya motivo de pugnas
durante la prehispanidad.
Para
los ávidos de imprecisiones, va un inventario breve: a) la
impresión de que los mayas eran desorientados y fácilmente
sorprendidos por un eclipse de sol; b) un champurrado arquitectónico:
estilos de construcción y ornamento de distintas épocas
y regiones, y c) una historia de amor conyugal, en tanto que la
noción de amor es una derivación del amor
cortés. Objeciones –que no errores– por parte
de académicos y críticos: a) el gusto por las tomas
gore, que incluyen
corazones humanos en primer plano, decapitaciones, desmembramientos,
y el ataque de un jaguar a un maya; b) el nulo interés de
Gibson por mostrar los hallazgos maya en el terreno de las
matemáticas, la escritura, la astronomía, etc., en aras
de c) una caracterización de los individuos como “seres del
inframundo” (opinión de una historiadora gringa), con
aspecto amenazante y comportamiento peor.
¿Qué
ofrece Apocalypto
a cambio? Una historia bien contada de amenaza y supervivencia (el
miedo como resorte de lucha), y una estética de la
extravagancia que transporta al espectador a un tiempo y un espacio
desconocidos, y aun así vibrantes. En oposición al cine
histórico con “valores de producción”, Apocalypto
(como María Antonieta,
de Sofía Coppola) utiliza las sensaciones como puente por el
que un espectador moderno transita y se interesa por una cosmovisión
extinta (la de un maya o una reina en Versalles, igual de
impenetrables y ajenas).
Una
profesora de historia de la Univesidad de Texas logró lo que
parecía imposible: descubrir en Apocalypto
una agenda antisemita (el mensaje de que el cristianismo libra a los
mayas del autoexterminio, opina, la vuelve una secuela de La
Pasión de Cristo). Otros académicos se
quejan del supuesto desprecio de Gibson a los esplendores del Periodo
Clásico y se preocupan por las repercusiones que esto tenga en
la realidad. A ellos habría que preguntarles qué tanto
ayudó Troya a
reactivar la economía de Atenas, o el pizpireto Aladino
de Disney a elevar la opinión de los gringos respecto a los
enigmáticos árabes. O si creen que un blockbuster
sobre la vida de un astrólogo maya le gane prestigio a un maya
que limpia mesas del Club Med Cancún. Si acaso, el género
esplendores antiguos
subraya la idea de que los civilizados de antaño ya no son los
civilizados de hoy.
Si
la reconstrucción histórica es, en principio, fruto de
la especulación, una película de ficción basada
en la Historia, con altas, es como un pastel de pisos en la fiesta de
la interpretación. Si algo es “revelador” de una película
como Apocalypto,
no será sobre los mayas. Será sobre los prejuicios de
sus exégetas, hoy. No me refiero al pedestre Mel Gibson, que
con sus declaraciones unívocas en defensa de la ambigüedad
se libró en un foro público de la responsabilidad de
historiar. Es a los puristas históricos a quienes valdría
la pena observar, tan sólo porque sus reparos son purgas de la
imaginación. Aquellos que ven a los conquistadores como los
buenos de una
película, a los que creen que los mayas tienen apariencia
ofensiva, y a los que encuentran que la sangre ensucia el recuerdo de
una civilización ideal. Aquellos que, citando a Gibson,
prefieren la historia del conejito que recogía margaritas y no
la del duende que devoraba niños, ni la del maya que corría
por la selva para evitar que su vecino le arrancara el corazón.
~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.