Punto de Vista saluda a la primavera

Una crónica del festival de cine documental Punto de Vista en la que se repasan películas proyectadas, el paisaje primaveral y algunos acontecimientos únicos.
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Hace unos días vi un vídeo de una mujer que se había hecho cargo de un erizo recién nacido, tan chiquitillo al principio que le cabía holgadamente en la palma de la mano. Los primeros días el erizo parecía albino, los pinchos los tenía muy pequeños y muy endebles, apenas podía abrir los ojos y la mujer lo alimentaba con un biberón minúsculo. Cuando unos días más tarde iba de viaje en tren, los signos tempranos de la primavera me recordaron a la indefensa cría de erizo. En algunos árboles y arbustos ya se distinguían esponjosas flores blancas, pero quedaba mucha grisura del invierno, muchas ramas sin hojas, y parecía que todo bajo el cielo lechoso estaba pugnando por nacer entre la inconsciencia y el desamparo. Como el erizo, también el campo a la luz blanquecina inspiraba un poco de aprensión, como si la primavera pudiese malograrse en cualquier momento de ese desperezarse a medio hacer.

El viaje era a Pamplona, por Punto de Vista, el festival de cine documental. Una vez en la ciudad lo primaveral se manifestaba de manera más urbana, lo que nos resultó más humano y asequible, y todo el mundo parecía contento. El festival de cine coincidía con un congreso de libreros. A la media hora de llegar se dio la gran casualidad de encontrarnos en una callecita con una escritora que venía a recoger un premio y que había venido en el mismo tren que nosotros. En las horas siguientes nos fuimos encontrando con libreros de otras ciudades. Todo alegre.

Pero yo había ido a Pamplona a ver películas. Las de la sección oficial eran veintitrés; aquí hablaré solo sobre algunas. Por ejemplo, de Ôte-toi de mon soleil, de la realizadora belga Messaline Raverdy, que lleva por título la famosa frase de Alejandro Magno a Diógenes. En la película, Raverdy retrata a un viejecillo, Joseph Rosenzweig, mientras le ayuda a ordenar su casa, que es un almacén disparatado. ¿Para qué guardaría nadie siete fotocopias de la foto en que Einstein saca la lengua? En una secuencia muy bonita, también en un tren, Joseph le propone a Messaline una lista larguísima de nombres para la hija que esta va a tener, y sus propuestas son tan variadas y disparatadas como las cosas que ha ido almacenando, pero mientras él las lee con una cariñosa sonrisa de medio lado, van conformando una especie de inventario de conceptos que hilan las imágenes de espacios abiertos y de bosques que cruza el tren, tan diferentes al ambiente cerrado de la casa. Joseph murió al acabar la película, y Messaline y su hija, que ya anda y que finalmente se llama Ada, estaban en Pamplona. La película ha ganado el Premio Jean Vigo a la Mejor Dirección.

La película que ganó el festival, el Gran Premio Punto de Vista, es Silence of reason, de la macedonia Kumjana Novakova. Montada con imágenes de archivo y con el audio distorsionado de la declaración de algunas víctimas ante el Tribunal Penal Internacional, denuncia la sistematización de la violación a mujeres por parte de paramilitares serbios durante la guerra de los Balcanes. Fue a partir de aquellos juicios cuando la violación empezó a considerarse una forma de tortura y la esclavitud sexual crimen contra la humanidad. A la salida de la proyección encontré tanto espectadores admirados por la película, seca y directa, como otros enfadados por un tratamiento que juzgaban estetizante y, dado lo espeluznante del tema, inmoral. Lo entiendo, es una disputa clásica, aunque a mí me estremeció mucho y no me pareció que la forma emborronase el fondo. La sesión se proyectaba con otra película en cierto modo similar, ¿Dónde está Marie Anne?, de Yaela Gottlieb, aunque en este caso las imágenes de archivo que usaba eran spots de televisión argentinos, montados con un ritmo trepidante y con el sonido de las olas del mar, hasta que nos enterábamos de que una de las mujeres que aparecía en uno de los anuncios, Marie Anne Erize, actriz y militante en Villa 31, era una de los 30.000 desaparecidos entre 1976 y 1983, de modo que a partir de una sola persona denunciaba la dictadura en Argentina.

Por la noche coincidieron dos percances relacionados con la proyección en 16 mm en sendas sesiones. Al acabar la última película de la sesión del ciclo “Cerca de los árboles”, la cola de seguridad de la película se quemó, y el fotograma se consumió en la pantalla. Aunque la programadora, Miriam Martín, había avisado de que los espectadores iban a asistir a uno de los milagros que facilita el cine, por lo visto se refería a que en el corto que cerraba la sesión podría verse cómo una palmera recién talada se levantaba desde el suelo y volvía a estar erecta, por el milagro de la proyección al revés, y no a que se hubiese convocado el fuego a través de otra de las películas, en la que los bomberos forestales canadienses atajan un incendio. Más tarde, el historiador Fernando Martín Peña vio interrumpida su sesión sorpresa cuando se atascó la primera de las películas de su colección que había traído, que recogía una verbena de emigrantes gallegos en Argentina en 1942. La sombra de Martín Peña con la proyeccionista volviendo a colocar la película en el proyector tenía tanto encanto como otra película en sí misma, como si el cine mecánico fuese un mejor aglutinador que el digital para el público de la sala. 

No me dio tiempo a ver ninguna de las películas de la estadounidense Su Friedrich, pero como el festival ha publicado, a medias con la editorial Caniche, sus conversaciones con Scott MacDonald, voy a abrir el volumen al azar y a copiar lo que salga. Es esto: “Hubo una época en la que consideraba importante prohibirme todo, incluido cualquier tipo de placer fílmico, para ser así políticamente correcta y salvar el mundo, pero creo que eso hace que te agotes y que no tengas nada que ofrecerles a los demás”. 

La película que más me emocionó fue Retrato de Mondongo, de Mariano Llinás. En el programa aparecía, en el lugar destinado a la sinopsis, que “el director ha decidido no escribir una sinopsis de este filme”, y cuando en el coloquio posterior un espectador le preguntó por qué, Llinás, que había aparecido ya muy compungido, respondió algo así como “¿y qué voy a poner? ¿Que la vida es un asco?”. La película es un encargo de rodar a dos de sus mejores amigos, la pareja integrante del colectivo artístico argentino Mondongo. Pero durante el rodaje esa amistad fraterna de años se va por el desagüe, y la progresión de la catástrofe la vemos en esta prodigiosa película, que no obstante contiene un canto a la amistad y a la juventud a la altura de la mejor lírica romántica o beatnik. O babilónica o de todos los tiempos o isabelina, pues hacía pensar en Falstaff el personaje de Llinás, que de pronto se ve desengañado y expulsado del alegre mundo que ha sido suyo. La película por lo visto no se va a ver más, esas dos sesiones de Punto de Vista han sido la única ocasión de verla, pues los Mondongo han prohibido su exhibición. Desde que salí llevo como proyectado unos centímetros delante de la frente el plano en que Llinás, de perfil y estupefacto, escucha los reproches de sus amigos y llora sin aspaviento, y de vez en cuando le da un sorbo despistado al vaso de vino, el último, que tiene todavía en la mano. 

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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