Hacia mediados de los noventa la carrera de Jane Campion prometía elevarse hasta las grandes alturas del cine mundial. Su largometraje debut hecho para televisión fue toda una revelación, y sus dos siguientes películas, Sweetie (1989) y An Angel at My Table (1990), arrasaron en festivales internacionales. Sin embargo, nada podía preparar al mundo para The Piano (1993), una de las obras emblemáticas de la década, sin lugar a dudas su mejor película. En efecto, la vara estaba ya demasiado alta. The Portrait of a Lady (1996) es demasiado larga y un tanto espesa; In the Cut (2003) es la más vapuleada por la crítica. Pero entre éstas se encuentra Holy Smoke! (1999), un regreso a su origen: el continente de Oceanía.
Dos amigas viajan a la India pero solo una regresa. Ruth, el personaje de Kate Winslet, encontró el amor puro en la imagen de un gurú y no piensa regresar a casa. La amiga alerta a la familia y la mamá va tras ella, forzada a inventarle que su padre está enfermo y morirá pronto. De cualquier forma ella no piensa volver, pero el ataque de asma de su madre la obliga. Para evitar que tome un avión a la India la familia contrata a un especialista en cultos religiosos que garantiza regresarla a la normalidad: Harvey Keitel como PJ Waters. La película gira alrededor del duelo entre ambos, la niña a quien supuestamente le lavaron el cerebro contra el experto que la traerá de vuelta.
La fotografía y las dos actuaciones principales son el triángulo que sostiene a Holy Smoke!, con imágenes en ocasiones solemnes y momentos entre Winslet y Keitel verdaderamente cautivadores, recordando inclusive la relación central en The Piano, en la que a partir de la enemistad se llega al amor. Rodeados por el desierto, encerrados en una cabaña rústica, su relación da vuelcos imprevistos que acaban por rebasar al experto. El maestro es al fin el aprendiz.
En su detrimento se puede decir que la trama llega a ser inverosímil, aunque ahí, en la poesía de lo poco probable, está también su encanto. Una familia pequeño-burguesa preocupada por el bienestar de su niña desde una perspectiva ingenua y cerrada podría llegar al extremo de contratar alguien como PJ Waters para salvarla. En una secuencia por demás irónica la familia coloca cruces y rosarios para rezarle a Cristo por ella, como si el catolicismo no fuera también una secta religiosa. La diferencia es que una es más popular en occidente y la otra solo en oriente, en un país hundido en la pobreza, aparentemente sucio y pagano. La visión tan limitada de la familia es a un tiempo tierna y socarrona.
Los intentos de comicidad en los personajes secundarios es lo que le resta profundidad al conjunto. La ligereza de esos histriones, mínimos en comparación con Winslet y Keitel, pone en entredicho la facultad de Campion para contar bien la trama central. Es el lastre que la jala hacia el suelo mientras el drama pide volar cada vez más alto. Si no fuera por esos episodios que pretenden ser jocosos sin lograrlo, Holy Smoke! se acercaría aún más a las mejores obras de su autora.
La belleza del paisaje australiano fotografiado por Dion Beebe es la compañía perfecta para el viaje a profundidad de los protagonistas. Tanto la luz de un cerillo como el sol aparecen de una forma poco menos que espectacular. La luz y la sombra, el hombre y la mujer en un combate que va del lenguaje al cuerpo y al espíritu. El amor y el odio como caras de una misma moneda. La lente de Beebe le da el relieve y la frescura necesaria. Y en la composición musical nada menos que Angelo Badalamenti, mejor conocido por su estrecha colaboración con David Lynch.
Salvo detalles que de alguna forma merman el resultado final, Holy Smoke! es una cinta exquisita con momentos de una belleza excepcional. Es incomparable con las dos que la rodean en la cronología fílmica de Campion pero cercana tanto a The Piano como a Bright Star (2009), su obra más reciente, fina muestra de su genio. Basada en la relación real entre el poeta John Keats y Fanny Brawne, esta última es un regreso a las alturas.
Existen pocas cineastas tan talentosas como Campion, cuyo cine íntimamente femenino se vuelve necesario en un oficio extremadamente masculino. Tanto las mujeres protagónicas que retrata como los hombres que las acompañan están rodeados de un delicado halo de misterio y sensibilidad que rara vez se filtra en la pantalla. La visión que plasma en sus películas, cuando lo hace bien, es una bocanada de aire que revitaliza. Campion abre ventanas al fascinante y enigmático mundo que esconden las mujeres.
(ciudad de México, 1979) Escritor y cineasta