Spotlight o el heroísmo en mangas de camisa

A diferencia de épicas escapistas y de estética espectacular, películas como Spotlight le hablan al espectador al oído. 
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Este ensayo aparece publicado en nuestra edición impresa de marzo

 

En su última temporada, la serie de televisión The wire ilustró las tentaciones que asaltan a los periodistas. Hasta entonces había descrito el trabajo de un grupo de detectives para capturar a los traficantes más peligrosos de Baltimore. Ya que los funcionarios de la ciudad ninguneaban su trabajo, los detectives inventaron la existencia de un asesino serial. Para involucrar a la ciudadanía compartieron la falsa noticia con el diario The Baltimore Sun. A su vez amenazados por recortes de presupuesto, los editores del periódico vieron en la cobertura del caso una oportunidad de vender ejemplares. El ansia de notoriedad que invadió a The Baltimore Sun reemplazó al rigor periodístico y permitió el ascenso de Scott Templeton: un periodista que inventaba declaraciones y hechos para “inflar” sus reportajes. A lo largo de diez capítulos, Templeton fue víctima y perpetrador de las mentiras de la policía.

A ocho años de haber concluido The wire, Scott Templeton ha resurgido en el periodismo. Mejor dicho, el actor que lo encarnó: Tom McCarthy. En un curioso giro de tuerca, McCarthy es hoy el aplaudido director y coguionista de la película que ha resucitado el interés por el cine de investigación periodística. Distinguida en las recientes entregas de premios, En primera plana (Spotlight) recrea el trabajo realizado por periodistas de The Boston Globe a principios de la década de los 2000, que resultó en el descubrimiento de una red de pederastia al interior de la Iglesia católica.

Como pocas, Spotlight ha capturado el interés de la audiencia. Uno podría preguntarse qué tiene de atractivo un género que transcurre entre escritorios desordenados, con protagonistas que pasan el tiempo hablando por teléfono, tachando nombres de listas y cotejando papeles. Las discusiones más acaloradas son entre editores que no salen de sus oficinas, y los mayores despliegues de acción física son las carreras de los periodistas cada vez que uno de ellos descubre un dato incriminatorio.

Pero el género de investigación periodística explora un arquetipo poderoso: es una representación contemporánea y aterrizada del mito del héroe descrito por Joseph Campbell, donde un hombre es llamado a enfrentar un desafío plagado de dificultades. A diferencia de épicas escapistas y de estética espectacular, películas como Spotlight le hablan al espectador al oído. Cualquiera puede trazar paralelos entre su vida cotidiana y la de periodistas que, antes de los hallazgos, son don nadies anónimos. Gran parte del atractivo del género es mostrar la supuesta pequeñez de estos personajes frente a aquellos a quienes se enfrentan, para luego invertir los términos.

Cuando las cintas sobre periodismo de investigación se basan en un caso real, la satisfacción de una resolución positiva también rebasa el plano ficticio. Por un instante, se restituye la creencia en la impartición de justicia. Es una de las razones por las que Spotlight ha sido comparada con Todos los hombres del presidente (All the president’s men, Alan J. Pakula, 1976), cinta angular del género, sobre la investigación de The Washington Post que llevó a Richard Nixon a renunciar a la presidencia.

La cinta de Pakula fue elogiada por el realismo con el que se recrearon las oficinas de redacción del diario, al punto de decorar los sets con post its importados de The Washington Post. Cuarenta años después, su ritmo puede resultar fatigoso. Aun así, sus mejores escenas no son las más dinámicas sino las que muestran el mencionado contraste entre la teatralidad del poderoso y la tenacidad del reportero común. Son memorables las tomas donde, en primer plano, aparece una televisión que transmite las victorias de Nixon y, muy al fondo, las figuras de Bob Woodward y Carl Bernstein encorvados sobre sus escritorios, solicitando que se investiguen los fondos de su campaña. El audio subraya el mensaje: por un lado, ruidos de pirotecnia; por otro, el tecleo constante en una máquina de escribir.

Como mostró The wire, en ocasiones el enemigo del periodismo es el propio periodista embustero que altera la realidad en favor de sus notas. Fue el caso de Stephen Glass, reportero de The New Republic que a mediados de los noventa publicó decenas de textos basados en datos falsos. La historia de su ascenso y caída se narra en El precio de la verdad (Shattered Glass,Billy Ray, 2003), que inculpa al periodista pero muestra cómo otros pueden ser cómplices involuntarios. Al inicio, Glass afirma en voice over que el periodismo es “el arte de capturar el comportamiento ajeno”. Cuando esto se escucha de nuevo hacia el final de la cinta, uno comprende que Glass se refería al comportamiento de sus colegas y verificadores de datos. Carismático y adulador, el periodista logró que el equipo de la prestigiada revista perdonara imprecisiones cada vez más alarmantes en sus textos. En esta variante, un editor escéptico asumirá el rol de periodista. En El precio de la verdad, quien descubre la farsa de Glass se erige cómo héroe que arriesga su propio prestigio en defensa de la verdad. El clímax emocional de la película llega con la decisión de dicho editor de publicar en The New Republic una carta de retractación.

La puesta en escena de Spotlight evoca el rigor de Todos los hombres del presidente y la autocrítica a la profesión de El precio de la verdad (The Boston Globe tuvo en su poder documentos incriminatorios mucho antes de investigar los abusos a fondo). Su personaje medular es el menos vistoso: Marty Baron (Liev Schreiber), un editor recién llegado al periódico que por no ser oriundo de Boston detecta la presión velada que ejerce la arquidiócesis sobre el diario. Práctico y sensato, Baron quita las telarañas de los ojos de sus periodistas.

La carta más fuerte de Spotlight es apelar a un sentimiento a menudo ignorado en ficciones y reportajes sobre la pederastia en la Iglesia católica: el desencanto espiritual del resto de sus miembros. Lo resume el rostro decepcionado del periodista Mike Rezendes (Mark Ruffalo) recargado en el umbral de una iglesia mientras escucha villancicos entonados por un coro infantil. McCarthy entiende bien el poder evocativo de esos cantos y los usa como fondo de un montaje visual poderoso: periodistas conversando con víctimas de los abusos, confrontando la fe de sus propios familiares y encerrados en sus cubículos redactando el reportaje final. Al mostrar las crisis individuales de los propios reporteros, la mayoría católicos, Spotlight deja de ser solo una crónica del desenmascaramiento para abarcar una esfera aún más amplia del dolor: la de millones en todo el mundo que, en solidaridad con las víctimas, vieron resquebrajada una parte de su identidad. ~

 

 

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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