“¿Por qué desperdiciar cuatro años en una escuela de cine? Yo tomé el curso Dov 2-Day Film School, rodé Reservoir Dogs y Pulp Fiction, y catapulté mi carrera como un escritor que controla sus guiones”. De esta guisa, Quentin Tarantino avala el curso de Dov Simens, socorrido instructor estadounidense que en tiempo récord se propone a enseñar a sus alumnos cómo escribir, filmar, producir, dirigir, financiar, vender y distribuir sus películas. Y como Dov Simens hay muchos en Hollywood con fórmulas, métodos y recetas. El escritor Kevin Trudeau dice al respecto de esta fiebre: “Es una actitud exagerada en la sociedad actual. Todos quieren ser un maestro, todos quieren dar seminarios y escribir libros sin saber nada. Hay mucha gente enseñando cosas equivocadas, y poniendo una gran cantidad de basura en la cabeza de las personas”. (Por su parte, Trudeau es autor del programa Your Wish is Your Command, diseñado para que cualquier persona sea, haga y tenga todo lo que desea). En el mundo del cine, la oferta de libros, plataformas y talleres creados e impartidos por mentores, expertos y gurús es considerable. Lo que sigue es una exploración a este fenómeno.
The Black List es la más reciente peana diseñada para los aspirantes a cineastas. The Black List publica cada diciembre los mejores guiones no producidos en Hollywood. El elenco es realizado por ejecutivos que votan los libretos más gustados. En sus listas aparecen los guiones de Juno, The King’s Speech, The Social Network, The Beaver y Django Unchained. The Black List es el emprendimiento de Franklin Leonard, un productor que en 2005 genera una base de datos entre sus colegas y que después hace pública. Su éxito hizo que Leonard tuviera la siguiente idea: generar otra lista negra con los mejores libretos no producidos escritos por aspirantes a guionistas. La diferencia es que a estos se les cobra veinticinco dólares al mes, y cincuenta dólares más si quieren que sus guiones sean evaluados y clasificados por un experto. La promesa es que este catálogo será revisado por un grupo exclusivo de productores interesados en llevar a la pantalla los guiones mejor valorados.
“Para mí es muy extraño que el modelo de negocio esté basado en cobrarle una tarifa a la gente con sueños, en ganar dinero a costa de las personas que intentan entrar al sistema”, dice John August, escritor de Frankenweenie, al entrevistar, junto a Craig Mazin, co-escritor de The Hangover: Part II y Part III, al fundador de The Black List. “Hay un mundo de charlatanes que se aprovecha de la gente al prometerles acceso”, acota Mazin. Con todo, para August y Mazin, que una plataforma pida dinero para que entidades anónimas lean y clasifiquen guiones con la promesa de que ejecutivos innominados los consideren, no es tanto desdoro si los precios son accesibles y existen promesas de empleo.
La plataforma de The Black List es una de las múltiples opciones para que los aspirantes entren a la industria fílmica. Existen, además, retiros y campamentos para escritores, estrategias para conseguir un agente, mentores personalizados de miles de dólares, analistas independientes que cobran por leer y criticar libretos, y maestros que aseguran haber descubierto los secretos de los cineastas más aclamados. Con respecto a estos últimos, John August establece: “un gurú puede diseñar una teoría sobre por qué los guiones son buenos o malos, y una vez que la tiene, manipula los ejemplos que utiliza para probar su punto de vista”. De acuerdo con el guionista Scott Myers, los gurús son nocivos para la industria y los artistas en ciernes por dos razones. Primero, la excesiva teorización de los expertos genera una obsesión con la estructura; tal énfasis, asimilado por los estudios, actúa en desmedro del resto de las virtudes que debe poseer un libreto, dando como resultado personajes débiles en historias predecibles y formuladas. Segundo, la idea de que el éxito es inmediato desenfoca a los aspirantes. “No se trata de escribir un guion, se trata de convertirse en un guionista”, dice Myers.
Los gurús se valen de la ansiedad de sus clientes y sacan provecho de su pereza e impaciencia, pues saben que ser guionista implica un esfuerzo nada atractivo: “Te la pasas sentado al escritorio por años, solo, intentando entender el oficio y esforzándote lo necesario. Y eso es algo que nadie quiere escuchar”, señala Frank Darabont, autor de The Shawshank Redemption: “Lo que la gente quiere escuchar es: ‘te puedo enseñar la estructura de los tres actos, te puedo dar una fórmula y estarás vendiendo guiones dentro de seis meses’. ¡Mentira! Esos tipos que están en el negocio de los gurús de cine ni siquiera escriben guiones”.
¿Argumento ad hóminem? En descargo de los gurús, alguien que no sea guionista sí puede ser un perspicaz analista del oficio. Sin embargo, el quid del asunto es ¿qué tanto esta inversión dineraria y creativa para pulimentar un guion, el prestigio de un ranking o un concurso, son apreciados por los hacedores de películas en Hollywood? “Tú puedes enviar tu libreto a concursar, o mierda de ese tipo, pero a los agentes no les importan esas cosas”, dice Michael Arndt, guionista de la futura Star Wars: Episode VII. Charlie Kaufman (Eternal Sunshine of the Spotless Mind) cuenta que le tomó once años conseguir su primer empleo como escritor para después percatarse que en Hollywood escribir no es importante. “La gente que comercia y hace películas no necesita escritores. Cuando ves que las peores películas con guiones atormentados se convierten en filmes exitosos, te das cuenta que los escritores no importan”.
Durante el National Book Festival de 2010, al comentario de que si uno lee Freedom desperdicia la oportunidad de leer buena literatura, Jonathan Franzen, su autor, comenta: “Mis editores esperan sinceramente que ustedes no lean los clásicos antes de comprar un nuevo libro”. Quizá es lo que temen los expertos: que los guionistas novatos recurran a Aristóteles, a quien Wikipedia lista como un gurú de la escritura de cine.
Guionista egresado con Mención Honorífica de la carrera de Ingeniería Industrial y de Sistemas por el Tecnológico de Monterrey.