La ciudad de México a través del cine

Alonso Ruvalcaba analiza cómo ha sido retratada la ciudad de México en más de una decena de películas.
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Desde que aprendió a hablar, el cine chilango vive una melodramática escisión, una guerra de clases: nosotros los pobres, ustedes los ricos. (Siempre se han hecho películas sobre las problemáticas clases medias defeñas, pero, como en toda telenovela que se respete, ellas son las que se han quedado en la periferia.) Nosotros: los pobres pero honrados, los buena onda, los pícaros, los albureros, los de la calle, los jodidos. Ustedes: los ricachones, los hijitos de papi, los mamones, los ojetes, los fufurufos, los pípiris nais, los incapaces del requiebre o el albur. El cine chilango ha colocado esos esquemáticos conjuntos en algunos barrios de la ciudad, a veces basándose en la realidad, otras exacerbándola.

 

Tal vez el primer gran símbolo fílmico de la miseria urbana en el DF, y acaso el más perdurable, es Nonoalco. Una y otra vez sus cinematográficas vías de tren marcaron una frontera descendente en la ciudad. Más me vale dejar que lo describa el narrador de Vagabunda, de Miguel Morayta:

 

http://www.youtube.com/watch?v=lR-_4m22X0Q

 

La jodidez y la violencia del barrio apresan a los amantes y los colocan en el cantil del suicidio de una azotea rascuache en Del brazo y por la calle de Juan Bustillo Oro; las casas de cartón y lámina a la vera de las vías son el terrible escenario del humor incómodo de Los olvidadosde Buñuel (fotógrafo: Gabriel Figueroa); y cuando Santiago, dueño del cabaret La Máquina Loca, le dice a la rumbera en desgracia Violeta “búscame… bajo el puente de Nonoalco” (en Víctimas del pecado de Emilio Fernández, también fotografiada por Figueroa, minuto 3:55 de este clip), entrevemos claramente lo que esto significa: del otro lado de la ciudad, donde están las últimas oportunidades para las últimas mujeres.

 

Por supuesto, la película clave del grupo (que también incluye A la sombra del puente de Gavaldón, Manos de seda de Chano Urueta y La mujer y la bestia de Alfonso Corona Blake entre varias más)es Los olvidados. Las recientes El árbol olvidado de Luis Rincón y Nonoalco, memoria ciega, fotografiada por Pedro Gómez Millán, vuelven al barrio conscientísimas de ese hecho. La primera es un intento de reescritura documental de Los olvidados con todo y su Jaibo (en El árbol: Juan, un chavo delincuente, verboso y francamente divertido) y su Pedro (que aquí es la niña Gaby, una pobre chiquilla que apenas puede de amor, odio y miedo a su mamá); la segunda, también documental, puede resumirse en estas frases pronunciadas en off hacia el final de la película: “Los olvidados de hace, digamos, sesenta años, setenta años, por ai la fecha, y los de ahorita de las vías son los mismos”. Nada ha cambiado en Nonoalco.

 

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Tendemos a olvidar que el Centro no es un barrio (¡o una colonia, por dios!): es la maqueta de la ciudad. Es legítimo entonces que esta maqueta esté dividida en barrios y que algunos de ellos lleven un tatuaje cinematográfico de pobreza y otros no. No hay espacio en este post –en un libro, chance– para detallar el centro de la ciudad como locación, pero unos ejemplos pueden dar la idea.

 

Nosotros los pobres. Viniendo desde el oriente: La Merced es el sórdido e hiperestilizado escenario de Santa sangrede Jodorowsky; el par de cuadras que recorre Talavera y la plaza de San Miguel Arcángel, el temible laberinto en que no se pierden los protagonistas de De la callede Gerardo Tort. Estrenada en 2001, esta última es un documento también de la vida en la zona antes de su relativo “adecentamiento” (gentrification), en uno de los momentos más tristes del Centro, cuando la delegada Dolores Padierna, tras la explosión de Lobohombo, la agarró parejo contra la noche en la Cuauhtémoc. Un poco más arriba, pasando Bolívar: en las callecitas aledañas al colegio de las Vizcaínas termina prostituyéndose Elena (Miroslava), y su vida es como un espejo roto de su vida anterior de millonaria convenenciera en Trotacalles de Matilde Landeta. El fracasado profesional Kid Terranova –vendedor de nieves ascendido a boxeador y devuelto a la realidad como Campeón sin corona– entrena en los Jordán, que aún están en la calle de Buen Tono

 

Viniendo desde el poniente, en cambio, ustedes los ricos: el Changó, en los alrededores del monumento a la Revolución, es el cabaret de buen ver –uno de sus parroquianos es el muy agradecido Pedro Vargas– en el que baila Violeta antes del fin del mundo en (de nuevo) Víctimas del pecado; el hotel Regis le sirve a María (Dolores del Río) para ejercer la aspiración a otro mundo en La otra de Gavaldón –melodramáticas palabras de su hermana gemela y millonaria Magdalena (también Dolores del Río, en un doble papel doblemente mal actuado): “Con esos escrúpulos tontos ¡nunca pasarás de ser una pobre manicurista!”–; siguiendo por Madero: a la altura de Motolinía vive la protagonista riquilla de Cansada de besar sapos en otro DF descaradamente ficticioy en el Sanborns de los Azulejosse reúnen el millonario mexicano Samuel y su abogánster gringo Jordan en esa curiosidad: Man on fire, de Tony Scott, una película chilanga pero extranjera…

 

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Man on fire es un catálogo de lugares comunes: de montaje y fotografía –saltos, tomas cortísimas, virajes que la hacen difícil de ver y aun más de recordar–, de guión –Revenge is a meal best served cold, dice Denzel Washington como si nadie lo hubiera dicho antes– y también de división demográfica de la ciudad de México. La escuela religiosa de la niña protagonista, hija del millonario, está en la zona respingada del Centro; el estudio de su maestro de piano, el barbón profesor Lozzi, en la Condesa (avenida México 174-B), que, como quiere el cliché, es donde se hacen esas cosas “artísticas”. A la salida de su única clase ahí, la niña es secuestrada. La entrega del dinero del rescate se realizará en el puente del IMSS al principio de Naucalpan; inevitablemente, la guarida de los secuestradores está en Neza. [1] Ah, se me olvidaba: la “espléndida mansión” de los millonarios está en las Lomas. (Reforma esquina Explanada, para ser exactos.)

 

Las Lomas –Chapultepec Heights, “la primera ciudad-jardín de México”– fueron desde su establecimiento una zona de batalla: entre la realidad de ustedes los ricos y el deseo de nosotros los pobres, mezclados en la forzosa convivencia de patrones y sirvientes. En una casa rica de las Lomas el pícaro Cantinflas le carga la mano a su novia (con comida y bebida de gorra) en Ahí está el detalle de Juan Bustillo Oro; Los Fernández de Peralvillo, en cuanto pueden, deciden buscar casa también en las Lomas de Chapultepec (no se quedan porque a esta novia la “confunden con una sirvienta”); Ana, la protagonista de Batalla en el cielo de Carlos Reygadas, es una chavita de las Lomas, prostituta, que muere asesinada por su chofer, Marcos…

 

 

 

En las Lomas está marcado uno de los principios del ascenso de la ciudad hacia la Sierra de las Cruces. Ese ascenso occidental, que va más o menos de Palmas a Desierto de los Leones y cuya frontera actual con la ciudad plana es el Periférico y su segundo piso, tiene contradicciones vertiginosas. No sólo Ana vive ahí: también su asesino, salvo que él debe ir más allá de las Lomas para llegar a su casa en Cuajimalpa. Una de las fresitas malcriadas de Perras, calenturienta película de Guillermo Ríos, injuria la colonia La Araña(cuyos habitantes, “como son bien pobres, no tienen sentido del humor”) y emite un croquis hablado (“das la vuelta por el mercado de Mixcoac, cruzas el Periférico, te vas por la subida”). Un poco al norte de Mixcoac, donde nacen Observatorio y el Camino Real a Toluca, está el mercado Tacubaya y su caótica base de microbuses: intersección de los trágicos destinos de los protagonistas –culpables e inocentes– de Perfume de violetas de Maryse Sistach y José Buil (reverso pavoroso de La ilusión viaja en tranvía). Y en la punta, en ambos lados de Santa Fe, viven el pobre sin remedio Ulises y la rica remediable Renata en la arbitraria y también difícil de ver (virajes, colores, comic sans, snorricam y cuanto truco visual permitió el presupuesto) Amarte duele de Fernando Sariñana, una película que desaprovecha ostentosamente las posibilidades de enlazar en un solo cerro, en dos barrios divididos por una avenida y unidos por un centro comercial, una historia de un par de enamorados con estrellas opuestas.

 

[1] Nota. A veces, como en Man on fire, el cine olvida que Neza ni es un barrio ni es parte del Distrito Federal; es, ella sí, una ciudad. Otras veces se le otorga lo que es suyo, como en Nadie es inocente(1987) de Sarah Minter –revisitada hace poco en Nadie es inocente: veinte años después–; el monólogo inicial, con el fondo de un paisaje chaparro, árido pero con decorado tricolor priista, es un poema de rara cadencia:

 

Pus adiós, Neza, chido por estos cotorreos, ¿no? Pues ya me voy, je, ya qué. Adiós a todas esas pinches mentes locas que andan por ai en tus calles: a la banda, a los rateros, a los uniformados, a las pinches patrullas que ya ni sirven pero ai las traen, al pinche gobierno que nos subió el azúcar, hijo de su pinche madre… Bueno, luego nos vemos, Neza. A la Banda Mierdas, ¿qué? Chidos sus cotorreos en buena onda. Puros cotorreos con ellos, algunos choros que la neta ni te los digo porque me voy a poner a chillar y te voy a mentar la madre.

 

También de la Neza de los ochenta: La neta no hay futurode Andrea Gentile, y Semana santa: sábado de mierdade Gregorio Rocha, donde reaparece obsesivamente la mierda –“así como nosotros le decimos”–, o sea: la basura, el activo, lo podrido, pero también el graffiti, los Sex Pistols, el punk, la lana pal takechi; o sea: la realidad. Son películas tan radicales como sus personajes y tan opresivas como su entorno. No hay futuro.

 

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Escritor. Autor de los cómics Gabriel en su laberinto y Una gran chica (2012)


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