Con la llegada de los servicios de streaming comenzó a hacerse popular el término binge-watching, la práctica de "ver entre dos a seis episodios de un mismo show en una sentada". El acto supone una afición irremediable por un programa, una obsesión por consumir temporadas de adictiva calidad. Otro neologismo, emparentado con el binge-watching pero más difícil de entender, es el hate–watching: la práctica de “ver un show de televisión mientras simultáneamente se odia su contenido o tema”.
“Como Smash”, escribía la crítica Emily Nussbaum sobre la serie de NBC, “Studio 60 era un show que las personas amaban odiar-ver, porque era malo de una forma verdaderamente espectacular”. Aquí cabe anotar que sólo vemos con odio los shows que prometen grandezas aunque finalmente resulten insoportables. Smash, cancelada en 2013, no duró más de dos temporadas. Studio 60 on the Sunset Strip ni siquiera pasó de la primera. Este suele ser el destino de las malas series de televisión. Aunque de vez en cuando un show logra el consenso público de ser relativamente malo, logra enormes audiencias y dura más de tres temporadas. En el catálogo de vistas-pero-con-resentimiento para algunos caben Lost, How I Met Your Mother, Dexter o Homeland. La lista es personal e infinita: cada quién sabe cómo se deja maltratar. Aun así, algunos programas permiten hablar a nombre de todos, el agravio es universal y nadie que se tenga amor propio las va a defender.
¿Cuándo empezamos a odiar The Walking Dead, sin poder dejarla? No mucho tiempo después de que inició.
En 2012, sobre el final de la segunda temporada, ya se criticaba la vaguedad e inconsistencia del show: “no puedes tener efectivos dramas personales cuando no tienes personajes”, decía AVClub; “los escritores parecían luchar con encontrar la esencia y las personalidades de los personajes que pasan por un apocalipsis zombi”, decía Screenrant. “El show ha tenido malos momentos y periodos aburridos; ha tenido episodios completos (…) de vacilantes tácticas de supervivencia, pobre caracterización, gore ambiental; (…) insistiendo en que su personaje menos interesante es en realidad el más interesante”, siguieron las quejas sobre la tercera temporada. Y sobre la cuarta. Y sobre la quinta.
The Walking Dead, una adaptación de la cadena AMC del cómic creado por Robert Kirkman en 2003, ha sido una experiencia frustrante para su audiencia, un montón de espectadores que se niegan a dejar el maltrato por cosas mejores en la televisión, gente convencida de que contados momentos gratificantes justifican una torpe historia llena de redundancias. Somos, cómo negarlo, unos necios.
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Spoilers sobre la sexta temporada.
Rick, nuestro protagonista, y el grupo que lidera, buscan llegar a otro campamento donde vive el único doctor que puede atender a su amiga embarazada, quien padece fiebre, está grave y puede morir. Como contexto: en esta sexta temporada nuestro héroes se han enfrentado a un grupo conocido como The Saviors, han matado a muchos de ellos, pero no se han revelado en su totalidad; solo sabemos de un líder llamado Negan que permanece tras bambalinas. El viaje de Rick y compañía por salvar a Maggie (la embarazada) lo realizan luego de una escalada de violencia con The Saviors. Esta es la sinopsis del último episodio de la temporada.
Para este final, AMC otorgó 90 minutos al espacio que The Walking Dead generalmente ocupa en 60 minutos. Es hora y media que busca el máximo de tensión, el máximo de suspenso: Maggie puede morir, The Saviors —superiores en número y arsenal— han bloqueado cada camino que lleva al doctor que la ayudaría, todos los protagonistas peligran pero deben avanzar.
Hitchcock decía que en el cine ninguna secuencia puede quedarse quieta, todas deben hacer avanzar la acción para culminar cuando se ha llegado a la cúspide de la curva dramática; la trama debe tener un desarrollo continuo “y la creación de escenas fascinantes debe presentarse, sobre todo, con habilidad visual” mientras se hace uso del suspenso para mantener la atención de la audiencia.Cuando Rick y los demás encuentran un primer camino obstruido por The Saviors, echan reversa para ir por otra ruta. La siguiente también la encuentran bloqueada por sus enemigos. La siguiente también. La hora y media del capítulo se desarrolla en esta repetición con pocas variaciones. Alguno dirá que esto sirvió para convencer poco a poco a nuestros héroes —llenos de optimismo y hasta de cierta arrogancia— de que perderán. Pero esto se realiza sin “escenas fascinantes”, sin “habilidad visual”. Es mucho más probable, dados sus antecedentes, que el show careció de creatividad en su ejecución, que fue víctima de sus escritores.
El capítulo es un ejemplo de cómo llenar hora y media de televisión con apenas 20 minutos de historia que valen la pena contar. La última escena tampoco es “la cúspide de la curva dramática” que esperamos, sino un momento que vivirá en la infamia: un injustificado cliffhanger. The Walking Dead recurrió al viejo truco de dejar una situación a medias para mantener y ganar audiencia.
Ya capturado el grupo de Rick, a merced de The Saviors, la escena sirve para presentar al villano Negan (Jeffrey Dean Morgan), anticipado por lectores del cómic y promocionado por productores de la serie. Más suspenso. Los encargados del show otorgan los últimos diez minutos a un monólogo de Negan: uno del grupo morirá, todos aprenderán a respetarlo. Al acabar su discurso, con la tensión al límite, la cámara cambia al punto de vista de la víctima elegida, Negan comienza la masacre y, sin revelarse quién muere, ¡termina el episodio! Hora y media de transmisión, final de temporada. La tensión, decidieron los productores de la serie, es mejor dejarla estirada.
El capítulo, titulado "Last Day on Earth", tiene la más baja calificación del show en IMDB. Más del setenta por ciento de las reacciones en Twitter “expresaron su sentir de locura, disgusto, odio y enojo”. Alan Sepinwall, autoridad en la reseña de TV, anunció que dejará de ver y reseñar la serie después de estos 90 minutos “tontos, apagados y repetitivos”. Medios explicaron por qué The Walking Dead no entiende lo que hace a un gran cliffhanger. “Ver a los productores y escritores ordeñar a la audiencia”, publicó Hollywood Reporter, “es más predecible que desalentador”.
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“No hay libro tan malo que no tenga algo bueno”, dice un personaje a don Quijote. La línea de Cervantes se traslada sin problemas a cualquier arte: no hay obra tan mala, no hay película tan mala, no hay serie de televisión tan mala que no tenga algo rescatable. Algo debe probar que The Walking Dead mantenga altas audiencias y rompa récords aun con sus caídas.
En octubre de 2010 la serie estrenó un aclamado piloto con Frank Darabont (The Shawshank Redemption) como director, escritor y productor ejecutivo. Pero Darabont no duraría a cargo de la serie, luego cambiarían de productores, vendrían recortes de presupuesto, AMC pediría más episodios, implementarían medias temporadas con pausas de meses para atraer más ratings. El show, se sabe, creció entre problemas de producción, guión y dirección. (Para el ocioso: acá una serie de videos que detallan en dos horas los problemas con la serie desde su concepción).
No escapa a la audiencia que la búsqueda de Sofía dañó la narración de la segunda temporada, que Lori y Andrea —personajes protagónicos— fueron odiadas por su mala inclusión en el desarrollo de la trama, que suelen agregar y matar personajes sin que lleguemos a comprender su participación. La sexta temporada, además, insistió en presentar escenas que hacen cuestionar si los productores ponen atención a su serie: ¿cuántas veces más veremos a un personaje saltando por una barda sólo para que su pie sea sujetado por una horda de zombis? ¿Cuantas veces más pararán en medio de un camino para realizar un monólogo sólo para ser sorprendidos por enemigos? ¿Por qué existen tantas inconsistencias en sus tácticas cuando se trata de lidiar con zombis? ¿Cuántas veces más tenemos que escuchar el discurso tipo “el mundo ha cambiado, debemos adaptarnos”?
Incluso con estos problemas, si algo define a The Walking Dead es que siempre se acerca a lograr buena televisión. Recordemos el genial piloto, el crecimiento de Carol (a veces infanticida, a veces one woman army), la persistentemente buena actuación de Andrew Lincoln, las brutales situaciones que su mundo sin reglas puede presentar (caníbales, criminales dispuestos a violar niños, madres que han tenido que ahogar a sus bebés), escenas iniciales que parecen salidas de otra serie por su estética, como cuando, sucios y agotados, el grupo se refugia en una casa para comer de latas; eliminando zombis sin diálogo alguno, sin monólogos, pura supervivencia.
Hace unos años, al abordar sus quejas sobre la serie y preguntarse por qué la sigue viendo, el crítico Calum Marsh señalaba que el programa garantizaba algo “genuinamente nunca visto”; el apocalipsis como un juego largo, presenciar sus efectos sin la restricción de dos horas como en todas las películas, sin los límites de una narración en tres actos. “En la televisión las historias se han liberado de sus estructuras tradicionales, libres para imaginar cómo un grupo pasa, no sus últimos días, sino sus semanas y meses finales, quizá años. Queremos ver qué viene después”. Si la serie fuera peor, razonaba Marsh, tal vez hubiera sido más fácil dejar de verla.
Con su hora y media de duración, con su cliffhanger, el capítulo final de esta temporada resume lo peor del programa y la razón por la que no podemos dejarla: suspenso sin fin, tensión gastada, acción a ratos, malos diálogos, uno que otro acontecimiento memorable y la eterna promesa de mejorar. The Walking Dead es un ejercicio de autoengaño, es confiar en lo irremediable, es bostezar mientras esperamos algo que justifique el tiempo invertido en un programa que desde hace tiempo vemos con odio.
Periodista. Hace mucho fue abandonado frente a una televisión