Vivimos tiempos hiperbólicos. Basta con recorrer las redes sociales, hojear los periódicos o revisar las múltiples videocríticas de influencers disponibles en Youtube para convencernos de que cada semana aparece en la cartelera una obra maestra insuperable o el peor bodrio de la historia. No hay puntos medios ni disposición a pronunciarse de otra forma. El grueso de la crítica es un semáforo que casi siempre marca verde o rojo; el amarillo, cuando se utiliza, se reserva para aquellos trabajos cuya naturaleza extravagante o autocrática evade el juicio sumario. En estos casos, prevalece la prudencia extrema: todo comentario positivo es antecedido por la advertencia de que la película en cuestión ha cometido el crimen de no ser una obra maestra, por lo que cualquier virtud que pueda poseer jamás podrá superar ese pecado original. Disculparse de antemano se ha convertido en una práctica común en la crítica cinematográfica (“no es perfecta, pero…”), al punto que recomendar una pieza que no sea percibida unánimemente como mayor casi equivale a confesar un “placer culposo” cuyo disfrute sin prejuicios implicaría el destierro del grupo al que deseamos pertenecer.
Todo esto redunda en una dinámica que privilegia la coherencia por arriba de la ruptura, la extravagancia y lo inefable. Bajo este contexto, no sorprende que Too old to die young, serie concebida por el realizador danés Nicolas Winding Refn y disponible en Amazon Prime desde hace un par de meses, haya sido recibida con franco desdén por el grueso de la crítica especializada. Estructurada en diez capítulos que suman 13 horas de duración, Too old to die young dista de aspirar a la circularidad absoluta. Todo lo contrario: lejos de desarrollar una historia de manera satisfactoria, se asume como un espacio donde la narrativa total de 13 horas resulta menos importante que los momentos de inspiración generados a lo largo del proceso creativo. El resultado es un trabajo donde la parte vale más que el todo: una obra rabiosamente imperfecta que mezcla horas de tedio y exasperación con lo que quizá sean las epifanías más potentes de Winding Refn, cuya carrera ha experimentado una evolución notable desde que debutara en su natal Copenhague con Pusher, de 1996.
Inclasificable
Coescrita por Ed Brubaker (autor de la celebrada antología de comics Criminal) y Halley Wegryn Gross (Banshee), Too old to die young cuenta la historia de Martin Jones (Miles Teller), un policía de tránsito que, junto a su compañero Celestino (Celestino Cornielle), trabaja para Damian (Babs Olusanmokun), un narcotraficante de Los Ángeles. Martin y Celestino asesinan a Magdalena (Carlotta Montanari), reina del narco enemiga de Damian. Jesús (Augusto Aguilera), hijo de Magdalena, asesina a Celestino y huye a México, donde conoce a Yaritza (Cristina Rodlo), una especie de bruja (“La alta sacerdotisa de la muerte”) con quien contrae nupcias antes de tomar el control del cártel. Martin, mientras tanto, es ascendido como detective de homicidios y consolida su relación con Janey (Nell Tiger Free), una adolescente cuyo padre, Theo (William Baldwin), es un multimillonario depravado que desaprueba la relación. Martin será reclutado para asesinar pedófilos por Viggo (John Hawkes), un vengador anónimo que recibe órdenes de Diana (Jena Malone), una maga blanca conectada mental y emocionalmente con Yaritza, quien se convertirá en el ángel exterminador del orden patriarcal que controla el sistema.
Ubicada en un espacio donde conviven el film noir, la estética neón angelina, el horror sobrenatural, la narcocultura, el procedural policiaco, la profecía apocalíptica y el torture porn, Too old to die young es inclasificable en términos genéricos. También lo es como formato: ¿Es una serie de televisión o, como sostiene su director, una cinta de 13 horas concebida para ser vista en streaming? Con frecuencia se menciona que la televisión es un medio pensado para el escritor (la historia), mientras que al cine se le presenta como un lienzo dominado por el director (estilo y atmósfera). Es una verdad a medias. Como señalábamos aquí, ni siquiera durante las décadas que antecedieron a la mal llamada “nueva era dorada” se podía afirmar que la televisión careciera por completo de expresiones estéticas innovadoras y contundentes. The outer limits, Hill Street blues, Twin Peaks y Los expedientes secretos X, entre otros, desdoblaron propuestas ajenas al plano cerrado y el close-up que aún definen el lenguaje asociado a la pantalla doméstica. La televisión, incluso, ha incidido en la estética cinematográfica. Para no ir más lejos, Miami Vice, serie creada por Michael Mann en los ochenta, es una influencia notoria en varios de los trabajos fílmicos recientes de Winding Refn, como Drive, Only God forgives y The Neon Demon.
Too old to die young, sin embargo, sobresale por su ferocidad autoral. No solo por las obsesiones temáticas del realizador –glamur, vulgaridad, escándalo, superficies, contracultura, arte, brujería, hiperviolencia, futurismo–, sino por el radicalismo estético con el que se despliegan: rostros de estoicidad imposible, lenguaje corporal coreografiado, hermosos paneos de lentitud paquidérmica, conversaciones lacónicas que se extienden por varios minutos, saturación de color, múltiples pantallas espejo, composiciones de simetría demencial y una cámara enemiga de la velocidad y el arrebato. Estas características, claro, siempre habían estado presentes en la filmografía de Winding Refn, pero no con esta intensidad. Fotografiada por Darius Khondji y el mexicano Diego García, la filmación de casi un año se ejecutó en orden cronológico, lo que permitió alterar el guion conforme avanzaba el rodaje. Durante una presentación en el pasado Festival de Cannes, Winding Refn manifestó que la idea de anteponer la exploración por encima de todo nace como una respuesta natural a las posibilidades expresivas del streaming:
La televisión son noticias y reality shows. Lo que estoy haciendo es streaming: un flujo de energía que corre las 24 horas del día. Un océano incontrolable. Puedes entrar y salir del flujo, sin ideas preconcebidas de inicio o fin. Estar a la altura de eso me pareció interesante. Mi idea era filmar sin la preocupación de cuánto iba a durar el show o si va a ser una experiencia satisfactoria para el espectador. La televisión episódica fue diseñada en una era analógica donde cada semana tenías un episodio nuevo. ¿Por qué seguir con construcciones narrativas de una era que ya no existe? El rodaje duró 10 meses, aunque habría podido extenderse indefinidamente de haber contado con suficiente dinero. Asumimos la filmación como una sesión diaria de pintura. Fue muy liberador.
Autoparódica y sublime
Algunos historiadores le adjudican a Napoleón Bonaparte la frase: “De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso”. Too old to die young la cruza sin complejos y de manera constante. Plenamente consciente de los excesos de su búsqueda –los cuales, por momentos, se acercan al troleo autoparódico, como sucede en “The lovers”, el desesperante segundo episodio donde resulta casi imposible no caer dormido o resistir la tentación de darle fast forward a todo el capítulo–, Winding Refn aprovecha la libertad y holgura de la producción para construir un universo cuyo fin es detonar secuencias hipnóticas de horrorosa belleza. Los botones de muestra son múltiples: las estilizadas masacres de Yaritza contra los tratantes de blancas, las carcajadas infernales del desfigurado Damian, la oscura y brutal tortura a Martin, la matanza del pueblo de “deplorables” (con ese desfile de los peores estereotipos del conservadurismo estadounidense), el preludio a la violación del debutante actor porno, la alucinante y larguísima persecución de los pornógrafos, el diálogo apocalíptico con vista panorámica a Los Ángeles, el montaje de la pasión de Cristo en la estación de policía, las recreaciones incestuosas de Jesús, el relato original de la Caperucita Roja, las explosiones de ternura entre Viggo y Diana fondeadas por la torcida música electrónica de Cliff Martínez, los dolly shots de narcos pasándosela bomba en reventones eminentemente tóxicos, etcétera.
La serie culmina con dos notas altas. La primera es un editorial sobre el estado de las cosas en la era Trump recitado en tono profético por Diana, quien describe en un plano fijo los horrores del presente mientras esboza un adelanto del mañana. El panorama descrito por Malone (impresionante) parece una fantasía imaginada a tándem por Michel Houellebecq y el diseñador de un videojuego de vanguardia
((De hecho Hideo Kojima, el creador de Metal Gear Solid, hace un cameo en la serie. )):
Impulsados por la colera fascista, pronto las masas clamarán por ejecuciones públicas, la violencia se volverá erótica y la tortura generará euforia. Volverán a erigirse campos de concentración. La ignorancia se exaltará. Habrá guerras raciales. El odio será recompensado. La fe se reducirá a clichés venenosos. La perversidad será consagrada. El incesto, el acoso y la pedofilia serán alabados. Unos lo tendrán todo y la mayoría no tendrá nada. El narcisismo ya no será reprimido, sino consagrado como virtud. Nuestras identidades serán definidas por el dolor que provoquemos (…) Con el tiempo tendremos nuestra propia religión, nuestra propia dinastía, y con ella despertaremos a la verdadera furia del mundo. Y mientras el hombre implosiona en un baño de sangre y silencio, emergerá una nueva mutación. Y en ese día declararé el nacimiento de la inocencia.
La segunda secuencia inicia con el arribo de Yaritza a un bar en el que beben los integrantes del cártel de su marido. Tras escuchar un narcocorrido, el personaje interpretado por Rodlo (hipercarismática) aniquila a todos los hombres del lugar. Diana experimenta una visión del nuevo mundo mientras Yaritza destruye al viejo. Para Winding Refn, queda claro, las mujeres son la esperanza del planeta. Justo antes de que aparezcan los créditos finales suena “Rocka Rolla”, de Judas Priest. La transformación de Yaritza en “La alta sacerdotisa de la muerte” ha concluido. Es tiempo de bailar el nuevo rock and roll.
Todo esto suena grandilocuente, caricaturesco, casi camp. Lo es. También es brillante y propositivo. Junto a Twin Peaks: The return y Tokyo Vampire Hotel, Too old to die young es una de las expresiones más audaces que se hayan visto en años recientes. Quizá demande altas dosis de paciencia, pero una vez cruzada la cadena de entrada es una de las fiestas más estimulantes y gloriosamente fallidas que puedan encontrarse en lo que algunos tercamente siguen denominando como televisión. No hace falta disculparse para afirmarlo.
Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.