Desde mediados del siglo XVIII cuando Voltaire publicó Micromegas —un relato filosófico sobre el viaje a la Tierra de un habitante de la estrella Sirio y de su compañero, proveniente de Saturno— el tema alienígena ha fascinado a millones de personas. No obstante, salvo algunas excepciones como E. T. (Steven Spielberg, 1982), Un Hombre mirando al Sudoeste (Eliseo Subiela, 1983) o The X-Files (creada por Chris Carter, 1993-2002), la forma de abordar el encuentro con extraterrestres en la pantalla —grande o chica— ha sido limitado: la guerra o la paz, entendidas como premisas literalmente “universales”, ha sido el eje rector por excelencia, de tal manera que el binomio invasión extraterrestre se ha convertido en un subgénero que ha producido toda clase de propuestas, desde la clásica War of the Worlds, basada en la obra homónima de H.G. Wells —llevada en varias ocasiones al cine, pero inmortalizada por la transmisión radiofónica de Orson Wells que, como es sabido, ocasionó uno de los primeros pánicos mediáticos a finales de los años treinta—, pasando por los éxitos taquilleros de manufactura hollywoodense al estilo Independence Day (Roland Emmerich, 1996) o las versiones kitsch como El Santo, el enmascarado de plata contra la invasión de los marcianos (Alfredo B. Crevenna, 1967) hasta obras entrañables que, de cierto modo, también se insertan en este subgénero como Close encounters of the third kind (Steven Spielberg, 1977) o más recientemente, District 9, dirigida por Neill Blomkamp y producida por Peter Jackson, en 2009.
En la década de los ochenta, la serie V llevó el furor alienígena a la pantalla chica. Creada originalmente como una analogía de la dictadura nazi, esta serie de Kenneth Johnson (The Bionic Woman, The Incredible Hulk) está influenciada por la maestría de Arthur C. Clarke, quien en su novela Childhood’s End (1953) plantea un inicio similar: enormes naves extraterrestres llegan a la tierra en son de paz, con intención de compartir su tecnología para evitar la destrucción de la humanidad. Pero, a diferencia de este clásico literario, en la serie V los visitantes muestran su verdadero rostro reptiliano mientras que la rebelión —humana y alienígena— se organiza para combatirlos. A pesar de los limitados efectos especiales y de un guión en ocasiones atropellado, la versión original de V logró conjugar el misterio, la intriga y la acción para producir un éxito mediático que, en México, se coronó como una alternativa ante la abrumante irrupción de las telenovelas y sobre todo, como un respiro frente a las martirizantes repeticiones de Little House on the Prairie.
Veinticinco años después, producir el remake de V parecía un éxito seguro. Pero, al igual que otros clásicos de la ciencia ficción como War of the Worlds o Planet of the Apes, que en su momento impactaron a la audiencia, sus readaptaciones en el nuevo siglo carecen de gloria. Estrenada en los Estados Unidos en 2009, por la cadena ABC, la reciente versión de V tuvo que replantearse el guión después del cuarto capítulo ante la urgente necesidad de reconducir la serie y estrenarla un año después. Si bien parte del mismo argumento que su antecesora, el remake plantea nuevos personajes: la doctora Julie Parrish es sustituida por una agente del FBI (Elizabeth Mitchell), la belleza agresiva de Diana es reemplazada por la también seductora, pero “dulce” Anna (Morena Baccarin) y Mike Donovan —el líder de la resistencia—se disuelve entre el periodista Chad Decker (Scott Wolf) y el padre Jack Landry (Joel Gretsch).
Sin embargo, el lento repuntar de la serie no se debe al cambio de personajes, ni siquiera a las actuaciones que gustan por apelar a la simpleza y a lo cotidiano, sino a la incapacidad de los guionistas de hilvanar la historia, de crear tensión, de estimular el inconsciente colectivo. Con sólo ver el trailer, el secreto de los extraterrestres queda revelado; un principio acertado pues la mayoría tiene presente el referente anterior, pero torpe en su cocción. La analogía entre la invasión extraterrestre y la lecciones bélicas de la historia ha funcionado en diversas ocasiones: le funcionó al cine de ciencia ficción de los años cincuenta, a la V original con su referencia a la represión nazi y más actualmente a District 9 con su clara alusión a la segregación del apartheid, pero la nueva V carece de vínculos que apelen a las preocupaciones políticas, filosóficas o científicas de la época actual.
“Venimos —o no— en paz” es una frase trillada que, sin embargo, tiene todavía el poder de dinamitar los cimientos de la existencia humana, ya sea en sus formas más elaboradas —en la tradición de Voltaire y de la literatura clásica— o mínimamente, en la primaria pero básica preocupación de las naciones y de los individuos por defender su libertad física y proteger su territorio. Frente a otras series televisivas que retoman el tema del caos, de los universos paralelos, del futuro relevado —como Lost o FlashForward—, el asunto alienígena en la nueva V es “entretenido”, pero se siente rancio, caduco, no tanto por la temática sino por el tratamiento inocuo que, aunque presente de manera superflua y banal, le hace falta sacudir las entrañas o el intelecto de los televidentes.
-Eunice Hernández
Es escritora, historiadora y gestora cultural. Colabora en diversas revistas literarias y próximamente publicará la novela Mundo Espiral.