Aún hay pocas personas en el teatro El Milagro cuando cruzo la puerta y veo a Hugo Hiriart desparramado en un sillón, con las piernas estiradas como los niños traviesos, acompañado de su ángel de la guarda llamado –verdaderamente– Ángel. Las pocas veces que he tenido la fortuna de encontrarme con el autor de Sobre la naturaleza de los sueños, Ángel está siempre a su lado. Van de arriba abajo, a pie o en coche. Falta media hora para que comience el homenaje al gran Hugo Hiriart. Toca celebrar al dramaturgo, que forma un capítulo en la historia reciente del teatro en México. Llega más y más gente. No parecen ser solo los entusiastas lectores de Disertación sobre las telarañas, sino que están también quienes alguna vez fueron espectadores y actores en La ginecomaquia o Minotastasio y su familia. No se trata, esta vez, de los tímidos jovencitos que recomiendan sus ensayos de imaginación en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras, sino de personas mayores, más bien extrovertidas y, por decirlo de una forma, más elegantes. Veo caras conocidas de la televisión mexicana, aunque solo reconozco por nombre a la actriz Angélica Aragón. Ahí están también la directora –y esposa de Hugo– Guita Schyfter, el arquitecto Felipe Leal, el escritor Martín Solares, el dramaturgo Antonio Castro, el zoólogo Andrés Cota Hiriart, entre muchos otros. Abrazan y besan a Hugo y me siento un entrometido, como si estuviera en una reunión de familia. Hugo viste camisa beige con tirantes rojos, saco café, jeans azules, zapatos cafés y lentes de carey. Todo su atuendo parece usado por primera vez. “Me chocan estas cosas”, me dice desde su sillón cuando le pregunto cómo se siente ante el festejo.
Le muestro a Ángel la primera edición de Galaor, que traje esta noche como involuntario amuleto, y me anima a pedirle una firma al autor. “Este… –muletilla hugoliana–. Cómo no. Claro que sí”. Sorprende más a los invitados que al celebrado la rareza de la edición. Comienza a trazar sobre la página, lentamente, con una letra diminuta. En eso está, pero las personas no paran de conversar y de abrazarlo. Entre la multitud hay un único niño que no presta atención al aburrido mundo de los adultos y mejor juega The legend of Zelda en su Nintendo portátil. La madre saluda cariñosamente a Hugo y sienta a su hijito en el mismo sillón. Al verlo, Hugo cambia completamente de actitud, por fin emocionado, y olvida el libro que tiene en las manos. La dedicatoria queda inconclusa: el dibujo de una carita sin cuerpo acompañada de una amistosa línea.
Me provocan curiosidad dos personajes que veo en el umbral de la entrada, son como parodias del comediante Alejandro Suárez: el primero carga un caballito de mezcal y dice chistes con el habla de las novelas de José Agustín. El segundo le da cuerda al primero. Se nota que son amigos y se cabulean entre sí. “Buenas noches, joven. ¿Me lava mi carro? Jajajá. No es cierto”. Dos señoras que fuman a poca distancia platican sobre la falta de agua en su colonia. El hombre del caballito les dice, entrometiéndose sin solicitud: “Oigan, ¿cómo que no hay agua en su colonia? Yo sé como ayudarlas”. “Ah, sí, ¿cómo?”, le responde una de ellas. “Pues miren. Yo puedo hacer que llueva. ¡Chúmbalaca-Chúmbalaca! –el señor mueve las manos imitando a un chamán– Jajajá”. Me pregunto quiénes son. ¿Serán también actores? ¿Amigos? ¿Familiares? ¿Admiradores? Me rio e imagino en mi cabeza a este par de personajes como diablitos caricaturescos que orbitan en torno a Hugo. Dos figuras clásicas de la comedia y la tradición literaria. Dos portavoces del desparpajo cantinero.
Una voz omnipresente nos avisa: “Teatro El Milagro les da la bienvenida al homenaje del maestro Hugo Hiriart y los invita a pasar a la sala”. Subimos al tercer piso de ese casco de lo que debió de haber sido una elegante casa de la colonia Juárez durante el siglo XIX. Entramos a una sala pintada toda de negro. Solo una luz ilumina cuatro sillas, todavía nadie toma asiento ahí. Nos acomodamos en las gradas conforme al número de nuestros boletos. El escenógrafo Gabriel Pascal nos da la bienvenida. Nos explica que estamos por ver un breve documental –de alrededor de veinte minutos– titulado Hugo Hiriart: 80 años, producido por la actriz Patricia Bernal y dirigido por su hija Tamara Yazbek. Es una película íntima, realizada un año antes, con tomas bellamente filmadas, coloridos retratos de a quienes escuchamos compartir testimonios y anécdotas: Martín Solares, Ximena Hiriart, Guita Schyfter, Enrique Krauze, Laura Almela, Héctor Aguilar Camín, José Carlos Rodríguez, Enrique Singer, Ángeles Mastretta, Sebastián Hiriart, Antonio Castro y Pablo Cueto. Hugo aparece a cuadro en cierto momento, jugando con un bastón entre sus piernas, al lado de un teatrino: “Ya quisiera un humano salir como un títere, así de nítido y de claro y de todo”. El rescate de archivo del documental es lo mejor y observamos escenas de Hugo Hiriart más joven, dirigiendo. En otros instantes lo vemos escribiendo sobre un cuaderno, trazando sus diminutas líneas. Le cuenta a la cámara: “Desarrollé, desde la primera obra, un sistema que consistía en que yo empezaba a escribir la obra, luego empezábamos a ensayar sin que estuviera terminada. Entonces iba metiendo y sacando cosas. Creo que ese es el método adecuado para hacer teatro”.
Transcribo algunos testimonios del documental. Enrique Krauze destacó la enorme cualidad de Hugo, que “siendo tan sabio, teniendo no un libro sino bibliotecas vivas en su mente, es capaz de escuchar y dar el consejo preciso”. Martín Solares puso al frente El agua grande para recalcar que se trata de un libro admirable “porque se detiene a explicar cómo se escribe una historia emocionante, arrebatadora. Una novela capaz de explicar sus propios secretos”. Ángeles Mastretta leyó un texto desde su estudio: “Los ensayos de Hugo Hiriart a veces son textos muy cortos que se han pedido en nombre de esa mezcla de trabajo y placer que es escribir para el destino de lo diario, pero están iluminados con ideas, delirios, ansias. Pasan porque sí. Los recuerdas siempre”. Hugo Hiriart: 80 años concluye con una bella escena. Rodeado de sus pinturas –otra de sus admirables facetas subterráneas–, sentado en una terraza, Hugo Hiriart lee su poco común texto “Autorretrato”: “Me gusta una metáfora donde se use la palabra ‘escolopendra’ y que se aviente arroz en las bodas y cómo se sacuden el agua los perros mojados e imaginar cómo podría ser la tierra si no fuera redonda. Me gusta tomar complejo B y los caballos de carreras de patas finas y el timbre del violonchelo y Arturo de Córdoba en papel de loco y la manera de caminar de las palomas, moviendo la cabeza hacia delante y hacia atrás. Me gusta la palabra ‘pingüino’ tanto como el contoneante trozo de realidad que nombra”.
Siguieron los chiflidos, los aplausos y luego un diálogo de unos treinta minutos. Hugo subió al escenario y solo se dedicó a escuchar. Las cuatro sillas iluminadas son ocupadas, de izquierda a derecha, por Gabriel Pascal, Laura Almela, Hugo Hiriart, Martín Solares y Antonio Castro. Hugo se encorvaba, sonreía, miraba al suelo, reía, hacia un techito con su mano para mirar al frente. Castro evocó momentos con su maestro: “Discutíamos los jueves problemas de representación, entonces podía llegar cualquier persona y pararse en el escenario del teatro Santa Catarina. Hugo presentaba problemas como, por ejemplo, decía: ¿Cómo se representa un fantasma? ¿Cómo camina un fantasma? Todo el tiempo nos presentaba problemas de cómo llevar algo a escena. Salíamos todos de ahí corriendo a escribir, a producir, a hacer, y ese impulso para nuestra generación fue fundamental porque no había nada que nos pudiera prohibir imaginar algo”. Martín Solares relató el proceso de edición de El arte de perdurar y el Premio Mazatlán de Literatura que recibió por esa obra en 2011. Laura Almela, con sentido del humor, habló de sus aventuras como habitante en las obras de Hugo y el día que se conocieron: “Hice la carrera de teatro y recién egresada, iba yo persiguiendo a una víctima de mi amor, una persona con la que me pasó una historia, y vi que entró al teatro Juan Ruiz Alarcón. Entré y ¡chin! Había mucha gente. Gente que yo conocía del Centro Universitario de Teatro. Y estaba un hombre que caminaba, de un lado a otro, con un bastón y luego se reía (…). Me senté en la audición. Repartió unas hojas y yo decía ¿qué estamos leyendo? ¡Una mamá alemana! ¡ahora una luchadora de Alejandría! Para mí era como si me sacaran del tablero. Yo decía: para hacer esto tendría que estudiar meses de improvisaciones y de flagelo. Y Hugo así de: ‘¡vas, vas, vas!’ Y cuando acabó aquello, se acercó con su bastón. ¿Te acuerdas, Hugo? Fue mi bautizo. Me puso su bastón en el hombro y me dijo: (Laura Almela haciendo parodia de la voz grave de Hugo) ‘Tú eres actriz. Ven mañana. Te quedas en la obra’”. La anécdota es recibida con risas del público.
Develan finalmente una placa en la que se lee un comentario de Hugo sobre su propia obra: “Teatro El Milagro rinde homenaje a Hugo Hiriart. ‘Intenté hacer un teatro de juegos, con humor, basado en el absurdo, la ironía y la parodia’. Ciudad de México, 27 de febrero del 2024”. Otra tanda de aplausos. Hugo recibe la ovación desde su silla, iluminado al centro del escenario, mirando al público con incomodidad y tal vez, en su interior, con mucha alegría. Todos nos paramos y seguimos aplaudiendo por más de un minuto. Alguien comienza a tomar selfies grupales, de esas que no le gustan mucho al homenajeado. Gabriel Pascal invita al público a volver a la planta baja y tomar mojitos. Ángel se aproxima y enrosca su brazo al de Hugo para sacarlo del mar de gente. El señor que hace un rato tomaba mezcal en la entrada dice de broma: “¡Hugo! Vamos por unos mojitos. Jajajá”. Luego se toma una foto con él. “¡Ah, qué bruto! Quería tomar foto, pero es video. Salimos como Los locos Adamms. Jajajá”. Hugo baja poco a poco las escaleras. Se detiene en cada escalón para leer las placas de otros que se hallan en las paredes del recinto. El señor de los chistes se acerca a mí y me dice: “¿Y tú que haces, eh? Pareces zopilote ahí nomás viendo a todos. Jajajá. ¿Qué anotas en tu cuadernito?”.
Todos beben y platican en la planta baja. Esta vez Hugo no está sentado en el sillón sino en una silla que han colocado para él y lo hace parecer el imán de nuestra noche. Todos lo rodean. Quieren contarle alguna anécdota, pedirle algún consejo, recordarle a alguien, mostrar su admiración, pero él sigue mejor escuchando y hablando poco. Antes de que pase una hora, toma el brazo de Ángel y los veo salir y subirse a su camioneta. El teatro se vacía, y es solo cuando Hugo ya no está que todos volvemos a casa. ~
(Ciudad de México, 1992) es escritor y editor. Es autor del libro de cuentos Perfil del viento (Ediciones Sin Nombre, 2021), editor en Ediciones Piedra del Río y jefe de redacción de la revista Punto de Partida.