Apologistas de El Chapo

Es lamentable que a un hombre como El Chapo, muchos lo vean como un "héroe", "un chingón", "un genio".  
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La escena sucedió en Miami el jueves por la noche. Tras ganar el galardón al “mejor artista urbano” en los Premios Juventud que organiza Univisión, el cantante cubano-americano Pitbull decidió soltar una curiosa perorata dirigida a Donald Trump. Confesó haberse hospedado en sus hoteles y volado en su helicóptero. Pero se dijo decepcionado: “Lo tenía en otra visión (sic) a este tipo”. Y arremetió: “Más que nada soy latino”, dijo Pitbull, “¡Donald Trump no puede ser presidente!”. Hasta ahí, todo bien. Simpático y ocurrente como acostumbra, Pitbull había recetado un par de cachetadas con guante blanco bien puestas. Pero el cantante no había terminado. Rebasado por la adrenalina, soltó la siguiente joya: “Trump: ¡ten cuidado con El Chapo, papo!”. El público respondió con una ovación estruendosa.

Confieso que mi reacción ante el exabrupto fue la opuesta. ¿Sabía realmente Pitbull lo que estaba diciendo? ¿De verdad reflexionó lo que implica regodearse con la supuesta (probablemente falsa, diría yo) amenaza de un narcotraficante contra un hombre como Trump, por más desagradable que sea? Pero más importante todavía: ¿sabrá Pitbull quién es en realidad ese “Chapo” que le llenó la boca?

Valga un esbozo.

Durante más de veinte años, Joaquín Guzmán ha sido el narcotraficante más poderoso del planeta. Ha envenenado a millones de personas a través de su imperio criminal, que alcanza casi el medio centenar de países. Distintas versiones lo señalan como responsable de asesinar al menos a dos mil personas. Hay quien dice que el propio Guzmán admitió que el número en realidad rebasaba los tres mil. Su ambición lo llevó a desatar conflictos criminales que hundieron en el terror a regiones enteras de México. De acuerdo con un informe del Cisen presentado hace un lustro sobre el “Fenómeno Delictivo en México”, Guzmán y su grupo estuvieron involucrados en casi 84% de los más de 22 mil asesinatos vinculados al crimen organizado entre el 2006 y el 2010. Por si fuera poco, su inmensa red de complicidades sacó provecho de la corrupción mexicana, pero también hizo mucho por alimentarla.

Ese es el hombre al que Pitbull decidió honrar con su frívola mención laudatoria.

Ese es el hombre al que aplaudió la multitud reunida en Miami —y no pocos en redes sociales, de inmediato.

Y ese es el hombre que, en un fenómeno lamentable, muchos celebran como “un héroe”, “un chingón”, “un genio”.

¿Qué explica esta dinámica? Primero habría que hacer distinciones geográficas. No es lo mismo encomiar la figura de Guzmán en Sinaloa que hacerlo en el resto de México. El papel de El Chapo en la sociedad sinaloense merece una reflexión más profunda. Aunque me atrevo a sugerir que, incluso ahí, con sus paisanos, su fama de Robin Hood es inmerecida. Pero si el culto a Guzmán en su tierra merece cuestionarse, lo que ocurre más allá de las fronteras sinaloenses, sobre todo en las redes sociales y los cafés de pose, merece reprobarse. Desde cualquier punto de vista, la posición moralmente digna es repudiar la figura de un criminal como Guzmán. No hay, en absoluto, ninguna virtud que lo redima, ni siquiera las anécdotas (posiblemente espurias) de su devoción por la asistencia social. El hombre ha hecho enorme daño y debemos tratarlo en consecuencia.

Nada de lo anterior resta indignación frente a la negligencia del gobierno mexicano. La fuga de Guzmán fue y seguirá siendo “imperdonable”, como lo es también la terquedad del secretario de Gobernación, que confunde la fortaleza bravucona con la falta de pudor. Tampoco exculpa a los funcionarios que por indolencia, soberbia o corrupción, permitieron el escape de Joaquín Guzmán. Osorio Chong debería renunciar y el gobierno mexicano debería asumir esta vergüenza internacional como lo que es: la oportunidad para marcar un parteaguas o la antesala de la condena al pantano. Si Enrique Peña Nieto no da un golpe de timón, puede no haber barco que llevar a puerto.

Pero mientras eso ocurre, los apologistas del Chapo Guzmán harían bien en leer la biografía de su ídolo. Tendrían que detenerse en cada detalle, estudiar la crueldad, la violencia y el apetito de poder y sangre. Nada de romántico tiene la figura. No es lo mismo un forajido idealista que un empresario del veneno y la muerte. Insistir en lo contrario es ceder a la peor forma de la frivolidad.

(Publicado previamente en el periódico El Universal)

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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