Cómo usar las páginas en blanco de los libros

Cómo usar las páginas en blanco de los libros

La presencia de páginas en blanco en los libros responde a distintos motivos. Este artículo describe algunas formas poco usuales de interpretarlas y aprovecharlas.
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En los primeros días de 2006, mientras trabajaba en los archivos de la University College de Londres, una librera llamada Susan Stead encontró un tesoro: un poema de puño y letra de Lord Byron, escrito en una de las páginas en blanco de un ejemplar del libro The Pleasures of Memory, de Samuel Rogers, impreso en 1810. El volumen había sido un regalo de Rogers, con la dedicatoria: “Al muy honorable lord Byron, de su obligado y fiel amigo”. Byron —una de las más grandes figuras del romanticismo inglés— lo devolvió al autor con un poema de agradecimiento, que comienza con las palabras “Ausente o presente aún para ti, mi amigo…” Estaba fechado en 1812 y fue incluido en un libro de Byron cuatro años después.

Si bien no tan trascendentes ese (tal documento es ahora el único manuscrito de un poema de Byron que se conserva), muchas veces las páginas en blanco de los libros nos hacen sentir ante la presencia de auténticos tesoros. Uno de los más comunes es una dedicatoria del autor, que convierte en especial a cualquier ejemplar. La dedicatoria de otra persona —pareja, amigo, familiar— hace del libro un capítulo en la historia de una relación, e incluso cuando desconocemos a sus protagonistas sentimos que el volumen cuenta con un aura particular, nos hace preguntarnos quiénes serán, qué habrá sido de ellos, qué les habrá pasado para que ese objeto, tan valioso en algún momento, acabara en una librería de viejo…

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Las hojas en blanco que aparecen al principio y al final de los libros se llaman páginas de respeto o de cortesía. Dadas las múltiples historias que esos espacios en blanco favorecen, el nombre parece apropiado. Sin embargo, no son las dedicatorias la única utilidad de esas páginas. También posibilitan las anotaciones por parte de las bibliotecas, los comentarios de evaluación en los trabajos académicos y otros apuntes en publicaciones más o menos técnicas.

No todas las hojas en blanco en los libros, de todos modos, son fruto del respeto o la cortesía del editor. La cantidad de las que aparecen al final, por ejemplo, a menudo depende de si la encuadernación exige alcanzar un número de páginas múltiplo de 4 u 8, en función de los pliegos y otros datos de la composición de cada ejemplar. Y otras son, por supuesto, producto del error. ¿Qué lector no ha sufrido la consternación de encontrar páginas en blanco en el libro que está leyendo y darse cuenta de que es víctima de un accidente imprenteril? A veces se puede reclamar en la librería que lo ha vendido, pero, por desgracia, no siempre el defecto se descubre a tiempo; los libreros en general se niegan a cambiar libros subrayados, anotados o con dedicatorias en sus páginas en blanco.

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En ciertas ocasiones, la página en blanco en medio de un libro llama a la confusión. ¿Está así por equivocación o a propósito? No siempre es fácil determinarlo. En un texto de ficción, puede que las consecuencias de esta duda no pasen de dotar al texto de una involuntaria ambigüedad, pero si se trata de un documento que exige rigor (una tesis doctoral, un contrato, un manual de instrucciones, etcétera) la situación puede provocar problemas. Así es como se originó la costumbre de incluir en esos casos la frase: “Esta página ha sido dejada intencionalmente en blanco”. Una frase, por cierto, esencialmente paradojal, dado que su presencia suprime el carácter blanco de la página.

A comienzos de la década de 2000, cuando el acceso a la web comenzaba a masificarse, un grupo de internautas desarrolló The “This Page Intentionally Left Blank” Project, es decir, el proyecto “Esta página ha sido dejada intencionalmente en blanco”. Los autores de la iniciativa eran personas que deploraban que ya casi no hubiera páginas en blanco, y que las que había, en lugar de incluir el mensaje clásico, se disfrazaran bajo un utilitarista For your notes (“Para tus notas”). Por eso, se propusieron introducir páginas intencionalmente en blanco en la web, y convocaban para ello a todos los hacedores de webs y blogs a unirse a la iniciativa y dejar alguna página en blanco en sus sitios.

“Un motivo —explicaban— es mantener vivo el recuerdo de estas famosas e históricas páginas en blanco. Pero la razón principal es ofrecer a quienes deambulan por internet un lugar de sencillez y tranquilidad en la superpoblada red. Una página en blanco para relajar la mente inquieta”.

Lamentablemente, la última actualización de la web del proyecto es de 2005. Y sin embargo algunas de las páginas en blanco que formaban parte del plan todavía se mantienen activas. O sea, sin nada más que la paradojal frase. El adjetivo activas aplicado a estas páginas encierra, desde luego, otra bonita paradoja.

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“Esta página ha sido intencionalmente dejada en blanco” fue también el título de una muestra inaugurada en abril de 2011 por el Centro Cultural Libertador Simón Bolívar, de Guayaquil. Como se trataba de obras de varios artistas emergentes que “esbozaban primeras instancias de líneas de investigación”, los curadores de la muestra consideraron que no debían “pretender encontrar un hilo conductor en un campo con prácticas artísticas de intereses y formalizaciones tan diversas y tempranas”. De esa forma, la exposición se convertía en “un lugar que permite una amplia gama de relaciones en donde el espectador/usuario es libre de toda lectura e interpretación”.

Los curadores cerraban su texto de presentación con una cita de Michel Foucault (tomada de Esto no es una pipa, su ensayo sobre Magritte publicado en 1981), según la cual “es ahí, en esos pocos milímetros de blancura, en la arena calma de la página, donde se anudan entre las palabras y las formas todas las relaciones de designación, de nombramiento, de descripción, de clasificación”.

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Entonces, formas de ver las páginas en blanco: como el espacio donde las relaciones definen lecturas e interpretaciones múltiples, pero también como espacios de tranquilidad, de sencillez, de activa calma, de una quietud engañosa, de duda, de ambigüedad, de respeto, de cortesía, de dedicatorias cariñosas, de historias que se cruzan, de amores que se pierden en la distancia.

Lord Byron, poco después de dedicar a Samuel Rogers aquel afectuoso poema, se enojó con él y en 1818 le dedicó una amarga sátira. Sin embargo, el manuscrito en una página que había quedado intencionalmente en blanco y que ahora duerme en volumen en el University College de Londres, permanece como una foto de aquella amistad.

Los ópticos explican que la luz blanca está compuesta por la superposición de todo el espectro de la luz visible. Tal vez en esa afirmación resida la clave de cómo usar las páginas en blanco de los libros: descansar la vista sobre ellas, relajar la mente inquieta, buscar la forma en que se anudan las relaciones entre las palabras y las formas y, de alguna manera, descomponer ese blanco en todos los colores que lo conforman. Y al fin, en todo caso, escribir algo en esa página en blanco. No seremos Lord Byron, pero quizá, quién sabe, estemos convirtiendo ese ejemplar en algo especial para algún lector del futuro.

 

 

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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