Zeno Cosini, protagonista de la novela de Italo Svevo La conciencia de Zeno (1923), acude a un médico especializado en afecciones nerviosas para que le libre de su “enfermedad del último cigarrillo”. La cura consiste en someter al paciente a descargas eléctricas que por supuesto no solucionan el problema. Así que Zeno intenta otra aproximación, para ver si así el médico comprende mejor lo que le ocurre y cambia de tratamiento: “No puedo estudiar e incluso las raras veces que me voy a la cama temprano, permanezco insomne hasta los primeros toques de campanas. Por eso vacilo entre el derecho y la química, porque esas dos ciencias exigen un trabajo que comience a una hora fija, mientras que yo no sé nunca cuándo podré haberme levantado”, le explica. El doctor asegura al paciente que también la cura del insomnio está en la electricidad.
Este reduccionismo frente a la dificultad de dormir podría haber sido otro de los ejemplos incluidos por Darian Leader en su libro ¿Por qué no podemos dormir? Nuestra mente durante el sueño y el insomnio (Sexto Piso, 2019; traducción de Albino Santos Mosquera). Leader es psicoanalista, miembro fundador del Centre for Freudian Analysis and Research, en Londres, y esporádico colaborador de The Guardian. En este breve ensayo de poco más de doscientas páginas se propone, por un lado, desmontar “el negocio del sueño”, y por otro explicar en qué consiste exactamente dormir, soñar y no poder hacerlo… a menudo desde la perspectiva de un psicoanalista, claro, lo cual puede no ser del agrado de todos. Por ejemplo: no podemos dormir por la culpa que sentimos, ya sea porque no hemos cumplido con todas nuestras obligaciones del día o porque hemos oído a nuestra madre quejarse en numerosas ocasiones de que cuando nosotros éramos pequeños no la dejábamos descansar por las noches; pero al mismo tiempo no dormir es un mecanismo de defensa para protegernos de los fantasmas de nuestro inconsciente que escapan a la censura durante las horas de descanso. (Freud no podía faltar.)
Leader invoca numerosas fuentes –incluidos Coleridge o Dickens–, pero solo hay una cita que repite dos veces, perteneciente a El insomnio, libro publicado por Gay Luce y Julius Segal en la década de los sesenta del siglo pasado: “solo hay un modo seguro de huir del insomnio […]: no nacer”. Y, siendo algo connatural al ser humano, y puesto que no somos todos iguales, el insomnio no puede considerarse una dolencia homogénea: sus causas dependen del “relato personal” de cada uno. Esta es la tesis defendida por el autor, avalada por numerosos casos clínicos que a un escéptico del psicoanálisis pueden parecerle disparatados. Pero eso habrá que dejárselo a los expertos, supongo… aunque el propio Leader dice que de eso no hay en el psicoanálisis, “solamente un heterogéneo surtido de inadaptados que aspiran, no a impresionar a sus pacientes con sus conocimientos, sino a aprender de esas personas”. (Se agradece el humor self-deprecating.)
Ahora bien, parece que sí hay que atreverse a cuestionar a los expertos en la ciencia del sueño que aíslan a las personas para hacerles electroencefalogramas mientras duermen en entornos que nada tienen que ver con su realidad cotidiana, ignorando su circunstancia y su historia íntima: estos expertos “no hacen más que postular otro sistema de creencias que, en el ámbito que nos ocupa, comporta una amalgama de doctrinas derivadas de las formas más reaccionarias de reduccionismo decimonónico”. Como el del médico de Zeno Cosini.
Estos reduccionistas del presente estarían detrás de ese “negocio del sueño” que se ha desarrollado en los últimos años: pastillas para conciliar el sueño a las que un porcentaje cada vez mayor de personas son adictas, especialmente los jóvenes; colchones milagrosos; lámparas especiales para controlar uno de los zeitgebers (claves externas que ayudan a regular el ciclo circadiano), la luz… Dormir es hoy en día otro producto de consumo. Y también una suerte de obligación puesto que garantiza cumplir con las exigencias del sistema capitalista: “Lo irónico del caso es que tanto ese sueño como su anulación sirven a un mismo señor: la productividad económica”. Leader trae a colación, en este sentido, que Aetna, una empresa de seguros estadounidense, pague una prima de veinticinco dólares por cada noche que los empleados duerman siete horas seguidas o más durante veinte días del mismo mes. La prueba de que se ha conseguido la aporta algún dispositivo tipo Fitbit. Por otro lado, Leader lamenta que el Gobierno español decidiera en 2006 prohibir a sus funcionarios que se echaran la siesta en su lugar de trabajo. (Tal cual.)
Pero igual estoy siendo demasiado injusta. Este ensayo tiene su interés, siempre y cuando se lea con la mente abierta. Y tiene partes bonitas, como cuando defiende la lectura de ficción previa al dormir. Aunque el motivo sea que no nos exige una respuesta, como hacen los correos electrónicos o los mensajes de móvil. Y porque a los insomnes nos ayuda a olvidarnos de la obsesión por dormirnos, una de las causas, precisamente, del insomnio.
Es editora y miembro de la redacción de Letras Libres.