El enfado por el cuadro de un revolucionario entaconado
Protestas a favor y en contra, la intervención de los funcionarios culturales para calmar las aguas y una cédula que tacha de inadecuada a la pintura son algunos de los ingredientes que aderezan el escándalo en torno a “La revolución”, pintura del artista visual chiapaneco Fabián Cháirez. Las reacciones revelan varios puntos interesantes. En primer lugar, que la moral sigue siendo el criterio con el que una buena parte de la sociedad mexicana juzga una obra de arte. Segundo, que a pesar de que las instituciones culturales dicen defender la libertad de artistas y curadores, ceden ante la presión de grupos que pretenden censurar al arte. Y, tercero, que los héroes nacionales siguen siendo figuras de bronce que no se pueden reinterpretar, porque sus familiares o seguidores mantienen el monopolio de su imagen.
Todo inició la semana pasada, cuando familiares de Emiliano Zapata, miembros de la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas y de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos llegaron al Palacio de Bellas Artes para retirar el cuadro por considerarlo “denigrante”. Los campesinos exigieron que el artista se disculpara de manera pública y algunos agredieron a activistas de la comunidad LGBTI. El cuadro no contiene ningún elemento que identifique al hombre desnudo con bigote y sombrero rosa con Zapata, incluso el propio Cháirez aclaró que la obra se llama “La revolución” porque pretende representar a todos los hombres que participaron en el movimiento y que, como en el resto de sus pinturas, pretende cuestionar las ideas en torno a la masculinidad en la sociedad mexicana.
No es la primera vez que Cháirez exhibe su cuadro. En 2015, se presentó en la galería José María Velasco del INBAL, y meses más tarde hizo una réplica mural que hasta la fecha decora el antro gay Marrakech, ubicado en el centro de la Ciudad de México.
El alboroto en torno a la pintura creció ante la actitud que asumieron los funcionarios culturales. Tras la primera protesta de las asociaciones campesinas y los familiares de Zapata, el Palacio de Bellas Artes y la Secretaría de Cultura se pronunciaron en favor de la libertad de creación a través de un comunicado: “Respetamos los procesos creativos de la comunidad artística y las diversas expresiones en una sociedad plural y democrática que se fortalece a través del diálogo”. Pero su postura quedó opacada por la petición que López Obrador le dirigió a Alejandra Frausto para que “conciliara” con los inconformes por el cuadro. Al final, la Secretaría de Cultura atendió la solicitud presidencial y llegó a un acuerdo con los familiares de Zapata: permitir que el cuadro se exhiba junto a una cédula donde se aclare que la familia no aprueba esa representación del general revolucionario, así como retirar la imagen de los carteles promocionales de la exposición. Cháirez, como cualquier otro artista, está en su derecho de pintar lo que desee, pero la institución tuvo un gesto censor al insertar una cédula ajena a la exposición que impone una lectura prejuicidada de la pieza. Este acto tendría razón de ser si el cuadro promoviera el odio o hiciera una apología del crimen, como algunos museos han hecho con obras que podrían ofender a sobrevivientes del Holocausto, pero la pintura de Cháirez no podría considerarse un ataque a los campesinos. Esta reacción sienta un precedente, ¿la Secretaría de Cultura ahora también fungirá como organismo censor del arte? ¿Pasará esto con otras manifestaciones artísticas, por ejemplo poemas, obras de teatro o canciones que puedan ser consideradas irrespetuosas? De acuerdo con Cuauhtémoc Medina, curador en jefe del Museo Universitario de Arte Contemporáneo, “en lugar de un aparato de promoción artística, tenemos un aparato de contención y represión artística. Porque evitar que el desacuerdo emerja del campo cultural es tan grave como censurar las obras, es impedir los efectos que debe tener sobre la sociedad”.
El propósito de la exposición Emiliano. Zapata después de Zapata es mostrar la evolución iconográfica del Caudillo del Sur entre los siglos XX y XXI, pero las propias autoridades han violado la curaduría de Luis Vargas al preferir la concordia con los detractores que la libertad creativa. Este caso demuestra que todavía hay quienes piensan que la única manera “digna” de presentar a los héroes nacionales es como machos y valientes –lo contrario sería “denigrarlos”–, cerrando el espacio a nuevas interpretaciones. Sin embargo, el cuadro existe y, como Cháirez, hay varios creadores que están apostando por otras narrativas en torno a los hechos y figuras históricas.
El arte no tiene por qué ser placentero o decente. Su fin es perturbar, provocar preguntas, exponer problemáticas y abrir discusiones. Eso es lo que ha logrado “La revolución”, les guste o no a los familiares de Zapata.
30 años de vivir en Springfield
Los personajes amarillos más emblemáticos de la televisión acaban de cumplir tres décadas de existencia. Con 678 episodios, una película y las participaciones especiales de figuras del mundo del entretenimiento, de los deportes y hasta la política, Los Simpsons es más que la serie más larga de la historia de la televisión. Quizá el último fenómeno de la televisión animada en la era previa al streaming.
Desde su estreno en 1989, Homero y compañía han ampliado la definición de lo que debe ser una serie de comedia. El equipo comandado por Matt Groening apostó desde el inicio por el uso de la animación para hacer crítica política y social y exponer las complicadas dinámicas al interior de las familias, las escuelas y los trabajos. Bajo la sátira y las referencias a la cultura popular se encuentra una familia que se enfrenta a toda clase de problemas, los cuales van desde lo cotidiano –el bajo desempeño escolar de un hijo– hasta lo irrisorio –como impedir una invasión extraterrestre.
En los últimos años, el interés por Los Simpson ha estado más en aquellos detalles dentro de sus episodios que se volvieron realidad –por ejemplo, la presidencia de Donald Trump, avances tecnológicos y resultados de eventos deportivos– que en su estructura narrativa. Sin embargo, es esta la que ha garantizado su éxito. Los guionistas rastrean aquellos elementos involuntariamente humorísticos dentro de la cotidianidad –el insoportable vecino metiche– y los explotan hasta lograr un gag exitoso. Esto hace que por más inverosímiles que puedan ser las situaciones presentadas en el programa, los espectadores puedan identificar aquellos aspectos que les son cercanos. El resultado: personajes y situaciones capaces de sobrevivir el paso del tiempo.
El programa ha estado más tanto tiempo al aire que precede a muchos de sus espectadores. Pero ni siquiera en Springfield se han salvado de la invasión de las plataformas de streaming. A partir de noviembre, en Estados Unidos, y el siguiente año en América Latina, los fanáticos ya no dependerán de las repeticiones día y noche en canales de televisión abierta y de paga para ver la serie, pues en Disney+ podrán disfrutar de todos sus episodios menos uno, aquel de la tercera temporada donde aparece Michael Jackson, por las acusaciones de abuso infantil contra el cantante.
Mucho se ha rumorado en torno a su inminente final después de la compra de Fox por parte de Disney, pero mientras haya rosquillas, parece que Homero y compañía no planean irse pronto.
estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.