A Alena Kozak, in memoriam
El humor requiere del manejo de códigos culturales comunes, determinadas disposiciones éticas y cierta perspectiva sobre sí y sobre la vida que decline la solemnidad. La incongruencia y el equívoco provocan una mirada alternativa sobre lo real, la cual, además de divertir, puede desafiar las convenciones y los absolutismos tanto como arrodillarse ante los prejuicios. Me interesa el humor que desafía, presente en las finas manifestaciones del humor inglés, los casos, por ejemplo, de Oscar Wilde, la experta en estudios clásicos Mary Beard y la guionista y comediante Phoebe Waller-Bridge. También el que regala placer inmediato, presente en la plebeya “guachafita” caribeña, más dada a la broma chispeante que a desafiar el sentido del mundo. Por supuesto, admiro el humor amargo hispánico de Don Quijote, o la genialidad de los indígenas, quienes enviaron a los conquistadores a buscar El Dorado, la ciudad de oro, situada más allá de más nunca.
Para los solemnes, al estilo del personaje del padre Jorge –estocada de Umberto Eco al inmenso e irónico Borges en El nombre de la rosa–, el humor resulta una abominación. La risa, manifestación orgánica que nos inunda de placer vía deliciosas sustancias químicas, resulta adictiva. Reírse de Dios es un riesgo muy real, sea cual sea su nombre: Yahvé, Jesús, la Virgen, Fidel Castro, Adolfo Hitler o Hugo Chávez. Hay uno de sus nombres que no menciono porque no quiero para Letras Libres el destino del semanario Charlie Hebdo, ni ofender a esa curiosa izquierda preocupada por todas las religiones menos por la cristiana.
La blasfemia, en palabras del escritor venezolano Miguel Otero Silva en el prólogo de Las celestiales, forma parte raigal del catolicismo, tal cual lo expresó genialmente el gran crítico literario Mijaíl Bajtin en La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de Francois Rabelais, todo un manifiesto antiestalinista en plena Rusia soviética, lo cual evidencia un humor suicida. Las celestiales –una serie de coplas ilustradas por el caricaturista y artista plástico Pedro León Zapata y acompañadas de pequeñas hagiografías, publicada en los años sesenta del siglo pasado–, fue quemado en Venezuela por iniciativa de la iglesia católica, más seria que un revólver sin seguro y con una vieja inclinación histórica por las hogueras. No obstante, numerosos pecadores de distintos sexos y géneros se aprendieron de memoria las coplas al estilo de: “Cuando el portal de la Gloria / lo toca un muerto de izquierda / se asoma Dios en persona / para mandarlo a la mierda”.
Yo no veo aquí blasfemia, pues lo menos que podemos esperar de Dios es que proceda así con los tiranos de cualquier signo político, a menos que tenga razón el Satanás de Paraíso perdido, de John Milton, al calificarlo de “burócrata estreñido”, salida demoníaca citada por Terry Eagleton en Humor. En la novela La broma, de Milan Kundera, un chiste malo sobre León Trotsky, enemigo de todos los verdaderos comunistas del universo en la primera mitad del siglo XX, provoca la desgracia del protagonista, convertido en un apestado por cuenta de un ataque general de estreñimiento de la nomenclatura del partido.
No todos los dioses son tan crueles; por fortuna hay dioses humorísticos, los griegos, capaces de burlarse de la cojera de Hefestos y de las salidas adúlteras de su adorada Afrodita. También tenemos dioses dignos de humor. La retirada del dios Lionel Messi del Barcelona, para integrarse al París Saint-Germain, ha provocado una obra maestra del humor involuntario, proveniente del tirano Nicolás Maduro. Maduro comentó que el Barcelona había sido muy cruel con Messi, un buen muchacho que tanto le había dado al equipo. Cómo es posible que los propietarios no se hayan conmovido ni siquiera un poquito ante el llanto del pobre jugador. ¿Será que Messi va a vivir en París de las cajas de carbohidratos y grasa que de vez en cuando calman el hambre de millones de venezolanos? ¿El París Saint-Germain es una organización no gubernamental de carácter humanitario, como esas que se ocupan en Venezuela de ayudar a salvar las vidas que a Maduro le interesan menos que la del genial futbolista?
¿Cuáles son los límites del humor? No es una pregunta menor, pues de hecho acabo de rozar uno, la desgracia, sustento del humor negro. Cito a Eagleton: “Friedrich Nietzsche afirma que el animal humano es el único que se ríe porque sufre de una manera atroz y ha tenido que inventar un paliativo desesperado para su infortunio. El humor negro, sin embargo, no solo implica una negación de la muerte. Bajarle los humos a la muerte con una burla espontánea también nos ayuda a desahogarnos, a reducir nuestro pesar por el desasosiego que esta nos provoca”. De acuerdo, pero igual se puede ofender a otros de este modo. No cabe duda de que los límites del humor son sociales. Confieso que entre mi gente más cercana me permito burlas, chistes e ironías que no compartiría con otras personas, a pesar de que estoy convencida de que aquellos que no pueden reírse de todo no comprenden bien la desgracia ajena. En el humor también subyace una profunda humanidad, una tolerancia extrema ante las faltas del otro, el reconocimiento de que formamos parte de la única especie animal que ríe.
Citando a incontables fuentes, Eagleton advierte que el sentido del humor no prospera en sociedades totalitarias o sometidas a procesos revolucionarios; también comenta que el novelista victoriano George Meredith estaba convencido de que la igualdad entre el hombre y la mujer promueve la comedia, muy superior al melodrama, propio de sociedades donde estamos sujetas a los límites patriarcales. Como feminista no puedo estar más de acuerdo. Pienso que la primera gran desobediente de la historia, Eva, se lució como humorista al abrirnos las puertas de la risa con la expulsión del paraíso, un lugar con un monarca absoluto y eterno necesitado de muestras de lealtad, entre ellas no comer manzanas ni averiguar de qué se trata el mundo.
((Según Francois Rabelais en Gargantúa y Pantagruel, Eva fue tentada por una morcilla y no por una serpiente, polémica afirmación de cara a las ecofeministas y las feministas veganas, por no hablar de posibles debates abstrusos con los psicoanalistas y teólogos.
))
Lamento que en la literatura actual que conozco esté tan poco presente el humor, al igual que en el buen cine y las buenas series. Mucho drama y horror, alguna guachafita y poca risa inteligente. Siento a veces nostalgia del humor al estilo de Jorge Ibarguengoitia en Los relámpagos de agosto o de la ironía fastuosa, que tanto me ha hecho sonreír, de Teresa de la Parra en Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba.
Ante tan triste sentimiento solo resta acudir a uno de los mejores chistes de la historia: todo tiempo pasado fue mejor.
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.