Dudé cuando me propusieron el plan. ¿Una obra sobre el antisemitismo de Roald Dahl? ¿Da para tanto el tema? Estrenada en septiembre en el Royal Court Theatre, Giant ha sido transferida al Harold Pinter Theatre, donde seguirá representándose por lo menos hasta agosto. Como es sabido, que una pieza procedente de un teatro inglés acabe en el West End londinense es señal de triunfo. El hecho de que se trate de la opera prima de un autor (Mark Rosenblatt) con dos décadas de experiencia como director, aunque sin ninguna obra escrita hasta Giant, hace que su éxito resulte aún más llamativo.
Pero ¿de qué trata exactamente? Roald Dahl es uno de los autores de literatura infantil de más éxito en todo el mundo. Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate, El gran gigante bonachón o James y el melocotón gigante han vendido decenas de millones de ejemplares y arrasado en la gran pantalla. Lo que muchos ignorábamos es que Dahl fue un feroz detractor de Israel, y que algunas de sus invectivas traspasaron los límites de la crítica legítima para caer en el barro del antisemitismo.
En vísperas de la aparición de Las brujas (1983), el autor publicó un artículo sobre la guerra del Líbano donde vertió sus prejuicios contra los judíos. Rosenblatt parte de este hecho real para construir la trama: alarmada por el impacto que el escándalo resultante pueda tener en las ventas del libro, la editora americana de Dahl (un personaje ficticio llamado Jessie Stone) lo visita para pedirle que se disculpe públicamente. La acompaña el editor inglés (Tom Maschler, un personaje real). 1983 fue también el año en que Dahl abandonó a su mujer, tras tres décadas de matrimonio, por la amante con la que llevaba once años. Así que otro secundario es Felicity Crossland, la prometida de Dahl, a quien critica o defiende según la escena. Cierran el elenco la cocinera y el manitas de los Dahl, la una con más juicio que el otro, aunque el autor se deja influir más por el segundo. En cualquier caso, lo interesante –por la falta de confianza que revela– es que les pida consejo sobre si debe disculparse.
Estos seis personajes conversan en un sencillo escenario: toda la obra transcurre en el salón-comedor de la casa del autor, conocida como Gipsy House (se respetan las tres unidades clásicas de acción, lugar y tiempo). Pero la Gipsy House está en obras, lo que añade dinamismo: personajes entrando y saliendo, interrupciones… Los ruidos irritan a un Dahl que ya de por sí era quisquilloso. John Lithgow, un veterano actor americano, destaca con su espléndida interpretación del autor. Se dice que buena parte del presupuesto se ha destinado a pagar sus honorarios. De ser así, se trataría de un dinero bien empleado. Y no es solo porque el actor tenga un parecido físico extraordinario con Dahl. El texto de Giant, publicado antes de que comenzaran los ensayos, no incluye muchos de los matices que Lithgow aporta en escena.
Por ejemplo, en un momento álgido del segundo acto, cuando la editora americana (que es judía) se encara con Dahl, el autor pierde los papeles y vocifera “fucking Jews” [malditos judíos]. La acotación precisa que Jessie Stone debe sentarse lentamente, sin palabras, temblando. Lo que no indica es lo que yo vi en escena: el rostro de Lithgow, demudado, pasando de la ira al horror, como si a Dahl, por un instante, le repugnaran sus propios prejuicios, antes de volver a enrocarse. Ignoro si la idea fue del director (Nicholas Hytner) o de Lithgow, pero en todo caso el efecto fue sobrecogedor.
Por otro lado, tratándose de un tema tan espinoso, se agradecen los golpes de humor que contrapuntean el texto. El entregado público del Harold Pinter Theatre, lleno hasta la bandera, alternaba entre el estremecimiento y la carcajada. Algunos de los chistes más graciosos, cargados de ironía británica, no aparecen en el texto publicado, sino que también fueron añadidos en los ensayos.
Otra virtud de Giant es que no simplifica ni es oportunista. Escrita antes del ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, presenta un tema complejo sin pontificar, y permite que el espectador alcance sus propias conclusiones. Bruce Beresford, el director australiano de cine, me comentó que Giant no le había gustado porque parecía más una lecture [clase magistral] que teatro. Entiendo la crítica, pero a mí la obra me impresionó como un debate de altos vuelos, y me recordó a algunas piezas protagonizadas por Josep Maria Flotats (pienso, por ejemplo, en Voltaire/Rousseau: La disputa, 2025). Es un teatro en las antípodas de la pirotecnia, donde no hay acción, ni efectos especiales, ni pantallas; solo unos pocos, excelentes actores interpretando un texto brillante. No hace falta más.
La obra dura dos horas que pasan volando, si bien el primer acto ya pone todas las cartas sobre la mesa, por lo que resulta más atractivo. No hay materia nueva en el segundo, aunque mantiene la tensión (¿se disculpará Dahl?) y ofrece un desenlace satisfactorio. Por lo visto, el primer borrador de Rosenblatt daba para una obra del doble de duración, pero en sucesivas lecturas con los actores la fueron recortando (para bien).
Tras disfrutar de Giant, vuelo a Barcelona con ganas de compartir mi “descubrimiento”. En la calle me encuentro con un cartel de Josep Maria Pou anunciando el próximo estreno de Gegant en Cataluña, que luego llevará al resto de España como Gigante. He visto lo bastante de Pou para tener la certeza de que hará un gran trabajo. Y me enorgullece que una obra de estreno reciente y gran repercusión en Londres llegue en cuestión de meses al público catalán y castellano. Al revés no sucedería.