Lejos del glamur del Masters de Augusta o de la sobriedad del Open Británico, el US Open presume de ser un territorio salvaje, típicamente americano, hecho para mavericks y jornaleros del golf que no abruman con grandes vueltas sino que resisten y resisten con lo justo hasta acabar siendo los últimos en caer. No es de extrañar que Hollywood eligiera esta competición como escenario de una de las pocas películas sobre golf de la historia: aquella Tin Cup en la que un macarra venido a menos –Kevin Costner- conseguía superar una ronda previa tras otra para presentarse como amateur en el torneo y quedarse a un obstáculo de agua de ganarlo.
Sí, el US Open es el más “democrático” de los majors y a la vez es el más duro. Todos los años, la federación estadounidense elige entre sus campos más complicados para que el fin de semana se convierta en un infierno. No hace falta poner muchos árboles ni depender de la lluvia y el viento. El US Open es un torneo en el que, por ejemplo, uno puede acabar con cinco golpes sobre el par, como Geoff Ogilvy en 2006 o Ángel Cabrera en 2007… y aun así llevarse el trofeo a casa. De 2005 a 2016, solo cuatro golfistas consiguieron ganar el campeonato acabando el total de las cuatro rondas bajo el par. La gran excepción fue el norirlandés Rory McIlroy, que se impuso en 2011 con -16 y una diferencia de ocho golpes sobre el segundo clasificado, el australiano Jason Day.
¿Qué ha tenido de común esta edición de 2017 con aquella de 2011? Lo más obvio es que el ganador ha acabado con la misma ventaja de dieciséis golpes sobre el campo, pero las coincidencias no quedan ahí: en ambos casos, se ha elegido un campo de 72 golpes y no de 70, como suele ser lo habitual en este torneo. Aparte, aquel fue el primer grande para un jovencísimo McIlroy y este lo ha sido para Brooks Koepka, un nombre no muy conocido para el gran público pero que ya acabó undécimo el pasado Masters y ha sido top ten tanto en el Open Británico como en el Campeonato de la PGA.
Koepka, como McIlroy seis años atrás, consiguió acabar todas las vueltas bajo par, algo realmente extraño en un US Open y así se impuso contra todo pronóstico en una edición que no tuvo nada de infierno… salvo para los grandes campeones, que se vinieron abajo casi desde el primer día. El dato que más impresiona es que hasta 31 jugadores acabaron por debajo del par de campo y siete llegaron al -10, una cifra con la que se hubiera ganado cualquiera de los US Open de la historia salvo el citado de 2017 y el de 2000, cuando Tiger Woods se impuso en su querido Pebble Beach con un contundente -12.
Por las razones que fueran, este año Erin Hills fue casi un oasis. Ya el primer día, Rickie Fowler, ese eterno aspirante, sorprendió al mundo con un -7 en su primera vuelta, igualando el récord para una jornada de inauguración. Los buenos registros no se quedaron ahí, ni mucho menos: en la segunda vuelta, Hideki Matsuyama y Chez Reavie igualaban el registro y en la tercera, Justin Thomas, con un majestuoso eagle en el hoyo 18, alcanzaba el -9. Aquella fue, además, la mejor ronda de la historia del torneo.
Lo curioso de todas estas continuas e inesperadas exhibiciones es que ninguna estuviera protagonizada por alguno de los favoritos: el reciente campeón del Masters, Sergio García, se mantuvo entre los veinte primeros durante todo el torneo, sin llegar a estar nunca en la lucha por el título pero sin venirse abajo. No se puede decir lo mismo de Dustin Johnson, Rory McIlroy o Justin Rose, los tres clasificados entre los diez mejores del ranking y que ni siquiera pasaron el corte como tampoco lo hizo la gran promesa española, Jon Rahm. Ni siquiera estuvo demasiado fino Jordan Spieth, llamado hace dos años a convertirse en el nuevo Tiger Woods, y que acabó el torneo en trigésimo quinta posición y a trece golpes del vencedor.
En una última jornada plagada de segundos espadas –con la excepción, quizá, de Matsuyama y el propio Fowler- la lucha entre Koepka y el resto de enemigos se mantuvo en todo lo alto hasta el hoyo 14. Ahí, justo entrando en esos cinco hoyos finales de un grande que tanto suelen ahogar a los novatos, el estadounidense llevó su golf a otro nivel: birdie, birdie y birdie para sentenciar el torneo y ganar con cuatro golpes de diferencia sobre Matsuyama y Brian Harman, sin duda “la cenicienta” de esta edición. Esos cuatro golpes son la mayor ventaja de un ganador en cualquiera de los últimos nueve majors
En definitiva, el US Open se alejó de su vitola de trituradora pero reivindicó de nuevo su estatus como el torneo más impredecible del mundo. No es casualidad que nadie lo haya ganado en más de cuatro ocasiones: ni Jack Nicklaus, ni Ben Hogan, ni Bobby Jones lograron el quinto a lo largo de su carrera y Tiger Woods parece condenado a quedarse en los tres entorchados. Las últimas nueve ediciones han presentado nueve campeones diferentes. Lo dicho: puede que no haya chaquetas verdes ni recepciones de etiqueta, pero si se dice que el baloncesto de verdad se juega en las calles, igual podría decirse que el golf más rudo y más luchador solo puede verse en el US Open. El golf de los Thomas, los Harman y los Koepka. La clase media, buscando su momento de gloria.
(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.