Algo grave está ocurriendo en Estados Unidos. Si todos los modelos estadísticos previos a la elección del día de hoy dan en el blanco, el Partido Demócrata perderá el control de la Cámara de Representantes y estará cerca de un fracaso similar en el Senado. Pero el resultado no es lo más alarmante. Lo que de verdad preocupa es la consolidación de una moda que es también un mal augurio para ese país: la nueva fortaleza del más vulgar populismo. Es probable que varios legisladores de larga y respetable carrera dejen hoy su sitio a políticos ingenuos, mal preparados y, en algunos casos, mal intencionados. En pocas palabras, el país parece estar envuelto en una suerte de “palinización”. La ignorancia y la frivolidad se han vuelto rasgos glamorosos, deseables en varias regiones estadunidenses, donde el electorado ha confundido su molestia con el “gobierno” con un nuevo y peligroso desprecio por el “gobierno, con la idea misma del Estado moderno” (como ya lo explicaba Nicholas Lemann en la revista The New Yorker hace un par de semanas).
Pero algo mucho más serio —y, para nosotros, doloroso— está ocurriendo allá, esta vez con los votantes hispanos. Hace un par de meses advertí del peligro de que el electorado hispano se declarara en una suerte de huelga de participación, abandonando a los demócratas a su suerte después del evidente desdén del gobierno de Barack Obama, que prefirió apostar su capital político a una agenda muy diferente a la que había prometido a los latinos en la campaña de 2008. Apenas hace unos días, el Pew Hispanic Center revelaba un estudio en el que los votantes hispanos manifestaban una apatía alarmante: apenas una tercera parte había considerado acudir a las urnas, una diferencia de casi 20 puntos con el sector demográfico más cercano. Y aunque 65 por ciento de los votantes latinos se reconocían demócratas, más de 50 por ciento lamentaba que Barack Obama haya hecho poco por la comunidad hispana. No se necesita ser un genio para identificar el origen —y la gravedad— de este déficit de entusiasmo.
Si las encuestas de salida confirman que los hispanos en Estados Unidos prefirieron quedarse en casa antes que ir a votar, la agenda latina, que tanto había avanzado en los últimos años, sufrirá un revés severísimo en el peor momento posible. Era justo ahora cuando los hispanos debían estar a la altura de aquel llamado a la acción política que abundaba en las marchas pro reforma migratoria de hace un par de años: “Hoy marchamos, mañana votamos”. Porque resulta que, justo en este ciclo electoral, los hispanos han sido usados, vilipendiados y agredidos como nunca antes. Aun así, parecen decididos a abstenerse, incluso en estados donde tienen un enorme peso. Aquí algunos ejemplos. Sharron Angle, la candidata ultraconservadora que hoy seguramente vencerá a Harry Reid, el líder demócrata en el Senado, ha exacerbado el odio a los migrantes para entusiasmar al voto xenófobo en Nevada, un estado particularmente golpeado por la crisis económica. ¿Porcentaje de hispanos en Nevada? 32 por ciento. En Colorado, Tom Tancredo, quizá uno de los racistas más despreciables de la última década en EU, tiene posibilidades de ganar la elección para gobernador. ¿Porcentaje de hispanos en Colorado? 17 por ciento. Y el colmo: en Arizona, la inefable Jan Brewer, impulsora de la SB1070, probablemente obtendrá la reelección. ¿Y el porcentaje? 29 por ciento de Arizona es hispana. Sin comentarios.
Sobra decir que el hartazgo hispano es comprensible: han sido muchos años de lucha para obtener un auténtico palmo de narices. Pero ceder a la apatía cuando la amenaza toca a la puerta, equivaldría a una derrota histórica. La influencia política se conquista en las urnas a lo largo de décadas, no de años. Si, desanimados, los hispanos abandonan la participación electoral, estarán atentando contra sus propios intereses. Y, peor aún, estarán enviando el único mensaje prohibido en cualquier lucha política: el de la debilidad.
– León Krauze
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.