Foto: Sergei Chuzavkov/SOPA Images via ZUMA Press Wire

Ínclita fama

Hace falta gran estatura moral para respetar al valiente que se vuelve un obstáculo. Por eso no faltan voces que pretendan ridiculizar a los valientes.
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Tucídides nos cuenta en su Historia de la guerra del Peloponeso un acto de extorsión. Los atenienses envían una embajada a la isla de Melos para exigirles tributo. Los melios intentan recurrir a argumentos de justicia, pero los atenienses los paran en seco. Dicen que las razones de derecho solo se aplican cuando existe un equilibrio de fuerzas. Entretanto, “los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”.

Esta famosa sentencia proviene de la traducción al inglés de Richard Crawley en el siglo diecinueve. Las tres traducciones que tengo en español son flojas. “Los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan”, dice Gredos. “Pero cuando los flacos contienden sobre aquellas cosas que los más fuertes y poderosos les piden y demandan, conviene ponerse de acuerdo con éstos para conseguir el menor mal y daño posible”, galimatiza Orbis. “Los poderosos hacen lo que les permiten sus fuerzas y los débiles ceden ante ellos”, escribe Planeta.

En el ánimo de los melios prevaleció lo que consideraban justo y digno, esa idea de que más vale morir de pie que vivir de rodillas, aunque siempre con la esperanza de ganar para vivir de pie. Su final fue funesto. Los atenienses acabaron por matar a todos los melios adultos y redujeron a la esclavitud a niños y mujeres.

Ante tal desenlace cabe hacerse la pregunta: ¿No habría sido mejor someterse desde un principio? La visión práctica no siempre se lleva bien con la dignidad, la justicia, la osadía, el valor o la audaz confianza de que el débil pueda vencer al fuerte.

Uno de las mayores virtudes en aquel mundo griego era la valentía; mas no por eso los atenienses optaron por admirar a los melios. Hay valentías que incomodan a la conveniencia. Hace falta gran estatura moral para respetar al valiente que se vuelve un obstáculo. Por eso no faltan voces que pretendan ridiculizar a los valientes.

¿Para qué?, preguntan sobre los trescientos espartanos en las Termópilas. ¿Para qué?, sobre la resistencia de los judíos en Masada. ¿Para qué?, sobre la insurrección de Varsovia y la del gueto de Varsovia. ¿Para qué?, preguntan hoy a los ucranianos los pocacosas que nada entienden del espíritu humano, del deseo de libertad, pero sí del recibo de gas.

Decía Heráclito: “La guerra es el padre de todo y el rey de todas las cosas; a algunos los ha hecho dioses y a otros hombres; a unos esclavos y a otros libres”. También crea muchos cadáveres y a los cobardes de siempre conocidos los hace lucir como eso mismo, aunque en tiempos de paz sean los más arrogantes. “La paix”, suelen decir.

Cosa extraña es que recibimos la palabra “guerra” de alguna germanía, pues pese a tanta literatura clásica sobre el tema, no usamos el griego πόλεμος ni el latín bellum, raíces de las que engendramos términos como “polémica” o el “bélico”.

Ahora que nos olvidamos de ciertos valores clásicos, hay que recordar a Aquiles, héroe que tomaban como ejemplo los jóvenes niños griegos, y muy importante era el pasaje del canto IX de la Ilíada, donde corrían estas palabras: “Si sigo aquí luchando en torno de la ciudad de los troyanos, se acabó para mí el regreso, pero tendré gloria inconsumible; en cambio, si llego a mi casa, a mi tierra patria, se acabó para mí la noble gloria, pero mi vida será duradera”. Y en otra traducción: “Si me quedo aquí a combatir en torno de la ciudad troyana, no volveré a la patria tierra, pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la ínclita fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no me sorprenderá tan pronto”.

“Gloria inconsumible”, “ínclita fama”, esas palabras de profesor de clásicos más que de Aquiles.

Pero aquellos héroes eran de aquellos días, y si también entonces abundaron los esclavos es porque muchos eligieron la vida larga antes que el sacrificio heroico. Hoy como siempre, una mayoría desea una larga vida, así sea con cargo a la libertad. No cualquiera está dispuesto a jugársela como lo hicieron los habitantes de la isla de Melos.

El estado de derecho se inventó para que nadie tenga que arriesgar la vida en la cotidianeidad, y así la valentía se vuelve una virtud oxidada en el cajón. Por eso cuando llegan personajes con el mismo antiguo cuento de que “los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”, la víctima tiene el derecho de darle la espalda a Aquiles y desechar ideas de ínclita fama, que comoquiera morir asesinado no otorga ninguna gloria inconsumible.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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