Ilustración: Éramos Tantos

Japón Corea 2002: La escalera de Ronaldo

La temporada mundialista es una de nostalgia, de episodios memorables, de escenas, objetos que condensan años. Esta serie repasa los mundiales más recientes y los sucesos cautivadores de cada uno.
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1.

Deténgase a pensar, si es tan amable, en la última vez que subió una escalera. No importan los peldaños, ni tiene que ser la del herrero que instala una cornisa. Un escalón o dos, algo simple. Mejor aún, la última vez que descendió de un transporte –público, privado, da igual– y tuvo que flexionar las rodillas, por turnos, para salvar la distancia y quedar de pie sobre la tierra. Qué fácil cuando las articulaciones están frescas; qué trabajoso cuando hay algo de sobrepeso; qué engorro cuando el cartílago parece cartón piedra. Sea cual sea su situación –la dos, para este servidor–, ese simple movimiento, el de la flexión y estiramiento, fue por varios meses una imposibilidad anhelada por el mejor jugador de futbol del momento.

Mejor jugador del mundo es una frase engañosa. Porque cómo tazar ese dominio. El futbol, como actividad, implica once tipos en distintas partes del campo, especializados en actos varios y con funciones a veces tan divergentes que parecieran estar jugando deportes contrarios. Sucede además que todos son esenciales para que el futbol tenga lugar. Como en los autos que los minúsculos tornillos que sujetan al motor son tan cruciales como el engrane de los cambios o el pedal del acelerador. Entonces ¿cómo concluir que este o aquel es el mejor jugador de futbol? Quizá sea más cercano a la verdad replantear la frase así: “…la flexión y estiramiento, fue por varios meses una imposibilidad anhelada por el mejor jugador de futbol del futuro Mundial Corea Japón 2002”.

Mejor pero engorrosa, confusa por los tiempos. Lo que quise decir es que el jugador será el mejor de un evento que aún no sucede porque nos referimos a su estado –el lastimoso estado de quien anhela poder mover la parte baja de la pierna con la normalidad de un contador bajando del autobús– acontecido tiempo antes. 12 de abril de 2000, empecemos por ahí. El jugador en cuestión está de vuelta en una cancha húmeda del Olímpico de Roma. Entra de cambio, porque hace seis meses que tuvo que parar por una lesión en un tendón de la rodilla derecha. El pase viene botando, controla el balón de cara al arco –por ahí del minuto sesenta y tantos, su equipo un gol abajo– y en el intento por hacer ese movimiento tan suyo, de pronto termina en el piso con las manos en la rótula.

 

 

Ahí lo ve; lo habrá visto en su momento. Qué remedio: al quirófano y al psicólogo –qué poca envidia da Ronaldo quejándose en el césped ese día. Era el monstruo de las piernas motorizadas, una gambeta de magnitud prehistórica galopando por un pasto, una irreprimible definición y una sonrisa de dientes zambos. ¿Cómo no iban a estar hechas jirones sus rodillas, tanto karma acumulado por las humillaciones repartidas a mansalva?

https://www.youtube.com/watch?v=y-P8owvfsOs

Esa tarde no era más: un grito, unas nervaduras chispadas de dolor y una carrera a punto de ser solo cicatriz.

 

2.

Solo tengo dos recuerdos bien sujetos a la memoria cuando escucho las palabras “Mundial 2002”. Ambos son aéreos, ambos los he estilizado y ninguno tiene que ver con el brasileño Ronaldo ni con su equipo campeón.

El primero sucede en un estadio oscurecido por la distancia y la madrugada en la que presenciaba los partidos: Borghetti redirije un balón con la destreza vertebral de Linda Blair en su momento más poseso y deja al portero italiano igual de atónito que Jason Miller.


El otro acontece en el partido innombrable –la tragedia de Jeonju–; minuto 88 de un encuentro infausto: Rafa Márquez importa del videojuego el combo patada y cabezazo contra Cobi Jones. Ni gusto dio, tan humillante perder dos cero contra el gringo.

Ese Mundial, quizá por la insospechada manera en que México perdió el cuarto partido, para mi se transformó en una desorientación temporal parecida al jetlag. En vivo estuve presente pero fue hasta meses después que lo experimenté como debió haber sido. La Corea de Hiddink y la Turquía de Günes eran deslumbrantes por razones contrarias, pero no alcancé a tomar la dimensión de lo que hacían hasta tiempo después; no comprendí del todo la villanía de la dupla Byron Moreno y Gamal Al-Ghandour en su momento. Me cuesta trabajo ver la final, en la memoria. Para mí, en más de un sentido, se trata de un Mundial reconstruido. Como, para forzar la metáfora, se reconstruye una rodilla. Las partes están ahí –del Mundial, de la rodilla–, y lo que falta es paciencia para comprender qué fue lo que pasó.

 

3.

No consta en actas, pero no sería descabellado imaginar que Ronaldo soñó con una escalera, a la manera del patriarca Jacob, en algún momento de su convalecencia. Su fisioterapeuta personal, Nilton Petrone cuenta que lloraba y preguntaba si volvería a jugar al futbol, que la articulación de la pierna derecha, después del bisturí y la sutura del cirujano francés Gérard Saillant, parecía una pelota “de futsal”. Ayudado por las dosis de morfina que le atenuaban el dolor, habrá soñado con una escalera cuya punta tocaba el cielo y por la que subían y bajaban exfutbolistas retirados por las lesiones, algunos aún rengueantes pero sombras pálidas de lo que fueron, y unos más, seres de luz, que volvieron mejorados. Quién sabe. Lo que se sabe es que junto con el llanto y la duda, vino una recuperación de año y medio. Sesiones dobles, triples, internación en una clínica para restablecer la movilidad perdida, y más dudas. Ronaldo, otrora titán de piernas de otro tiempo, era tal vez el enésimo candidato a ser el recuerdo de un jugador que pudo haber sido descomunal. 

Brasil venía de perder con Francia la final, la del desmayo y el misterio y los goles de Zidane. Ronaldo tenía 21 en ese instante y proponían al Parque de los Príncipes como el escenario de su coronación. Terminó con los botines colgándole del cuello, mirando el piso. El 2002, a los 25 años, según las exigencias de la hoja de ruta de los ídolos, era el momento de la consolidación. Y, una vez comenzadas las eliminatorias, el brasileño negociaba con sus cartílagos doblar la pierna más de 130 grados.

Prácticamente no jugó partidos completos hasta el primero contra Turquía –en toda la temporada 2001-2002 pisó la cancha diez veces antes de este 3 de junio en Uslan. Marcó, claro. Y siguió marcando. Visto desde la perspectiva previa al 2000, hay quienes dicen que no jugaba con la misma potencia hiperbólica. En mi propio Mundial reconstruido me parece que sí, que no era esa fuerza de la naturaleza que hacía retumbar la cerveza dentro de los vasos en el estadio. Pero casi. Era casi igual. Jugaba con la misma eficiencia, con el mismo dominio y la misma presencia. Un tipo con una rodilla sostenida por el ingenio de la ciencia y la vehemencia curativa del cuerpo,  parecía no haber estado fuera dieciséis meses. Eso sí, se cansaba. Cuenta que los días pos partido eran terribles, que le dolían los músculos. Y los medios azuzaban la flama de la recaída: que si tenía una molestia en el aductor, otra dolencia en la ingle, una más en las rodillas. Era como si tuvieran dinero invertido en el tropiezo de su nueve.

 

4.

En un entrenamiento previo a la semifinal, ya con cinco goles en la cuenta, Ronaldo salió a la cancha de prácticas con una novedad: el flequillo visera. Casi a rape todo el cráneo salvo por la parte más frontal. Como alguien queriendo acolchonar los futuros remates del balón, como alguien preocupado por no ceder a la calvicie, como alguien que estuviera queriendo rellenar el frente de un sombrero, como alguien que quisiera hacerle un homenaje al sol naciente o poniente. Como alguien que quisiera probar algún postulado de la geometría. Como alguien, según dijo mucho tiempo después, que quería hacerse un corte de pelo tan irremediablemente feo que se dejara de hablar de sus fibras musculares, de sus huesos y tendones y solo se hablara de ese fleco escandaloso. Brasil ganó la semifinal. Claro, Ronaldo marcó. Dos veces más en la final. Se llevó la bota de goleador y el mote del mejor jugador del momento.

 

5.

¿Habrá visto Ronaldo, en este sueño hipotético, sus dientes zambos y su copete en comba alzando la Copa en el estadio Internacional de Yokohama?

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(ciudad de México, 1980) es ensayista y traductor.


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