1.
DetĆ©ngase a pensar, si es tan amable, en la Ćŗltima vez que subiĆ³ una escalera. No importan los peldaƱos, ni tiene que ser la del herrero que instala una cornisa. Un escalĆ³n o dos, algo simple. Mejor aĆŗn, la Ćŗltima vez que descendiĆ³ de un transporte āpĆŗblico, privado, da igualā y tuvo que flexionar las rodillas, por turnos, para salvar la distancia y quedar de pie sobre la tierra. QuĆ© fĆ”cil cuando las articulaciones estĆ”n frescas; quĆ© trabajoso cuando hay algo de sobrepeso; quĆ© engorro cuando el cartĆlago parece cartĆ³n piedra. Sea cual sea su situaciĆ³n āla dos, para este servidorā, ese simple movimiento, el de la flexiĆ³n y estiramiento, fue por varios meses una imposibilidad anhelada por el mejor jugador de futbol del momento.
Mejor jugador del mundo es una frase engaƱosa. Porque cĆ³mo tazar ese dominio. El futbol, como actividad, implica once tipos en distintas partes del campo, especializados en actos varios y con funciones a veces tan divergentes que parecieran estar jugando deportes contrarios. Sucede ademĆ”s que todos son esenciales para que el futbol tenga lugar. Como en los autos que los minĆŗsculos tornillos que sujetan al motor son tan cruciales como el engrane de los cambios o el pedal del acelerador. Entonces ĀæcĆ³mo concluir que este o aquel es el mejor jugador de futbol? QuizĆ” sea mĆ”s cercano a la verdad replantear la frase asĆ: āā¦la flexiĆ³n y estiramiento, fue por varios meses una imposibilidad anhelada por el mejor jugador de futbol del futuro Mundial Corea JapĆ³n 2002ā.
Mejor pero engorrosa, confusa por los tiempos. Lo que quise decir es que el jugador serĆ” el mejor de un evento que aĆŗn no sucede porque nos referimos a su estado āel lastimoso estado de quien anhela poder mover la parte baja de la pierna con la normalidad de un contador bajando del autobĆŗsā acontecido tiempo antes. 12 de abril de 2000, empecemos por ahĆ. El jugador en cuestiĆ³n estĆ” de vuelta en una cancha hĆŗmeda del OlĆmpico de Roma. Entra de cambio, porque hace seis meses que tuvo que parar por una lesiĆ³n en un tendĆ³n de la rodilla derecha. El pase viene botando, controla el balĆ³n de cara al arco āpor ahĆ del minuto sesenta y tantos, su equipo un gol abajoā y en el intento por hacer ese movimiento tan suyo, de pronto termina en el piso con las manos en la rĆ³tula.
AhĆ lo ve; lo habrĆ” visto en su momento. QuĆ© remedio: al quirĆ³fano y al psicĆ³logo āquĆ© poca envidia da Ronaldo quejĆ”ndose en el cĆ©sped ese dĆa. Era el monstruo de las piernas motorizadas, una gambeta de magnitud prehistĆ³rica galopando por un pasto, una irreprimible definiciĆ³n y una sonrisa de dientes zambos. ĀæCĆ³mo no iban a estar hechas jirones sus rodillas, tanto karma acumulado por las humillaciones repartidas a mansalva?
Esa tarde no era mƔs: un grito, unas nervaduras chispadas de dolor y una carrera a punto de ser solo cicatriz.
2.
Solo tengo dos recuerdos bien sujetos a la memoria cuando escucho las palabras āMundial 2002ā. Ambos son aĆ©reos, ambos los he estilizado y ninguno tiene que ver con el brasileƱo Ronaldo ni con su equipo campeĆ³n.
El primero sucede en un estadio oscurecido por la distancia y la madrugada en la que presenciaba los partidos: Borghetti redirije un balĆ³n con la destreza vertebral de Linda Blair en su momento mĆ”s poseso y deja al portero italiano igual de atĆ³nito que Jason Miller.
El otro acontece en el partido innombrable āla tragedia de Jeonjuā; minuto 88 de un encuentro infausto: Rafa MĆ”rquez importa del videojuego el combo patada y cabezazo contra Cobi Jones. Ni gusto dio, tan humillante perder dos cero contra el gringo.
Ese Mundial, quizĆ” por la insospechada manera en que MĆ©xico perdiĆ³ el cuarto partido, para mi se transformĆ³ en una desorientaciĆ³n temporal parecida al jetlag. En vivo estuve presente pero fue hasta meses despuĆ©s que lo experimentĆ© como debiĆ³ haber sido. La Corea de Hiddink y la TurquĆa de GĆ¼nes eran deslumbrantes por razones contrarias, pero no alcancĆ© a tomar la dimensiĆ³n de lo que hacĆan hasta tiempo despuĆ©s; no comprendĆ del todo la villanĆa de la dupla Byron Moreno y Gamal Al-Ghandour en su momento. Me cuesta trabajo ver la final, en la memoria. Para mĆ, en mĆ”s de un sentido, se trata de un Mundial reconstruido. Como, para forzar la metĆ”fora, se reconstruye una rodilla. Las partes estĆ”n ahĆ ādel Mundial, de la rodillaā, y lo que falta es paciencia para comprender quĆ© fue lo que pasĆ³.
3.
No consta en actas, pero no serĆa descabellado imaginar que Ronaldo soĆ±Ć³ con una escalera, a la manera del patriarca Jacob, en algĆŗn momento de su convalecencia. Su fisioterapeuta personal, Nilton Petrone cuenta que lloraba y preguntaba si volverĆa a jugar al futbol, que la articulaciĆ³n de la pierna derecha, despuĆ©s del bisturĆ y la sutura del cirujano francĆ©s GĆ©rard Saillant, parecĆa una pelota āde futsalā. Ayudado por las dosis de morfina que le atenuaban el dolor, habrĆ” soƱado con una escalera cuya punta tocaba el cielo y por la que subĆan y bajaban exfutbolistas retirados por las lesiones, algunos aĆŗn rengueantes pero sombras pĆ”lidas de lo que fueron, y unos mĆ”s, seres de luz, que volvieron mejorados. QuiĆ©n sabe. Lo que se sabe es que junto con el llanto y la duda, vino una recuperaciĆ³n de aƱo y medio. Sesiones dobles, triples, internaciĆ³n en una clĆnica para restablecer la movilidad perdida, y mĆ”s dudas. Ronaldo, otrora titĆ”n de piernas de otro tiempo, era tal vez el enĆ©simo candidato a ser el recuerdo de un jugador que pudo haber sido descomunal.
Brasil venĆa de perder con Francia la final, la del desmayo y el misterio y los goles de Zidane. Ronaldo tenĆa 21 en ese instante y proponĆan al Parque de los PrĆncipes como el escenario de su coronaciĆ³n. TerminĆ³ con los botines colgĆ”ndole del cuello, mirando el piso. El 2002, a los 25 aƱos, segĆŗn las exigencias de la hoja de ruta de los Ćdolos, era el momento de la consolidaciĆ³n. Y, una vez comenzadas las eliminatorias, el brasileƱo negociaba con sus cartĆlagos doblar la pierna mĆ”s de 130 grados.
PrĆ”cticamente no jugĆ³ partidos completos hasta el primero contra TurquĆa āen toda la temporada 2001-2002 pisĆ³ la cancha diez veces antes de este 3 de junio en Uslan. MarcĆ³, claro. Y siguiĆ³ marcando. Visto desde la perspectiva previa al 2000, hay quienes dicen que no jugaba con la misma potencia hiperbĆ³lica. En mi propio Mundial reconstruido me parece que sĆ, que no era esa fuerza de la naturaleza que hacĆa retumbar la cerveza dentro de los vasos en el estadio. Pero casi. Era casi igual. Jugaba con la misma eficiencia, con el mismo dominio y la misma presencia. Un tipo con una rodilla sostenida por el ingenio de la ciencia y la vehemencia curativa del cuerpo, parecĆa no haber estado fuera diecisĆ©is meses. Eso sĆ, se cansaba. Cuenta que los dĆas pos partido eran terribles, que le dolĆan los mĆŗsculos. Y los medios azuzaban la flama de la recaĆda: que si tenĆa una molestia en el aductor, otra dolencia en la ingle, una mĆ”s en las rodillas. Era como si tuvieran dinero invertido en el tropiezo de su nueve.
4.
En un entrenamiento previo a la semifinal, ya con cinco goles en la cuenta, Ronaldo saliĆ³ a la cancha de prĆ”cticas con una novedad: el flequillo visera. Casi a rape todo el crĆ”neo salvo por la parte mĆ”s frontal. Como alguien queriendo acolchonar los futuros remates del balĆ³n, como alguien preocupado por no ceder a la calvicie, como alguien que estuviera queriendo rellenar el frente de un sombrero, como alguien que quisiera hacerle un homenaje al sol naciente o poniente. Como alguien que quisiera probar algĆŗn postulado de la geometrĆa. Como alguien, segĆŗn dijo mucho tiempo despuĆ©s, que querĆa hacerse un corte de pelo tan irremediablemente feo que se dejara de hablar de sus fibras musculares, de sus huesos y tendones y solo se hablara de ese fleco escandaloso. Brasil ganĆ³ la semifinal. Claro, Ronaldo marcĆ³. Dos veces mĆ”s en la final. Se llevĆ³ la bota de goleador y el mote del mejor jugador del momento.
5.
ĀæHabrĆ” visto Ronaldo, en este sueƱo hipotĆ©tico, sus dientes zambos y su copete en comba alzando la Copa en el estadio Internacional de Yokohama?
(ciudad de MĆ©xico, 1980) es ensayista y traductor.