Pido al lector que imagine lo siguiente, algo que podríamos llamar “la parábola del director”. Forma usted parte del consejo de administración de una empresa multimillonaria. Después de cumplir con el periodo previsto, el director general de la compañía tiene pensado retirarse. El consejo debe votar para elegir al sucesor. Los candidatos naturales son los directores de área, que conocen la operación cotidiana de la empresa. Uno a uno, dan a conocer sus proyectos, metas y, de manera crucial, sus logros previos. De pronto, entra a la sala de juntas el director, digamos, del área de producción, una parte crucial para la compañía. Usted y el resto de los consejeros se miran, sorprendidos. Todos saben que el responsable de producción no solo no ha dado resultados, sino que se ha encargado de endeudar a su área tomando decisiones encaminadas no a su operación eficaz, sino al impulso del propio director. El hombre, en resumen, ha demostrado no poder lidiar con las responsabilidades más elementales de su área. Bajo su mando, los empleados se sienten inseguros e inestables. Pero al director de producción le importa poco su historial. Él está convencido no solo de que merece permanecer en su puesto, sino, incluso, aspirar al de director general. Con esa confianza —y ese cinismo— se presenta ante usted y el resto del consejo de administración para pedir su voto. La pregunta es evidente: ¿apoyaría usted la candidatura de ese hipotético director de producción?
La respuesta es obvia. Nadie, en su sano juicio, votaría por un candidato que ha dado malos resultados y ha demostrado ineficacia en una posición que implica una responsabilidad menor a la que, en su delirio, aspira. Y no solo eso. En el mundo empresarial —donde el dinero no viene del “presupuesto” público sino del trajín diario de un equipo en una compañía privada sujeta al mercado— ningún subalterno tendría la desfachatez de postularse para el puesto inmediatamente superior a sabiendas de los miserables resultados que ha dado antes. La comparación vale la pena para desenmascarar uno de los vicios más acendrados de la política mexicana: el descaro de muchos políticos que se comportan precisamente como ese hipotético director de producción que pretende ocultar sus pobres resultados para engañar a medio mundo en una votación.
En ningún ámbito es más evidente esta dinámica que en la política a escala estatal y municipal. Veamos, de decenas, solo un caso. La ciudad de Tepic ha sufrido lo indecible en los últimos tiempos. De ser un lugar mayormente tranquilo, la capital de Nayarit es ahora la cuarta ciudad más insegura de México, con una tasa aterradora de homicidios per cápita. “El nivel de violencia que padece el estado es impresionante. Nunca antes visto. Nunca”, decía hace poco un bloguero nayarita. Desde hace un buen tiempo, el municipio de Tepic ha encabezado la lista de violencia en el estado. Por si eso fuera poco, el ayuntamiento está severamente endeudado. En suma, una situación crítica. ¿Cuál ha sido la reacción de Roberto Sandoval, el hombre que gobernó Tepic los últimos tres años? Elemental, mi querido Watson: buscar la gubernatura de Nayarit como candidato del PRI.
Lo increíble, por cierto, es que Sandoval supera por 15 puntos a su rival más cercano, la panista (sic) Martha García. ¿Cómo explicar la decisión de los votantes nayaritas? En buena medida, la responsabilidad es de nosotros, los periodistas. Muchos medios locales sobreviven gracias al dispendio del gobierno estatal. Los periodistas independientes no la pasan mejor: son presionados constantemente por los mismos actores. Es ahí donde la lupa de los medios nacionales resulta tan relevante. En este proceso electoral, como en los siguientes, los periodistas debemos dejar de lado nuestro odioso centralismo para ayudar a informar a los electorados locales. Si conseguimos negarles a los políticos locales el beneficio de la penumbra informativa —variable con la que cuentan y de la que se nutren— habremos hecho bien nuestro trabajo. De lo contrario, estaremos abonando a perpetuar el círculo vicioso de la ignorancia en la vida pública.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.