Las otras víctimas de Maciel

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A mí nadie me cuenta lo que son los Legionarios de Cristo. Hace poco menos de 15 años conocí de cerca a una familia que —como muchas en México, España y América Latina— dedicó cuerpo y alma a difundir el mensaje del Reino de Cristo, el movimiento de apostolado creado por Marcial Maciel para reclutar hombres y mujeres dispuestos a “consagrar” su vida al servicio de la Legión. La mayoría de los jóvenes del Regnum Christi eran, en mi experiencia, de sectores sociales acomodados. La familia de mis amigos incluía a tres hijas, criadas bajo el más estricto esquema de valores, todos desde y para las enseñanzas de Maciel. Tuve el gusto de ser amigo de la hija mayor, una joven mujer con un círculo amplio de afectos, aficionada al baile y al canto. Apenas terminó la preparatoria, la chica en cuestión decidió “dar un año”; literalmente entregar 12 meses al apostolado del Reino de Cristo. A lo largo de ese año, a través de correspondencia primero habitual y luego obligadamente esporádica, pude atestiguar una transformación aterradora. Aislada por las reglas —las llamadas de familia y amigos restringidas y reguladas como en un sistema carcelario, la correspondencia leída previamente por algún “superior”— mi amiga poco a poco comenzó a desaparecer: su tono, su discurso y sus anhelos originales fueron reemplazados por los de un autómata. Aquello, para mí, no fue un año de apostolado durante el que se confirmó una vocación; fue un proceso de adoctrinamiento, un perverso lavado de cerebro. Al final, mi amiga decidió “consagrar” no sólo un año sino todos sus años al movimiento. Una de sus hermanas le siguió un par de años después.

Pero el proceso de deshumanización no terminó con la consagración. Con el paso del tiempo conocí las reglas que mi amiga y todas las demás señoritas consagradas soportaban. Desde un principio se recrudecieron la restricción y la vigilancia a las llamadas telefónicas. Las chicas tenían derecho a un número limitado de pertenencias, incluidas fotografías. El correo (en aquel tiempo no había versión electrónica) era intervenido. La vestimenta casual era inaceptable: las señoritas eran obligadas a vestir atuendos que, a mi parecer, recuerdan a una burka occidentalizada. Muchas terminaban por trabajar lo más lejos posible del seno familiar (mi amiga fue a Chile; su hermana, creo, a Irlanda). Recuerdo que las reglas para las visitas en persona en aquellos primeros años de “consagración” eran igualmente perturbadoras: un par de episodios de convivencia al año con lineamientos estrictos. En suma, las señoritas desaparecían, para cualquier consideración práctica, del entorno familiar, el mismo, por supuesto, que había financiado con puntualidad a la Legión y entregado su prole al movimiento. Según creo recordar, tampoco recibían autorización para asistir a fiesta alguna en sus lugares de origen fuera de fechas establecidas. Si alguien se casaba, si un niño nacía, si la familia estaba de plácemes: nada importaba —y quizá sigue sin importar. Las consagradas eran simplemente secuestradas para reafirmar una “vocación” que, de no preexistir, seguramente terminaba, digamos, por germinar.

Nada de esto tendría mayor importancia, claro, de no ser por el hombre detrás de esos valores y sistema disciplinario. Ese es, me temo, el corazón del asunto. En casa de mis amigos, como en la de cualquier auténtico miembro de la Legión de Cristo, Marcial Maciel no era sólo el fundador del movimiento: era el dogma mismo. Con un respeto que rebasaba incluso a la figura papal, a Maciel se le llamaba “nuestro Padre”. Y eso era: el auténtico “alfa y omega”. La Legión y su padre fundador eran —y siguen siendo— uno mismo. Los Legionarios no pueden argumentar que es hora de “pasar la página” cuando Maciel era el libro entero. Para limpiar su nombre, la Legión debe, antes que nada, reconocer la importancia capital e ineludible de Marcial Maciel. Será una tarea difícil. No es lo mismo extirparse un tumor que arrancarse por entero la columna vertebral podrida. Pero de ahí debe partir cualquier discusión de las deudas de la Legión no sólo con las víctimas de abuso sexual de Maciel sino con las miles de mujeres y hombres que consagraron sus vidas en defensa de un movimiento creado y guiado por un monstruo hipócrita y cruel.

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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