Son psicรณlogos, traductores de palabras garabateadas en recetas mรฉdicas y poetas que idean cartas de amor para gente que no conocen. Redactan lo mismo pagarรฉs que demandas legales o reseรฑas de libros. Llenan solicitudes de becas y, ahora, hasta facturas electrรณnicas del SAT. Son los escribanos pรบblicos: los sobrevivientes a la era de las laptops y los smartphones; los guerreros de la tecla de metal que viven del dictado por pedido y la esperanza propia y ajena.
Fui en busca de algunas de sus historias. Las encontrรฉ igual en un portal del Centro Histรณrico de la Ciudad de Mรฉxico que en una zona de juzgados de la colonia Doctores y un mercado tradicional de Oaxaca.
Su existencia misma es casi un milagro. Sus historias huelen a viejo, y se sienten al mismo tiempo cerca y lejos. A continuaciรณn, un poco de lo mucho que los escritorios pรบblicos tienen que contarle a un mundo que casi los ve desaparecer.
Miguel Hernรกndez. 68 aรฑos
Portal de Santo Domingo
Centro Histรณrico, Ciudad de Mรฉxico
Son las cinco de la tarde y la Plaza de Santo Domingo se va quedando sola. Unos niรฑos corren en la explanada y, al fondo, justo debajo de los arcos legendarios del lugar, una hilera de casetas de metal resguarda puestos de diseรฑo y venta de tarjetas de presentaciรณn, invitaciones de boda y fiestas infantiles, tiendas improvisadas de dulces y cigarros, y unos ocho escritorios pรบblicos.
Ahรญ estรก Miguel.
โYo llevo 40 aรฑos de trabajar aquรญ. Empecรฉ en esto por mera necesidad. Nacรญ en Puebla y lleguรฉ acรก, a la capital, buscando mejores condiciones. Necesitaba trabajar y querรญa hacerlo de forma honesta. Me enterรฉ de que en El Universal necesitaban mecanรณgrafos manuales, asรญ que fui a hacer unas pruebas y me quedรฉ. De ahรญ aprendรญ el oficio y ya luego me vine a trabajar aquรญ, con mi propia mรกquinaโ.
Un grupo de chicos juegan cartas sentados en el piso. Fuman. Sueltan risotadas. Por encima de la bulla, Miguel me cuenta que los tiempos han cambiado por el uso de las computadoras y el internet, que por eso ya mucha gente prescinde de sus servicios. Quienes siguen leales son quienes nunca han sabido utilizar aparatos electrรณnicos, asรญ como los que a lo largo de aรฑos de frecuentarse se hicieron sus amigos y compadres.
โSer escribano tambiรฉn es ser buen escucha. No solo hay que oรญr a la gente, hay que intentar entenderla, comprender sus sentimientos. Entre las cosas mรกs raras que me han tocado en este trabajo puedo contar cuando vienen nuestros clientes a pedirnos que tambiรฉn seamos poetas. Y pues estรก canijo, porque para eso se necesita mucha inspiraciรณn e inventivaโ.
โAdemรกs somos unos escribanos que tenemos la fama de que, cuando la gente viene a escribir aquรญ las cartas para su pareja, ya nunca se separa de ella. Quedan enamoradรญsimos, flechados para siempre. Pero no ocurre tan a menudo. En realidad, el grueso de nuestro trabajo consiste en redactar solicitudes de empleo, presupuestos de albaรฑiles, cartas de presentaciรณn de serviciosโ.
El hombre de cabello cano y gafas que se adivinan con mucha graduaciรณn, cuenta que lo visitan personas de toda clase social, e incluso turistas de otros paรญses que han visto que los entrevistan para la televisiรณn y van a comprobar que su oficio realmente existe.
โEn todo el portal somos ocho que seguimos dรกndole, pero en algรบn tiempo llegamos a ser veinte. Muchos se han muerto; algunos otros quedaron ciegos o siguen muy enfermos en hospitales. A eso hay que sumarle que la cosa estรก dura en la zona. Hay mucha inseguridad. Por eso llego tarde y me voy temprano. Hay que sobrevivir para contarle al mundo de este trabajo, para que no desaparezcaโ.
Julia Nava Sรกnchez. 54 aรฑos
Escritorio pรบblico de la zona de juzgados
Colonia Doctores, Ciudad de Mรฉxico
Clรกxones y un sol abrasante. Asรญ transcurren la mayorรญa de las tardes en la zona de juzgados de esta zona de la ciudad. Son las tres de la tarde y cientos de hombres y mujeres en traje cruzan las calles en busca de expedientes y una comida corrida de fonda.
Al lado de un sitio de recargas telefรณnicas y servicio de copiadora, tres plotters amarillos anuncian la existencia de un lugar que ofrece โEscritos en computadora, mรกquina elรฉctrica y mecรกnicaโ. Es la guarida de Julia Nava: una mujer de semblante serio y trato cortante, atrincherada detrรกs de un escritorio con tres Olivetti, una computadora y varios abanicos de tela clavados en la pared. En el lugar pareciera que no ha pasado el tiempo hace rato. Suena โHasta que te conocรญโ, de Juan Gabriel.
โActualmente viene muy poca gente a visitarnos. Si tenemos suerte, quizรก recibamos una o dos personas al dรญa. La mayorรญa de nuestros clientes son abogados. De vez en cuando viene uno que otro arquitecto, uno que otro contador. Y eso sรญ, piden cosas muy especรญficas: ya sea que nos dicten demandas, certificados de arrendamiento o documentos de temas penalesโ.
La mujer dice que lo que mรกs disfruta de su trabajo es escribir, pero tambiรฉn equivocarse y corregir. Ella no estudiรณ algo relacionado a su ocupaciรณn, todo lo aprendiรณ sobre la marcha. Empezรณ a los trece aรฑos. Desde ese momento le gustaba que le dictaran para ella pasarlo a mรกquina. Su relaciรณn con esos aparatos es fuerte, por eso los cuida tanto. Dice que les estarรก eternamente agradecida, especialmente porque gracias a sus mรกquinas de escribir logrรณ pagar la educaciรณn de sus cuatro hijos.
Ahora suena Amanda Miguel. A lo lejos se oye el tecleo mecรกnico de su otra compaรฑera de oficina.
โEscribir me relaja, me encanta. Es como comerme y paladear el chocolate amargo que tanto amo. Para ser muy sincera, estoy escribiendo mi vida. Hace aรฑos que empecรฉ a redactar todo por lo que he pasado desde que tengo memoria. Ahรญ la llevo, pero siento que todavรญa me falta mucho. Tambiรฉn he escrito poemas. Creo que no me salen tan malโ.
โYo trabajo mucho, hasta en mis tiempos libres, y me gusta. El trabajo es una bendiciรณn y hay que hacerlo bien y con amor, por el simple hecho de que es algo que nos da para subsistir y para ayudar a salir adelante a los nuestros. Para mรญ, este es el mejor oficio del mundo. De verdad, lo mejor que puede haberโ.
Laura Rodrรญguez. 57 aรฑos
Escritorio Santa Fe
Colonia Escandรณn, Ciudad de Mรฉxico
Una calle tranquila de barrio. Por acรก un cafรฉ; mรกs allรก, un estanquillo con revistas blanqueadas por el sol; enseguida un restaurante, una fonda hipster y una papelerรญa. Luego dos ventanas corredizas con la leyenda โEscritorio Santa Feโ.
Adentro, una mujer con la cabeza perdida entre canas, llamada Laura, espera al รบltimo cliente del dรญa. Sรณlo por si aparece. Le cuento que no soy cliente, que soy una reportera en busca de historias de negocios como el suyo.
โLos reporteros me caen bien porque tienen que hablar de lo que sea que se les ponga enfrente. En eso se parecen a nosotros. Mi papรก empezรณ con este escritorio pรบblico en 1963 y, desde que tengo uso de razรณn, recuerdo que siempre nos decรญa que trabajar en esto es como tener una beca, porque nos pagan por leer, escribir y escuchar de absolutamente todoโ.
โTambiรฉn es un oficio cansado, cรณmo no. Yo le ayudaba a mi papรก desde los diez aรฑos y puedo decirle que he sufrido de dolores intensos en varios dedos, los omรณplatos y el tรบnel carpiano. Pero eso no se compara con las satisfacciones que me ha dado; especialmente, la de tener mucha cultura generalโ.
La mujer, que manda whatsapps y correos con una velocidad que da envidia, dice que la ubicaciรณn del local que le cediรณ su padre les dio siempre muchas ventajas. La gran mayorรญa de sus clientes eran estudiantes y profesores de la universidad La Salle, que estรก a escasos 300 metros de distancia.
โEn los ochentas hacรญamos resรบmenes de libros a mรกquina. Los chicos venรญan y dejaban los ejemplares, y nosotros debรญamos leer y redactar ensayos o crรญticas. Hasta traducciones del inglรฉs o francรฉs a espaรฑol. A veces nos tocaban temas jurรญdicos, de medicina, literatura y bioquรญmica. De vez en cuando tambiรฉn descifrรกbamos jeroglรญficos de arquitectos, mรฉdicos, albaรฑiles, herreros y de guionistas de teatro. Sin duda fue nuestra รฉpoca de oro. Era tanto el trabajo, que no nos dรกbamos abastoโ.
โIncluso recuerdo que venรญa mucho un grupo de sordomudos a dictarnos cartas para pedir apoyo gubernamental para una escuela especial a la que asistรญan. Las primeras veces no entendรญamos nada, pero, una vez que nos agarramos el modo, la cosa fluyรณ. Nos agradecรญan mucho que les ayudรกramos. Claro, todo con seรฑasโ.
Laura identifica que un punto de quiebre para el Escritorio Santa Fe se dio en la dรฉcada de los noventa, con el arribo de la era digital.
โPero creo que, a pesar de que ahora atendemos a un tercio de la gente que venรญa antes, nos adaptamos bien al cambio. Como puede usted ver, tenemos tanto mรกquinas de escribir clรกsicas como computadoras mรกs o menos modernasโ.
โEsto vino aparejado de otro reto: que los clientes empezaron a pedirnos cosas muy especรญficas de internet, como hacerles presupuestos y cotizaciones, facturas del SAT para que puedan cobrar sus quincenas y hasta que les mandemos archivos a sus correos electrรณnicos. En serio, no es por exagerar: hacemos de todoโ.
La seรฑora Laura cuenta que su negocio pasรณ de tener ocho ayudantes a solo uno. Atienden ella y otra persona. Y sobre sus balances al final de mes, โmejor ni hablarโ. Hasta hace unas dรฉcadas siempre habรญan periodos de salir โtablasโ y otros de ganancias que ayudaban a resanar su economรญa. Pero a รบltimas fechas siempre es lo mismo: terminar โtablasโ y con varios intervalos de dรฉficit.
โA pesar de todo, lo que mรกs me gusta es el trato con la gente. Me encanta que se vayan satisfechos y que regresen. Obviamente muchos de nuestros clientes consagrados ya fallecieron, pero al menos una se queda con la sensaciรณn de haberlo dado todo. Nada es tan insignificante como para que no valga la pena ser conocidoโ.
Carlos Lรณpez Pรฉrez, 80 aรฑos
Mercado 20 de Noviembre
Oaxaca de Juรกrez, Oaxaca
Huele a pan de yema reciรฉn horneado. En el mercado mรกs importante del centro de la capital del estado, un lunes cualquiera suenan marimbas a lo lejos, pregones de huaraches de cuero, chapulines, empanadas de mole amarillo y, claro, la voz silenciosa de un escritorio pรบblico clavado hace mรกs de tres dรฉcadas cerca de una puerta de acceso al lugar.
Detrรกs de una Remington viejรญsima, pero bien cuidada, Carlos Lรณpez mira cรณmo ocurre la vida a su alrededor: los turistas extranjeros, los vendedores que corren tras ellos de un lugar a otro, los ramos de gardenias frescas que salen de la zona donde se venden flores.
โYo fui soldado. Antes de dedicarme solamente a escribir, trabajรฉ como soldado resguardando el Palacio Nacional de la Ciudad de Mรฉxico. Pero la vida no quiso que estuviera mรกs en eso y me retirรฉ con un grado bajoโ.
โDesde entonces estoy de lleno en mi escritorio, que es mi vida. He ejercido esto desde hace 33 aรฑos y estoy muy orgulloso de decirlo, porque es lo que me gustarรญa seguir haciendo hasta el dรญa que me muera. Cuando por alguna circunstancia no he podido venir a atenderlo de nueve de la maรฑana a seis de la tarde, todos los dรญas menos el domingo, me he sentido muy mal por descuidarlo. Este es mi lugar. Por sencillito que se vea, me ha dado algunas de las mayores satisfacciones de mi vidaโ.
El hombre moreno, de manos correosas, dice que lo aprendiรณ todo de su padre. รl fue maestro en una academia, enseรฑando mecanografรญa y taquimecanografรญa, y le inculcรณ desde niรฑo el amor por la gramรกtica, la ortografรญa y principios bรกsicos de redacciรณn.
โYo creo que por eso no se me dificulta lo que vienen a pedirme. Acรก mis mayores clientes son personas que no saben leer ni escribir y que vienen de localidades aledaรฑas, asรญ como presidentes y agentes municipales, o autoridades de usos y costumbres de los pueblitos. Casi siempre me piden ayuda para redactar oficios y solicitudes de apoyo, dirigidas al gobierno del estadoโ.
โTambiรฉn me visitan monjas, maestros, vecinos inconformes con las prรกcticas de otros vecinos de su colonia. A veces mis clientes fallecen de viejitos, pero sus hijos siguen llegando conmigo. Asรญ, por pura costumbreโ.
โEl negocio ha bajado mucho en volumen y eso nadie lo puede negar. Pero, por ejemplo, lo que mรกs ha desaparecido son las cartas para los enamorados. Esos eran otros tiempos. Antes los jรณvenes sรญ se sinceraban conmigo, me pedรญan que le hiciera poemas a sus novias y novios. Ahora ya se han perdido esas tradiciones. Hace mucho tiempo que no escribo una carta de amorโ.
*
Quedan muy pocos escritorios pรบblicos en la capital de Mรฉxico, quizรกs algunos mรกs en el interior del paรญs. Representan un oficio tan al margen del siglo en curso, que ni siquiera existe un registro oficial de todos ellos. Es posible que un dรญa se extingan. Pero mientras eso no pase, queda desearles larga vida, y que nunca se les acabe la tinta del carrete.
es periodista.