Los grandes méritos de la selección de Francia

A pesar del pésimo arbitraje y de la valentía croata, y sin hacer nada del otro mundo, jugando solo a ráfagas, como durante todo el campeonato, cada balón recuperado por los franceses olía a peligro.
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Olvidemos el gol de penalti y olvidemos que tiró el córner que acabó con el balón en la mano de Perisic. Olvidemos la falta que da origen al 1-0 y olvidemos incluso el lanzamiento posterior que remató Mandzukic en su propia meta. Cuando hablemos de la final de Griezmann y de por qué ha sido, con mucho, el mejor jugador de este mundial, quedémonos con todo lo demás: con todos los balones que tocó o interceptó en defensa, con todos los regates con sentido, los pases al primer toque, el juego entre líneas… destaquemos la inteligencia para dirigir el juego de su equipo sin apenas tener contacto con el balón.

Teniendo en cuenta que empezó el Mundial señalado –aquella torpísima “decisión”, anunciada a bombo y platillo justo en la previa del debut de Francia y la consiguiente sustitución por parte de Deschamps a la mitad de la segunda parte-, es admirable como ha acabado Griezmann este campeonato. Omnipresente. Casi tanto como Paul Pogba, otro jugador que claramente ha ido de menos a más, o Kylian Mbappé, al que aún le falta entender un poco mejor el juego, pero que a sus diecinueve años ya siembra el pánico rival solo con su zancada.

Ellos tres han sostenido, al menos ofensivamente, a una Francia que no pudo sacar más provecho de menos rendimiento. Si sus victorias anteriores se habían cimentado en el gol de algún central de cabeza, un excelente Lloris y una contundencia defensiva tremenda por parte de Kanté, el escenario de la final fue a la vez parecido y completamente inesperado. Parecido porque al descanso llegó con dos goles en el marcador después de que las estadísticas le contabilizaran solo una oportunidad, que ya tiene mérito. Inesperado porque en vez de marcar el 1-0 y encerrarse, ni Kanté supo cerrar el mediocampo, ni sus defensas transmitieron la más mínima tranquilidad ni Lloris dio muestra de su sobriedad característica.

Empecemos por partes: acostumbrada a los goles tempranos en contra, Croacia salió concentrada, mandando, con un Perisic omnipresente y los laterales activos. No sirvió para nada: a los dieciocho minutos ya iba perdiendo de nuevo. La culpa la tuvo Griezmann, fingiendo una falta, y el árbitro, pitando algo que nunca existió. El resto corrió a cargo de Mandzukic, que peinó el balón hacia atrás con la mala suerte de que atrás estaba su portería.

No se vino abajo Croacia, que consiguió el empate en una jugada fantástica de Perisic, que se pasó cinco partidos y medio buscando su momento y desde que lo encontró decidió no soltarlo. Sin embargo, a los pocos minutos, más de lo mismo: córner absurdo cedido por Croacia, lo saca Griezmann al primer palo y el hiperactivo extremo croata golpea con la mano. En un principio, el árbitro dejó pasar la jugada pero tras revisarla durante dos largos minutos en el VAR, decidió pitar penalti.

Aclaremos una cosa antes de seguir: el VAR tiene como objetivo corregir los malos arbitrajes, pero es imposible acabar con los malos árbitros. ¿Por qué los malos árbitros tienden a ser elegidos para los partidos más importantes? No tengo explicación. Quien decidió que la falta del 1-0 fue falta cuando no había sido nada fue el árbitro, quien decidió que la mano era penalti fue el árbitro. El VAR es solo una herramienta. A mí me parece que Perisic está retirando la mano en una jugada en la que es imposible que sepa dónde está el balón. Tampoco me parece que interrumpa ninguna jugada de gol con su movimiento y la involuntariedad es evidente. Aun así, lo que a mí me parezca es irrelevante y si alguien quiere ver una mano separada del cuerpo dentro del área y golpeando un balón, está claro que podrá verla todas las veces que el vídeo le repita la jugada.

No fueron esos los únicos errores del árbitro argentino Néstor Pitana aunque sí los más decisivos: su arbitraje fue desquiciante y sin patrón alguno. De repente, una falta era tarjeta y la siguiente, idéntica, no lo era. De repente, a un jugador lo arrollaban y él ordenaba seguir; a continuación, a otro lo derribaba el aliento del contrario y pitaba falta muy convencido. Imposible saber en qué iba a acabar cada jugada, que es lo último que uno espera de un juez encargado de aplicar un reglamento.

En cualquier caso, hay que dejar claro que Francia habría ganado con cualquier árbitro porque tenía mejores jugadores y Croacia habría perdido con cualquier árbitro porque físicamente estaba muerta. Aguantó lo que aguantó la adrenalina, pero el 3-1 de Pogba cayó como una losa sobre esas piernas que venían de disputar tres prórrogas consecutivas. Si el partido no acabó en una goleada de escándalo fue porque en el ADN de esta Francia no está hacer sangre y porque Lloris le regaló a Mandzukic un gol que compensara el error de la primera parte.

Sin hacer nada del otro mundo, jugando solo a ráfagas, como durante todo el campeonato, cada balón recuperado por los franceses olía a peligro. En eso tuvo que ver el hecho de que probablemente Subasic siguiera lesionado después de los problemas que sufrió en cuartos ante Rusia. Ya lo pareció en el gol de Trippier en semifinales pero se benefició de que Inglaterra no volviera a tirar a portería. En tres de los cuatro que encajó ante Francia sus limitaciones se hicieron palpables: ni salió a proteger el área en el 1-0 (de hecho, obligó a la defensa a echarse lo más atrás posible para sentirse seguro, lo que, en parte, provocó que un despeje inofensivo acabara en gol) ni pareció poder moverse en los disparos de Pogba y Mbappé que supusieron el 3-1 y el 4-1. Buenos disparos pero que merecían algo más que una estatua.

Con su portero y su delantero tocados y con su lateral izquierdo directamente cojo, aún tuvo Croacia la valentía de buscar el milagro. No lo encontró, por supuesto, ni estuvo cerca siquiera… pero no cejó en el empeño. Pasó a defensa de tres, no pensó en cálculo alguno y forzó alguna jugada por banda y algún disparo lejano… todo lo que le dejó el muro francés una vez que Pavard se dio cuenta de la importancia del partido y cerró por fin su banda. Cayó pero cayó en portería ajena, como mandan los cánones. Se suele decir que nadie se acuerda de los perdedores pero no creo que sea el caso. Si aún nos acordamos de la Croacia de Súker y solo llegó a semifinales, ¿cómo no recordar la de Modric, Rakitic y Mandzukic?

En cuanto al campeón, constatar que ha sido el mejor. Enfrentó la parte más difícil del cuadro y consiguió ganar el torneo sin jugar siquiera una prórroga, algo que no sucedía desde 2002, cuando el Brasil de Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho se paseó por Corea y Japón. Tiene la mejor defensa, un buen portero, un centro del campo contundente y una delantera de lo más variada: talento puro (Mbappé), trabajo estajanovista (Giroud) y aceite engrasador (Griezmann). No hace falta más. No, al menos en un campeonato que se ha hecho largo, con demasiadas conducciones, demasiados tiros lejanos sin sentido y donde casi todo se ha jugado a balón parado o al contraataque. La clase de Mundial donde te llegan un montón de niños ingleses, se ponen a hacer trenecitos en los saques de esquina y se quedan a una prórroga de la final. No diré que un desastre, pero francamente mejorable.

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(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.


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