Quizá la mejor forma de definirla sería como una reivindicación. Goles y pasiones: 11 décadas del fútbol en México, exposición presentada en el Museo del Objeto del Objeto (MODO) por Christian y Manuel Cañibe, es una oportunidad de regresar al balón de cuero, escudo cosido a mano y camisas –que no playeras– abotonadas.
Catalogar la muestra como parte de la creciente ola de odio al fútbol moderno sería simplificarla en demasía; responde más a la búsqueda de mostrar al fútbol como lo que es en nuestro país: más allá de un distractor, un fenómeno que brinda sentido a las vidas de innumerables feligreses. Como dictase Nick Hornby: el fútbol no es un espectáculo al que el aficionado acude por diversión, sino que asiste sabiendo que va a sufrir, es un acto de masoquismo en toda regla, un despojo de armadura, la vulnerabilidad total durante noventa minutos.
El fútbol rompe también la cotidianidad del mexicano. El desahogo, dicen algunos. Hace varios años, en un Pumas contra Cruz Azul celebrado en Ciudad Universitaria –esa clase de partidos que sacan lo peor del ser humano–, un aficionado específico profería todos los insultos que sabía contra el árbitro. Este solo estaba calentando, pero para aquel hombre el silbante era ya potencial culpable de todo lo que sucediese aquel mediodía. Pregunté al cubetero si era siempre así, y asintió: es psicólogo infantil, acá se saca la presión.
En el fútbol, cada elemento que interviene –escudo, color, estadio y demás– adquiere una significación propia. Quizás en ello estriba la característica más interesante de la exposición: respondiendo al concepto del museo –cuál es el objeto del objeto-, presenta el fenómeno a través de un sinfín de cosas: camisetas, boletos, trofeos y documentos. Al apenas entrar, el visitante comprende cuáles son los elementos fundamentales del juego: en las paredes están el estadio –representado por el Azteca, por supuesto–, los jugadores –goleador, figura y capitán–, los entrenadores –aquellos de boina calada y una ‘E’ imponente al pecho–, los botines, el balón y, en un rincón solitario, el vituperado silbante. Al centro de la sala descansa la indumentaria, flanqueada por el trofeo que se va a disputar. El partido ya está ahí.
La segunda sala, catalogada por Christian Cañibe, cocreador de la exposición, como el auténtico tesoro de la misma, presenta al fútbol de principios de siglo. Aquellos tiempos en los que cultura y balompié no eran entendidos como antónimos por la opinión pública; cuando el futbolista tenía relación con la ópera no necesariamente a través del fingimiento de una falta. Eran tiempos del Club España, el Asturias, el Reforma Athletic Club o el Germania FV; la influencia del fútbol inglés en todo su esplendor. Campos de fútbol aledaños al Paseo de la Reforma y a un costado del Monumento a la Revolución; el tráfico que hoy asfixia la ciudad estaba en aquel momento sobre la media cancha. La sala, como no podría ser de otra forma, lleva como protagonista a la madera como un homenaje a los graderíos de aquel entonces y, en específico, al Parque Asturias que terminó bajo fuego cuando los aficionados del Necaxa se cansaron de que los locales cocieran a patadas a Horacio Casarín. Por más que los anuncios actuales de cerveza presentasen en aquel tiempo cognac, la violencia en el fútbol no es precisamente joven.
Uno continúa la exposición para dirigirse a los vestidores, encontrando un casillero por cada equipo actual del balompié mexicano. Tras el cristal de cada uno se ubica un pedazo importante de historia a través de la tela: están presentes romperredes como Cardozo, Cabinho, Aravena o Biyik; emblemas como Hugo Chávez, Bautista, García Aspe y Nacho Flores; auténticos mitos del calibre de Dirceu, el hombre que entregaba balones y le devolvían sandías, Ronaldinho y su memorable paso por Querétaro o Egidio Arévalo, quien llevase al título a unos Xolos menores de edad. En el rincón, una muestra de lo surreal que puede llegar a ser nuestro balompié nacional mediante indumentarias de conjuntos extintos: Toros Neza con cuernos en el pecho y Mohamed a la espalda, el Atlético Celaya que conjuntó a Butragueño, Hugo Sánchez y Míchel –¿alguien se imagina a Cristiano, Bale y Benzemá cerrando su carrera en los Lobos BUAP?– o unos Correcaminos que en vez de publicidad llevan un categórico di no a las drogas.
La muestra se completa con varias salas de homenaje a la Selección Mexicana –masculina y femenina– y el extraño culto que brindamos a sus figuras: desde películas de Sara García y ‘Clavillazo’ que incluían en el reparto a ‘Chava’ Reyes u Horacio Casarín, hasta la intervención estelar de Cuauhtémoc Blanco en alguna telenovela –pasando, por supuesto, por la incursión musical de Enrique Borja y Hugo Sánchez–. Una oda a lo bizarro que nos define al pie de la letra.
El trato del fútbol suele ser complicado; siempre es difícil que el aficionado acepte una visión teórica que brinde alguien externo inmune a las emociones del mismo. Se acude recurrentemente al no lo puedes entender. Quizá la gran ventaja de Goles y pasiones: 11 décadas del fútbol en México es que en sus salas se respira tanto fútbol como en el vestuario de cualquier equipo; a través de una colección completísima, a fin de cuentas está hecha para aficionados por aficionados.
Goles y pasiones: 11 décadas del fútbol en México, se exhibe hasta el 4 de marzo de 2018 en el Museo del Objeto del Objeto, en Colima 145, Colonia Roma, en la Ciudad de México.