Imagen: Wikimedia Commons

Luka Doncic, de todo menos un rookie

El jugador esloveno de basquetbol posee un talento inusitado y tiene ante sí un reto complejo: en una liga dominada por las clavadas, los triples y los tapones, agradar al aficionado estadounidense con un juego mucho menos espectacular.
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El año pasado, cuando Ben Simmons iba a la línea de tiros libres, los aficionados del equipo rival no dejaban de cantarle un sonoro “Not a rookie!” en tono de burla. Simmons, en plena disputa con Jayson Tatum y Donovan Mitchell por el premio al mejor novato del año, tenía que lidiar con la mancha, por así decirlo, de no estar en su primer año como profesional. Debido a una lesión, el base no pudo jugar ni un solo partido en la temporada 2016/17 pero sí entrenó y viajó ocasionalmente con su equipo, los Philadelphia 76ers.

Siguiendo los parámetros de las aficiones enfrentadas a Simmons, Luka Doncic tampoco podría optar esta temporada a dicho galardón. Pese a contar con dos años menos, es absurdo entender al esloveno como una promesa ni mucho menos como un novato. Doncic, a los 16, ya jugaba habitualmente en el Real Madrid, ganando ligas y copas. A los 18, lideró a la selección de su país junto a Goran Dragic al primer título continental de su historia… y un año después se proclamaba campeón de la Euroliga con su club, completando un palmarés que da para retirarse de adolescente y pasar a la historia de todas maneras.

La relación entre Doncic y la NBA es atípica. No hay manera de encajarla en ninguna categoría reciente. En los últimos años, los europeos que han ido a jugar a Estados Unidos se han dividido en dos tipos: estrellas consagradas que van a probarse, generalmente con poco éxito –Spanoulis, Navarro, Djordjevic, Teodosic…- o jovencitos que apuntan maneras, especialmente por su físico, pero que no dejan de ser casi desconocidos para el aficionado medio europeo.

Tal vez desde los ochenta, con las figuras de Petrovic y Sabonis, no habíamos visto un jugador que aunara ambas cosas: juventud, dominio del juego, plenitud física… y una experiencia más que sobrada liderando equipos a lo más alto. La diferencia es que, mientras que el croata y el lituano tuvieron que esperar durante lustros hasta entrar en la NBA, Doncic lo ha hecho con diecinueve años, una edad imposible que conviene recordar porque de tanto hablar de él a veces se nos olvida. Por poner una referencia, el barbilampiño y espigado Pau Gasol que llegó a Memphis tras un gran año en Barcelona, ya contaba con 21.

Lo que sorprende de Doncic no es que promedie más de 19 puntos, 6 rebotes y 4 asistencias en un equipo bastante competitivo como son los Dallas Mavericks sino la naturalidad con la que ha abrazado su destino. No había escenario racionalmente contemplable en el que Doncic fracasara en la NBA. Algunos apuntaban a su defensa como punto débil y desde luego tendrá que mejorar, pero no es peor que la de ningún otro novato y su envergadura y técnica individual le ayudan a compensar una posible falta de velocidad. Desde sus más de dos metros, puede cambiar la marca con cualquier jugador o ayudar a cualquier compañero. Ni siquiera el tiro –algo irregular en Europa- le está traicionando en estas primeras semanas americanas, rozando el 40% en triples.

El único reto que tiene ante sí Luka Doncic es el de agradar al aficionado estadounidense. En una liga dominada por los mates, los triples y los tapones, el esloveno no brilla especialmente en ninguna de esas categorías. Nunca va a ser Giannis Antetokoumpo, por poner un ejemplo. Es complicado imaginarlo promediando 30 puntos por partido o lanzando triple tras triple como si fuera Nikola Mirotic. Descartado el fracaso, Doncic tiene que garantizarse el éxito y eso solo lo podrá hacer demostrando que sabe competir: dominando los minutos clave y consiguiendo que su franquicia crezca a su lado. Teniendo en cuenta la longevidad actual de los deportistas, no es descabellado pensar que le quedan unos quince años de NBA al más alto nivel: su guerra no debería ser la de la estadística, el triple doble y los puntos Fantasy, sino la de la sobriedad y el esfuerzo individual al servicio del equipo.

A poco que los Phoenix Suns hagan algo este año –que es mucho decir, por otro lado- el premio a mejor novato se lo llevará DeAndre Ayton. Ayton es el rookie al que están acostumbrados los americanos: exuberante, poderoso, pura fibra debajo del aro. Un año mayor que Doncic, Ayton no es ni la mitad de jugador, pero puede acumular estadísticas sin apenas esfuerzo y mucho más en una franquicia tan poco competitiva. Doncic y sus seguidores no deberían preocuparse por eso: de hecho, sería hasta justo porque Ayton es un rookie. Un chico nuevo que llega de la universidad e intenta hacerse un sitio entre hombres.

Doncic es otra cosa. Un talento inusitado en Europa independientemente de su precocidad. Un jugador cuyo valor va mucho más allá de los premios y solo se puede medir en títulos. Es de suponer que tanto el esloveno como su entorno son conscientes de ello y están mirando en esa dirección: en Dallas se puede crecer mucho de la mano de los veteranos Dirk Nowitzki, DeAndre Jordan o Juan José Barea… pero tarde o temprano y en pleno esplendor personal tocará sustituir a los viejos por los nuevos y nunca se sabe cómo saldrá ese melón. Para entonces, en tres o cuatro años, Doncic tiene que asegurarse de que cualquier entrenador o general manager con ganas de formar una dinastía le tenga entre ceja y ceja como pieza indiscutible. No, quizá, como el tipo que llena los “highlights” de su equipo pero sí como el facilitador de esos “highlights”. No tanto el hombre decisivo como el hombre que decide.

En otras palabras, precisamente, una especie de Ben Simmons; puede, incluso, que mejorado.

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(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.


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