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Manlio Sgalambro, filósofo sampleador

El recuerdo de Sgalambro, fallecido en 2014, lleva hasta Battiato y Manu Chao y el verano de 2001.
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A principios de los años dos mil, cuando el mundo era muy diferente, Manu Chao sacó un disco llamado Próxima estación… Esperanza. Una de las canciones era un prodigio de sencillez, y de ahí vino su gran éxito. Me gustas tú es una larga ristra de cosas predilectas. Me gusta la vecina, me gusta su cocina, me gusta camelar, la guitarra, la canela, el fuego, menear, La Coruña, Malasaña, la castaña, Guatemala, y cada vez que se menciona una cosa amada se alterna contigo, o conmigo: me gustas tú. 

En parte, esa alternancia quiere decir “tú eres como todas esas cosas maravillosas juntas”, y en parte es como si dijera “fuera máscaras, lo que de verdad me gusta eres tú”.

Ese verano todo el mundo canturreaba Me gustas tú y al encender la radio o pasar por delante de un bar se oían sus acordes como una ráfaga de aire acondicionado sonoro. Era el verano de 2001. Y fue al final de ese verano cuando derribaron las Torres Gemelas. 

Unos meses antes, en el mes de abril, Franco Battiato había publicado a su vez un disco: Ferro battuto (Hierro forjado en su versión española, donde la homofonía con su nombre ha desaparecido), lleno también de versiones y samples (de Bach a Hey Joe y de Chaikosvki a Django Reinhardt). Y he aquí por qué estoy hablando de estos dos discos: las letras de Ferro battuto las había escrito un llamativo personaje, Manlio Sgalambro, un ensayista y filósofo siciliano que llevaba escribiéndole letras varios discos. Tenía un aspecto muy adusto. En las fotos que se pueden encontrar por internet aparece tan serio que parece estar de broma. Y llevaba lejos una manera de funcionar que Battiato ya había explorado en su carrera anterior: mezclaba referencias cultas y ocultas, a veces casi esotéricas, con impresiones cotidianas. A veces se iban de gira juntos y Sgalambro cantaba en los conciertos, y probablemente fue en las giras donde empezó a cantar la canción de Manu Chao, con la camisa abotonada hasta el cuello y gafas de sol, y era una imagen muy particular la de ese canoso ensayista que escribía sobre Schopenhauer y cantaba sobre un escenario que le gustaba la guitarra y le gustabas tú.

Aquella época era el final de la facultad. Éramos ya muy mayores. El mismo día que tumbaron las Torres mis compañeros de periodismo tenían el examen de septiembre de Relaciones Internacionales. Si todos los exámenes son pruebas en diferido, aquel lo fue en directo. Recuerdo que por la noche fui a cenar con mi madre y unos amigos y todas las mesas del restaurante estaban hablando de lo mismo, y yo pensaba cómo podemos estar aquí tranquilamente cenando y a la vez me tranquilizaba que a todos nos preocupasen las mismas cosas −en esa mezcla debía de consistir “la sociedad”, en la que como éramos mayores ya estábamos entrando−. Al día siguiente me impresionó ver a un mendigo sentado en el banco donde quizá había pasado la noche embebido en la lectura del periódico que llevaba en portada la foto del avión incrustándose en la segunda torre.

En el ambiente exaltado de predilecciones y urgencia de aquella época, Sgalambro se había arrancado y hacía versiones de otras canciones como La mer, de Charles Trenet, y otra que empezaba exhortando “Non dimenticar le mie parole”, que es como comienza una canción de Emilio Livi, y su voz arrastraba algo del lo-fi hasta un mundo de nuevas posibilidades, porque si él a su edad se había levantado del escritorio para cantar canciones populares en un sitio distinto cada noche, imagínate lo que era posible hacer con cincuenta años menos.

Eres mayor pero no olvides mis palabras: a veces en los conciertos Sgalambro recitaba una serie de consejos bajo el título de Accetta il consiglio, y entre ellos venía a advertir de no tener prisa y de no preocuparse demasiado. Traduzco solamente algunas frases, porque es un poco largo: “Disfrutad del poder y la belleza de vuestra juventud sin pensar mucho en ello. O pensad en ello, lo mismo da. / De aquí a veinte años miraréis vuestras fotos antiguas con la devoción de quien mira estampas de santos: las adorareis de rodillas. / No seáis crueles o sedlo pero solo un poco. ¡Lavaos bien los dientes! / Recordad todos los cumplidos que recibáis. Olvidad los insultos, pero no todos. Conservad aquello que más os ha gustado. Guardad las cartas de amor antiguas. / No os sintáis culpables si no sabéis qué hacer con vuestra vida [a mí me encantaba este]; las personas más interesantes que conozco, a los veintidós años no sabían qué hacer con la suya. Y más tarde tampoco”. Por supuesto el último consejo que da es que no se siga ningún consejo.

Mientras escribo estas líneas recordando todo aquello me entero de que en realidad esa lista de consejos es la adaptación de una columna que la periodista Mary Schmich había publicado en el Chicago Tribune en 1997: “Advice, like youth, probably just wasted on the young”. Está bien adaptada: lo de la veneración y las estampitas le da un toque muy siciliano a esa sabiduría universal. Ahora es muy fácil encontrar en un instante la canción, entrevistas a Manu Chao, el artículo, pero me pregunto qué vueltas dio entonces la columna de Schmich para acabar convertido en canción por los dos sicilianos. Y reparo de pronto en que en aquella época aprendíamos más cosas directamente de los demás, nos enterábamos porque nos las contábamos, todos éramos depositarios de un saber fragmentado que tendía a reunirse. Forzando un poco la imagen, es como si ahora cada uno cogiésemos un pedacito de un gran pastel. El aire del mundo era muy diferente al de ahora, y no solo en lo geopolítico y no solo porque seamos mayores. Uno envejece por respirar el aire de su tiempo. El aire del propio tiempo envejece. De todos modos me han dicho que a internet le quedan cinco años.

Me he acordado de todo esto pensando en Manlio Sgalambro, porque murió el 6 de marzo de 2014 y ahora es su noveno aniversario, y resulta que mientras busco el texto que Natalia Ginzburg le dedicó a su amigo Cesare, a Pavese, encuentro en la estantería de los libros italianos una compilación de apuntes de otro siciliano, Leonardo Sciascia, donde leo, abriéndolo al azar: “… Proust cuenta su conversación telefónica con un común amigo, el duque de Albufera: ‘Querido Luis, ¿has leído mi libro?’ ‘¿Tu libro; has hecho tú un libro?’ ‘Sí, Luis, hasta te lo he mandado.’ ‘Ah, mi pequeño Marcel, si me lo has mandado, seguro que lo he leído. Solo que no estoy seguro de haberlo recibido’”, y cuando me hace sonreír me doy cuenta de que es porque reconozco un sentido del humor que ya no es exactamente el mío, y por aquella época yo sí era un poco más así, así que pienso en cómo hemos cambiado todos y cómo estamos siempre cambiando y en un repaso veloz me doy cuenta de que en todo este tiempo he pensado demasiado, que sí me he lavado los dientes y he procurado recordar los cumplidos y olvidar los insultos y no estoy muy segura de saber qué hacer con mi vida y que más o menos hemos estado sampleando los fragmentos que nos íbamos intercambiando unos con otros. ¡Un recuerdo a Manlio!

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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