Mi nombre es Ernesto y era, soy, ya no sรฉ, adicto a los conciertos. En aquel paraรญso perdido que ahora llamamos โvieja normalidadโ hacรญa malabares con mi sueldo y compraba muchos boletos para escuchar mรบsica en vivo, lo mismo en Bellas Artes, la Neza y el Cantoral, que en el Auditorio Nacional, el Metropรณlitan, el Teatro de la Ciudad, el Plaza Condesa, el Pepsi Center, el BlackBerry, el Lunario, el Zinco, El Pรฉndulo, el Indie Rocks! y el Alicia, entre otros foros. Vaya que contribuรญa al bienestar de la industria.
Y es que crecรญ con la convicciรณn de que no hay mejor mรบsica que la que se escucha en el momento en el que se estรก haciendo. Cuando el artista โno solo el pรบblicoโ tose, carraspea, tararea, bufa, como un Glenn Gould o un Keith Jarrett. O cuando yerra, desentona, desafina, acierta o resplandece. La mรบsica palpita, inhala y exhala en el momento en el que se hace; es รบnica, irrepetible. Acrisola un instante mรกgico en el que todo confluye, no solo el estado de รกnimo del artista, tambiรฉn la actitud y respuesta del pรบblico. El acto de la mรบsica como sistema de relaciรณn, decรญa alguna vez Robert Fripp, artรญfice de King Crimson, contiene tres tรฉrminos: la mรบsica, que es la nota en sรญ misma; el mรบsico, que hace sonar la nota; y la audiencia, que la acepta. Y se preguntaba: ยฟquรฉ demanda es hecha por la audiencia al mรบsico? ยฟQuรฉ demanda es hecha por el mรบsico a la audiencia? De eso va, acoto, una actuaciรณn en vivo.
A los melรณmanos de concierto, la pandemia y el confinamiento nos orillaron a aprovechar al mรกximo todo lo que nos dieron gratis la รpera del Met, el Lincoln Center, la Filarmรณnica de Berlรญn o el Blue Note, por mencionar algunos recintos. YouTube se convirtiรณ en la farmacia a la que muchos recurrimos para aliviar nuestros agudos sรญndromes de abstinencia de mรบsica en directo. Festivales como Lollapalooza o el Fuji de Japรณn dosificaron actuaciones del pasado, y artistas como Depeche Mode, Elton John, Genesis, Led Zeppelin y Pink Floyd liberaron sus filmes y conciertos histรณricos en las redes sociales.
Desde todas las metrรณpolis se encendieron focos rojos: grandes conglomerados de espectรกculos, foros de todos los gรฉneros y tamaรฑos, promotores y artistas, avizoraron una crisis profunda. No habรญa conciertos, ni pรบblico, ni ingresos, ni derrama econรณmica. Las megagiras de los Rolling Stones, Elton John y los Eagles pararon en seco. Con cifras de Polllstar, Variety estimรณ que la industria del espectรกculo en vivo perderรก $9 billones de dรณlares en 2020. Por el drรกstico cambio de panorama, Live Nation se echรณ para atrรกs en la compra del 11% de las acciones de OCESA a CIE y Televisa. La National Independent Venue Association (NIVA) de Estados Unidos seรฑalรณ que, sin apoyos federales, el 90% de los foros de mรบsica indie en el vecino paรญs quedarรกn borrados del mapa. Aquรญ en Mรฉxico, Ticketmaster cancelรณ o pospuso conciertos, algunos hasta el 2021. No pasรณ mucho para que empezaran a promoverse presentaciones en lรญnea, o livestreams, y autoconciertos.
Extraรฑo las tocadas en vivo, pero no todo de ellas. Serรก que el tiempo pasa, me voy haciendo viejo y no reflejo el amor como ayer. O simplemente que soy un chavorruco y ya no aguanto vara. No albergo ni un poquito de nostalgia por la lamentable logรญstica de acceso y salida de sitios como el Foro Sol, ni por el asalto en despoblado que significa la venta de bebidas alcohรณlicas y comida chatarra a precios de restaurant de Enrique Olvera, sin limรณn, sin chiles toreados y sin su calidad gastronรณmica. No aรฑoro el impacto en mi cabeza, nuca o espalda de lรญquidos misteriosos arrojados por fanรกticos patanes; tampoco el tabaquismo contumaz de jรณvenes rockeros con amplias probabilidades de padecer EPOC en el futuro. No echo de menos la incapacidad de los equipos de seguridad de muchos inmuebles para impedir que รฉstos sean espacios libres de humo, tal como lo marca la ley.
Tras este cรบmulo de quejas, creerรกn que prefiero calzarme las pantuflas, balancearme en la mecedora y conectarme una noche entre semana (la del pasado 23 de julio, por ejemplo) a disfrutar Idiot Prayer, el โglobal live streamingโ de Nick Cave, y ver al oscuro crooner aporrear con intensidad su piano de cola en un desolado Alexandra Palace londinense. Es la tercera vez que escucho a Cave en concierto y jamรกs lo habรญa visto tan cerca y sufriendo yo menos pisotones. La crรญtica de diversas latitudes se desviviรณ en elogios. Mentirรญa si dijera que no me conmoviรณ, aunque solo se tratara de una impecable filmaciรณn con audio irreprochable. Tenรญa un pequeรฑo gran โperoโ: era โglobalโ, pero no โliveโ; no ocurrรญa en el momento en el que todo el mundo miraba sus pantallas. Era un meticuloso y bien producido alimento recalentado, reciรฉn extraรญdo del microondas. Cave anunciรณ despuรฉs que Idiot Prayer serรก una pelรญcula con pietaje adicional y se estrenarรก en salas de todo el mundo el 5 de noviembre, mientras que el รกlbum alusivo saldrรก a la venta el 20 del mismo mes.
Hablemos ahora de autoconciertos. Dependerรก mucho del artista para que yo me anime a subirme a un coche, recoja a un alma gemela (o a varias, para prorratear el costo de la entrada) y asista a un autoconcierto en el Parque Bicentenario o en el Foro Pegaso. No objetarรฉ que me tomen la temperatura al llegar o me obliguen a usar cubrebocas si decido bajarme del coche; las caminatas por el lado salvaje en el sรบper me han habituado a ello. Aรบn asรญ, ir a un concierto como quien tiene un flashback a su infancia o adolescencia y regresa al autocinema Satรฉlite de los aรฑos 70 del siglo XX no es algo que me excite en demasรญa. Con el Festival de Woodstock se cimentรณ la leyenda de que podรญas formar una naciรณn si te congregabas con miles a escuchar mรบsica elรฉctrica en vivo. Tal vez ningรบn acontecimiento hizo mรกs por apuntalar la creencia del concierto de rock como ritual dionisiaco en el que todos pueden ser uno y uno todos. Lo anota George Steiner en Necesidad de mรบsica y pienso que aplica para cualquier gรฉnero: veneramos โla nostalgia por lo trascendente, por el รฉxtasis, el ideal de empatรญa participativa, la respuesta compartidaโ. La bronca, digo yo, es cuando debes sacrificar horas para llegar a un foro y luego otras tantas para salir de un estacionamiento que, ademรกs, te costรณ 200 pesos.
La noche del domingo 30 de agosto escuchรฉ en livestream a Los Lobos, esa pequeรฑa gran banda del Este de Los Angeles. El antro de la tocada, el Belly Up, en Solana Beach, California, solo tenรญa por pรบblico presencial al compacto personal de filmaciรณn. Todos los demรกs estรกbamos desparramados por el mundo entero. Apreciรฉ la espontaneidad de Cรฉsar Rosas y David Hidalgo entre rola y rola. Siempre he admirado la versatilidad del grupo, del country rock al rockabilly, la cumbia, el norteรฑo y las rancheras. Una canciรณn me pegรณ mรกs que las otras: su versiรณn de โVolver, volverโ, de Fernando Z. Maldonado, que hiciera popular Vicente Fernรกndez. Me imaginรฉ en un concierto en vivo, con mรกs personas alrededor, si quieren a sana distancia, pero abrazando a un alma gemela, chocando con ella vasos de plรกstico con chorritos de mezcal a sobreprecio. Quizรกs, despuรฉs de todo, soy mรกs hijo de la mala vida y animal melรณmano y gregario. Tal vez, a pesar de los pesares, poco iguale el rush del disfrute pรบblico, no solitario, de la mรบsica. โEste amor apasionado, anda todo alborotado, por volverโฆโ Asรญ ando yo.
Ernesto Flores Vega (Huichapan, Hgo., 1964) es un melรณmano eclรฉctico. Ha ejercido el periodismo y la comunicaciรณn corporativa.