Foto: Photoshot/UPPA/ZUMA Wire

Pete Townshend en la hoguera de la vanidad y la creación

Una polémica declaración del líder de The Who recuerda que la tensión entre los integrantes de una banda ha sido una de las fuentes creativas del rock.
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El pez –aunque rasgue la guitarra con furia y sea su brazo derecho un vistoso molino de viento– muere siempre por la boca. El venerado Pete Townshend acaba de escenificar un sonado resbalón al declarar a Rolling Stone que agradece la muerte de Keith Moon y John Entwistle, sus compañeros en The Who. Apenas pasaron unas horas y el patriarca rocanrolero ya estaba disculpándose en redes sociales con los fans del grupo y los hijos de los añorados baterista y bajista.

En su descargo cabe recordar que, ante la proximidad de un lanzamiento discográfico, la imparable maquinaria de la industria musical expolia a los artistas con extensos roles de entrevistas uno a uno en las que, o se buscan maneras novedosas de decir lo que se ha declarado una u otra vez, o se derrapa con facilidad en la confidencia o la salida de tono ante algún entrevistador agudo, insistente, mañoso, inquisitivo o, simplemente, afortunado: le cae del cielo la primicia, la declaración bombástica que se destacará en el titular de la revista y las agencias noticiosas harán llegar a los medios de todo el globo.

El mensaje de disculpa de Townshend es digno de su estatura como intelectual del rock. Bien escrito, convincente y aparentemente honesto. Jamás me atrevería a hablar a nombre de todos los fans de The Who, pero no albergo ni la menor duda de la extrema dificultad que habrá supuesto trabajar con Moon (¡sobre todo con el desquiciado y brillante Moon The Loon!) y con Entwistle. Queda claro que a Townshend le incomodaba ser eclipsado por “The Ox”, sin duda uno de los bajistas más creativos y originales en la historia del rock. “El sonido del bajo de John era como un órgano de Messiaen –dice Townshend a Rolling Stone–. Cada nota, cada armonía en el cielo. Cuando murió y di mis primeros shows sin él, con Pino (Paladino) en el bajo, éste tocaba sin todas esas cosas y yo decía: wow, ahora tengo un empleo.”

El exabrupto de Townshend no es el primero ni será el último en los anales de la historia del rock. El episodio admite una lectura como parte de la interminable saga de las no siempre tersas dinámicas creativas en el seno de las agrupaciones musicales. ¿Acaso el pacifista John Lennon no acabó recriminándole a Paul McCartney, su mancuerna de décadas, “cómo puedes dormir”, tras la ruptura del grupo? ¿Y no solían marginarse las composiciones de Harrison y Starr en las grabaciones beatlescas?

Historias abundan. Tras el eclipse del diamante loco Syd Barrett, Roger Waters se hizo del control de Pink Floyd. Cuando decidió congelar a la banda, Gilmour, Mason y Wright se negaron. Waters los demandó por querer seguir usando el nombre Pink Floyd y se enfrascaron en un pleito legal que duró años y durante el cual el bajista y cantante se atrevió a menospreciar en la prensa la capacidad musical del baterista y el tecladista. Muchos fans se lo han perdonado; este irrelevante comentarista no. Waters podrá ser adalid de las mejores causas de un mundo en crisis, pero en situación límite fue un miserable con dos de los indiscutibles co-creadores del sonido Pink Floyd.

Abundan, pues, las historias de roce y conflicto en el mundillo del rock. Jagger-Richards, Reed-Cale, Davies-Davies, Gallagher-Gallagher. Bien conocido es el relato de Fleetwood Mac y sus intestinos conflictos maritales que dieron luz a Rumours. Casi podría afirmarse que no ha existido banda en la que se hayan cocinado obras perdurables sin tremendos estira y aflojas. Por otra parte, los ejemplos de Townshend, Waters, –y aquí añadiría los de Robert Fripp y David Byrne–, muestran que con frecuencia en un grupo hace falta un integrante con ego desbordado, pero también con liderazgo, disciplina, visión y ambición para que un proyecto artístico se desarrolle y perdure. Townshend se habrá desbocado hace unos días, pero pocos podrán regatearle haber sido por décadas el ideólogo y motor indiscutible de The Who, el del cuestionamiento generacional y la búsqueda espiritual.

También es cierto que en el actual panorama musical parecen descollar individualidades que si bien no forcejean creativamente con sus pares, juegan a las vencidas consigo mismos, a veces hasta desembocar en el hospital psiquiátrico, como sucede con el notable y controvertido Kanye West.

Escribe el triste narigón de los ojos azules en su largo mensaje de disculpa: “Roger (Daltrey) y yo no hemos cambiado mucho al paso de los años, pero nos amamos y nos llevamos bien hoy en día. Es conmovedoramente doloroso imaginar cómo hubieran sido las cosas si John (Entwistle) y Keith (Moon) hubieran tenido la oportunidad de ser más viejos, más amables, más sabios. The Who podría haber crecido musicalmente, o posiblemente solo hubiera andado en círculos, pero les aseguro que habríamos profundizado nuestro amor por cada uno como seres humanos y colegas. ¿Como músicos? Quién sabe.”

Si me piden decantarme, diré que prefiero un futuro en el que subsistan grupos formados por personas que se agarren de las greñas y se mienten la madre, pero, con un poco de suerte y como resultado del conflicto, consigan obras clásicas, más que esos individualistas (personalistas, les decíamos en el futbol) que pretenden crear solos con su alma y la pequeña ayuda de un arsenal de software.  

 

 

 

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Ernesto Flores Vega (Huichapan, Hgo., 1964) es un melómano ecléctico. Ha ejercido el periodismo y la comunicación corporativa.


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