Poncio Pilatos: ¿el primer cristiano?

Aldo Schiavone se ha propuesto explorar el que probablemente sea el encuentro más portentoso de la historia de la humanidad: el de Pilatos y Jesús.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Aldo Schiavone es uno de mis escritores favoritos sobre la economía de la antigua Roma, o más ampliamente sobre la historia romana. He aprendido mucho y he disfrutado de verdad con su elegante y pequeño volumen The end of the past, que de forma inteligente y a la vez profunda y con una hermosa prosa habla la grandeza de un imperio globalizado creado por Roma y los límites que le impidieron ir más allá, desarrollando diez siglos antes de que apareciera finalmente en Lombardía una forma mucho más extensa de economía comercial globalizada. Fue la economía de conquista que condujo a la esclavitud y al abaratamiento de la mano de obra lo que impidió el perfeccionamiento tecnológico romano (opinión compartida por Marx y más recientemente por Bob Allen): “El saqueo militar resultó ser el único mecanismo de autosuficiencia que la economía romana logró construir” (The end.., p. 81).  Además, escribe Schiavone, había desprecio por el trabajo en general, la vida ideal consistía en la indolencia rural aristocrática: todos estos eran elementos que difícilmente conducían a una economía capitalista. También había una arrogancia, la creencia de que se había alcanzado la cima de la evolución humana, que no se podía inventar nada nuevo, resumida en una hermosa y enjundiosa frase de Schiavone: “Todos creían haber terminado, pero en realidad ni siquiera habían empezado” (El fin…, p. 134).

Ahora uno de los más célebres historiadores vivos de Roma se ha propuesto en el recién publicado Pontius Pilate: Deciphering a memory [Poncio Pilato: un enigma entre historia y memoria, editorial Trotta] explorar el que probablemente sea el encuentro más portentoso de la historia de la humanidad: el de Pilatos y Jesús. Me emocioné mucho cuando vi que habían salido las traducciones al francés, y hace un par de días al inglés, del libro. Nadie, pensé, podría hacer esta reconstrucción mejor que Schiavone. Pedí el libro por adelantado y lo leí en una tarde/noche. Es un libro corto, de unas 200 páginas, que incluye abundantes referencias y discusiones de numerosas fuentes.

La primera parte, en la que Schiavone describe Judea unos cincuenta años antes de la Era cristiana y en el período que va hasta el año 30, cuando, según todas las pruebas, tuvo lugar el fatal encuentro, no decepciona. Schiavone describe de forma muy persuasiva la efervescencia intelectual de Judea, atravesada por predicadores, santones y vagabundos (imagina un país del tamaño de Connecticut con tal vez varios miles de Rasputines correteando por ahí), su estructura social, su implacable teocracia con sumos sacerdotes y Sanedrín por encima de un régimen aristocrático-religioso que se parece mucho a la actual Arabia Saudí. “No es casualidad que la palabra ‘teocracia’ fuera inventada por Josefo para describir la peculiaridad de la tradición política de su país” (p. 110).

Y a continuación, Schiavone explica perfectamente el desconcierto de los romanos en este entorno que lingüística y sobre todo ideológicamente les resulta totalmente ajeno. Aunque para entonces judíos y romanos (y griegos) habían convivido durante varios siglos, la incomprensión romana hacia los judíos nunca había desaparecido. Gibbon da literalmente docenas de ejemplos de su relación de “aceite y agua”, es decir, cuando no estaban en guerra. Más difícil aún era ser el prefecto en ese ambiente, tratando permanentemente de frenar la insurrección incipiente y evitando al mismo tiempo el peligro inverso de que, para aplacar a una facción de los judíos y evitar esa insurrección, las autoridades romanas fueran utilizadas por esa facción para reprimir a sus rivales (el típico dilema de “la cola menea al perro” de todas las grandes potencias).

Y eso es, efectivamente, lo que ocurre aquí. La aristocracia religiosa judía se siente amenazada por la súbita popularidad adquirida por el predicador galileo, convence a Pilatos para que lo arreste, pero luego no logra presentar las pruebas de que el predicador está socavando el orden político romano. Aquí está el quid de la cuestión: El estamento religioso judío tiene un control total sobre sus asuntos religiosos, pero no tiene derecho a imponer la pena capital (que desean desesperadamente aplicar a Jesús). Solo los romanos pueden hacerlo, pero los romanos no lo harán por una disputa religiosa entre los judíos, sino solo si el crimen es político (es decir, dirigido contra Roma).

El resto de la historia es bien conocida y no la trataré aquí. En ella se encuentran los dos puntos clave de Schiavone. En primer lugar, sostiene que, impresionado por los comportamientos y las respuestas (o la falta de respuestas) de Jesús durante el interrogatorio, Pilatos se niega al principio a imponer la pena de muerte aunque ello le ponga en un conflicto potencialmente grave con el estamento judío. Pero luego –y de forma más extraordinaria– se siente asombrado por este inusual predicador que afirma descender del Reino Celestial, y se convence de que el predicador quiere ser ejecutado. La muerte humillante en la cruz es el punto final deseado por Jesús, la culminación de su misión terrenal. Así, al final, las tres partes están de acuerdo en que Jesús debe morir: El establishment judío quiere deshacerse de un rebelde religioso incómodo, Jesús anhela su sacrificio, Pilatos es su cómplice dispuesto.

Ahora bien, esta parte que acabo de describir está muy bien argumentada y escrita, pero en realidad es un género de ficción histórica. Puede ser que sucediera exactamente así, como trata de convencernos Schiavone, pero podría haber sucedido de una miríada de otras maneras. El número de partes, las combinaciones de sus intereses, las alianzas cambiantes incluso en esas veinticuatro horas dejan abiertas muchas posibilidades. Schiavone toma la extraña decisión de tratar los evangelios de Juan y los tres sinópticos como una prueba textual de lo que se dijo en el proceso. Pero esto es claramente infundado. Como menciona Schiavone, es probable que muy pocas personas estuvieran presentes en el interrogatorio de Pilatos a Jesús; a lo sumo solo los traductores, ya que es poco probable que Pilatos hablara hebreo o arameo y que Jesús hablara griego o latín (p. 102). ¿Estuvieron los discípulos de Jesús en contacto más tarde con intérpretes? ¿Los intérpretes se lo dijeron a alguien más que luego transmitió esa información a los escritores de la Pasión? Y aunque la respuesta a estas preguntas fuera afirmativa, resulta ingenuo creer que los Evangelios se escribieron de forma desfavorable para Jesús. La naturaleza de los documentos es tal que tienen que presentar a Jesús como un interlocutor superior en el duelo entre el César y Dios.

Además, como las pruebas textuales de los cuatro escritores difieren en puntos importantes, Schiavone se ve reducido a hacer lo que todos los escritores que necesitan impulsar un lado de la historia tienen que hacer: elegir selectivamente ahora de un escritor y luego de otro. Juan es el más fiable (p. 97), antes de convertirse en el menos fiable (“El relato de Juan ya no se sostiene”, p. 164); a minúsculas inclinaciones del texto, probablemente sin sentido o accidentales (por ejemplo, “a partir de entonces” o “así”) se les da interpretaciones inverosímiles. Todo el relato adquiere un aspecto casi hollywoodense, en el que el implacable prefecto romano queda maravillado por el santón y decide confabularse con su deseo de morir. “Ya no estamos en un interrogatorio. Progresivamente… nos hemos transportado del pretorio de Judea a un diálogo de Platón” (p. 123). ¿Prefecto romano, militar empedernido, unos 15 años mayor que Jesús, preocupado por la misión escatológica de un predicador itinerante cuya religión ni lengua puede entender? 

Estamos aquí tocando la frontera del misticismo cristiano, aunque Schiavone se esfuerce por motivar la presunta caída de Pilatos bajo el hechizo de Jesús invocando el papel de la superstición en la vida de los romanos. La historia se derrumba totalmente en esta última parte: no se puede esperar de manera razonable que los escasos hechos que tenemos apoyen el pesado andamiaje de Schiavone.

Publicado originalmente en Substack.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

+ posts

Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, Mayo de 2024).


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: