Que un portero solo haga una parada en tres partidos puede ser una buena noticia. Señal, por ejemplo, de que a su equipo le atacan poco y le llegan aún menos. No es el caso, sin embargo, de David de Gea ni de España: en tres partidos han encajado cinco goles, seis si el VAR no hubiera anulado el de Irán en la segunda jornada. Recibir cinco goles cuando tus rivales son Portugal, Irán y Marruecos es preocupante y señal de que se están haciendo mal las cosas en defensa. Ahora bien, sería conveniente no centrarse tanto en los goles, cuya responsabilidad a menudo ha sido compartida, sino en la parada, que me parece casi más relevante.
Mediada la primera parte y con 1-1 aún en el marcador, el delantero marroquí Boutaib vuelve a quedarse completamente solo delante del portero español. Lo normal en una jugada así sería que el guardameta saliera e intentara tapar huecos, cerrar ángulos… De Gea está tan vendido que, en realidad, no tiene nada que perder. Nadie le culparía de ese gol como no sería justo culparle del primero, casi idéntico. Sin embargo, el portero español no sale, no achica, se limita a quedarse estático, como entregado a su suerte. Tirando de recursos técnicos, clava la rodilla en el suelo y salva el gol con un ligero movimiento de la pierna.
La parada es meritoria. Si vamos a criticarle por sus fallos, no vayamos a culparle también de sus aciertos. Meritoria y decisiva. Si me parece significativa es porque apunta a una tendencia insólita en De Gea: su inseguridad absoluta a la hora de salir de debajo de los tres palos, lo que multiplica las posibilidades de los rivales de generar peligro y buscar ángulos con sus remates. De Gea no salió a por el rival en esa jugada como no salió en el 0-1 como no salió en el córner del 1-2 como no se inmutó siquiera en el tiro al poste de Amrabat. De hecho, la única vez que intentó algo parecido a un despeje lo hizo mal, a destiempo y casi se lesiona la mano, aparte de poner a su equipo bajo serio peligro.
Es una situación desconcertante porque hablamos de uno de los mejores porteros del mundo. No me parece una apreciación discutible: primero en el Atlético de Madrid y ahora en el Manchester United, De Gea ha demostrado que es capaz de hacer verdaderos milagros gracias a su elasticidad y a su envergadura. Domina el juego aéreo y demuestra unos reflejos de felino. De hecho, durante la clasificación y con él de portero, España apenas ha recibido goles.
Más allá de tal o cuál jugada, lo que desespera al aficionado español es la sensación de ausencia que desprende De Gea en el campo. Es una sensación difícil de explicar porque no me creo que ningún jugador llegue a un Mundial y decida desconectar. Tiene que ser algún tipo de bloqueo generado por el exceso de expectativas, por el deseo de agradar… y por su propio convencimiento de que no se le valora lo suficiente, de que todos o casi todos desconfían de él.
¿De dónde puede venir ese pensamiento, esa necesidad de afirmación? Hay que remontarse dos años en el tiempo, a junio de 2016, cuando justo en la previa de la Eurocopa, la policía española procede a la detención de Tito Torbe, conocido empresario de la industria del porno casero, en una operación relacionada con la trata de blancas y la extorsión sexual a menores. El nombre de David de Gea, como el de Iker Muniain, entre otros, se filtra inmediatamente a la prensa como se filtran supuestos mensajes comprometedores. Antes de recibir siquiera una notificación de la fiscalía, el portero se ve copando portadas en todos los medios como supuesto pedófilo y oye al propio líder de la oposición, el socialista Pedro Sánchez, afirmar que “no se siente cómodo” viéndole de titular en el equipo.
Al final, el caso quedó en nada –al menos para De Gea y Muniain, cuya participación en la red no se probó nunca– pero De Gea quedó marcado y entiendo que hasta cierto punto es razonable. El rencor sigue ahí y muestra de ello es que, en la tradicional recepción del presidente del gobierno antes de cada torneo, el portero se negó a aplaudir el discurso del anfitrión, a la sazón el mismo Pedro Sánchez que le criticara dos años atrás en un ataque de populismo. Hablamos de semanas antes de que Cristiano le doblara las manos en el primer partido del Mundial y cuando Lopetegui aún era el seleccionador: es decir, el malestar venía de serie.
Después, ya saben, un primer partido horrible ante Portugal, uno ante Irán en el que pasó desapercibido y más dudas de nuevo contra Marruecos. El problema, ya digo, no está en tal o cual gol, está en la sensación que transmite en el campo de estar completamente superado, como si estuviera pensando en el siguiente meme que va a copar las redes sociales o en la siguiente crítica que va a recibir, en vez de centrarse en la manera de evitar todo ese escarnio. A pesar de los errores evidentes ante Portugal, por ejemplo, De Gea se negó en todo momento a reconocer lo obvio y a hacer propósito de enmienda. En cambio, se dedicó a culpar a los medios y a mostrarse de nuevo como un incomprendido.
Es imposible saber lo que pasa por la mente de un profesional de ese nivel cuando llega a un escaparate como un Mundial. Imposible, además, en el seno de un equipo que se ha quedado sin entrenador dos días antes de debutar y que ha convivido con una serie de errores individuales de los que normalmente habría sido imposible recuperarse. Ahora bien, da la impresión de que esa ansiedad por hacerlo bien, por reivindicarse, por demostrar el porterazo que es en las islas, lejos de su país, le está pudiendo. Y que no encuentra quién le centre o le consuele. Lopetegui, portero de élite durante más de una década, podría haberlo hecho pero, como ya sabemos, Lopetegui lleva dos semanas viendo el Mundial en casa.
Visto lo visto y dada la situación, es lógico que se debata su continuidad como titular. No es un juicio a su capacidad, no es un juicio a su persona y no es una enmienda a la totalidad ni una necesidad de señalar culpables. Es una cuestión práctica. Si está preparado para volver a su nivel habitual, que siga. Si, por lo que sea, no puede con la presión y se está exigiendo demasiado, lo mejor es que deje paso a Kepa, otro magnífico portero aunque de menor experiencia.
Cambiar al portero antes de un partido decisivo suele ser un suicidio, pero hablamos de un equipo que decidió suicidarse antes de empezar el torneo y sigue vivo, así que podemos esperar cualquier cosa. De Gea tiene que olvidarse de las críticas, de Sánchez, de los periódicos e incluso de las miradas de determinados compañeros. Tiene que dejar atrás el fantasma de Iker Casillas y los rumores interesados. A España le vendría muy bien volver a tener “un santo” en la portería, pero con un portero le vale. Un portero que se gane su puesto más allá de sus méritos el resto del año, eso sí, que quiera estar ahí, sin miedos ni complejos. Que en el siguiente balón por alto, grite “mía” y, efectivamente, el balón acabe en sus manos.
(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.