Este año la Fundación BBVA ha concedido a Sofia Gubaidulina el premio Fronteras del Conocimiento en la categoría de Música Contemporánea. El jurado reconoció “el excepcional alcance y la calidad de una música que se construye sobre una diversidad de tradiciones de forma tan personal como innovadora, haciendo uso de una amplia gama de instrumentos, algunos extraídos de la música folclórica, así como de la improvisación”. Si hay algo que destaca en la producción de la compositora son estos binomios: tradición e innovación, vanguardia y folclore, técnica e improvisación.
Gubaidulina nace en 1931 en la ciudad tártara de Chístopol, en Rusia, hija de padre tártaro y madre rusa. Se forma en los conservatorios de Kazán y Moscú durante las décadas de los cincuenta y sesenta. Ya en esos tiempos tiene que lidiar con problemas por la modernidad de sus trabajos, aunque esto le acercaría a compañeros de generación, como Alfred Schnittke, o a compositores como Dmitri Shostakóvich, que la animó a seguir por su “camino equivocado”. En 1975 funda, junto a Viktor Suslin y Vyacheslav Artyomov, el grupo de investigación Astreja, que estudia la música y los instrumentos folclóricos de Asia Central (Gubaidulina ha escrito, por ejemplo, numerosas obras para bayan, que ha combinado con instrumentos de la orquesta tradicional).
En 1979, la Unión de Compositores Soviéticos la incluyó en la lista negra conocida como “los siete de Khrennikov” por sus prácticas vanguardistas. El renombre más allá de las fronteras soviéticas llegaría un año más tarde, tras la composición de Offertorium, un concierto para violín que fue estrenado por Gidon Kremer en Viena en 1981. En esta obra se aprecian sus intereses variados: el concierto se abre con una cita del tema de fuga de la Ofrenda musical de Bach, repartiendo las notas entre diferentes instrumentos (como Webern haría con la orquestación del Ricercare). Poco a poco, este material, junto con el presentado por el violín, se va fragmentando en una serie de variaciones que lo hacen irreconocible, un proceso que concluye en un coral que evoca los himnos ortodoxos. Tras esto, la coda final del solista nos devuelve al tema inicial, cerrando el círculo. En 1987 pudo realizar su primer viaje a Estados Unidos, donde su nombre se consolidó tras la caída del telón de acero. Desde 1992 reside cerca de Hamburgo.
El jurado del premio también destacó la “cualidad espiritual” de la música de Gubaidulina. Cuando ha protestado contra la etiqueta de “eclecticismo”, impuesta a su música, lo ha hecho en los siguientes términos: “Los musicólogos se la han puesto a Bach. Bach no se preocupaba en absoluto del estilo. Pensaba en Dios. ¡Habla con Dios en su música!” Gubaidulina aprendió a expresar sus tempranas inquietudes espirituales a través de la música, en un contexto hostil a las manifestaciones de fe. En su catálogo encontramos numerosos ejemplos de música religiosa: Las siete últimas palabras, De profundis, una Pasión según San Juan complementada con una Pascua según San Juan… Pero la religiosidad va más allá de la forma, para instalarse en el mismo hecho de componer: “Soy una persona religiosa. Y por religión entiendo re-ligio, la religación de un vínculo, restaurar el legato de la vida. La vida divide al hombre en muchas partes. No hay mayor ocupación que la de recomponer la integridad espiritual a través de la composición”. En Offertorium podemos ver esta idea. Por un lado, el mismo título es una alusión al rito que sigue al Credo en la liturgia. También se entiende en él la idea del ofrecimiento, de realizar un acto de sacrificio (algo que ella misma ha señalado). El proceso de transformación dentro de la obra hay que entenderlo como uno de muerte y resurrección: el material se ofrece a una ruptura que conduce a una reconstrucción final, a un sacrificio que conduce a una transfiguración. La vinculación con Bach se hace ahora mucho más reveladora.
El uso por parte de Gubaidulina de técnicas compositivas diversas, de la tonalidad a la disonancia más radical, de la música electrónica al instrumento popular, puede verse como el intento de crear un nuevo relato para la religiosidad. Pero se resiste a ser encuadrada en la corriente del minimalismo sacro -un estilo que simplifica armonías y melodías al servicio de una vocación religiosa, y que acoge a compositores coetáneos de esta autora como Arvo Pärt, John Tavener o Henryk Gorecki.
Gubaidulina afirma que los dos compositores por los que experimenta más devoción son J. S. Bach y Anton Webern. En esta elección hay una declaración de intenciones, que alude a la expresión de esta re-ligio desde una sensibilidad contemporánea en la que están implicadas tanto la tradición como la vanguardia. A esta síntesis de perspectivas se refiere el jurado cuando añade que “la dimensión transformadora de su música le ha garantizado un amplio acceso a públicos que van más allá de los convencionales para la música contemporánea”.
Gubaidulina, que tiene 86 años, continúa trabajando. La misma energía que caracteriza sus obras más conocidas sigue estando presente en sus últimas composiciones, como In tempus praesens, un segundo concierto de violín estrenado por Anne-Sophie Mutter, Glorious Percussion, concierto para percusión y orquesta, o su reciente triple concierto para violín, violoncello y bayan. “Su logro”, explica el comunicado del premio, “es el de la perseverancia y el coraje. Y son esas cualidades de fortaleza individual e integridad artística las que se expresan a través de su música”.
Manuel Pacheco (Villanueva de los infantes, Ciudad Real, 1990) es músico y filólogo. Es autor de 'Las mejores condiciones' (Caballo de Troya, 2022).