Todos corren, Antoine Griezmann decide

Nadie pensará en él como el mejor jugador del mundo, pero quizá habría que plantearse si no va camino de ser el más decisivo del campeonato.
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A veces, los entrenadores se enamoran de sus rectificaciones y no hay quien les devuelva al mundo real. Roberto Martínez, por ejemplo, metió a Fellaini y a Chadli cuando su equipo perdía 0-2 contra Japón en octavos y no solo remontó el partido sino que lo hizo con los goles de los dos suplentes. La cosa salió tan bien en esos locos veinte minutos y en los cuartos de final ante Brasil que ahí quedaron estos dos invitados sorpresa… pero ya no como recursos sino como pilares. Inevitablemente, el edificio acabó derrumbándose.

La sensación es que a Martínez se le olvidó por qué Fellaini y Chadli habían sido útiles y en qué contextos: Brasil había mostrado problemas en el juego aéreo durante todo el campeonato y de Japón mejor ni hablamos. Ahora bien, con Francia la cosa cambiaba. Meter a un rematador de cabeza como Fellaini contra la mejor defensa por alto del mundo no parece tener mucho sentido. Meter a un falso lateral izquierdo contra alguien que no sea Fágner y hacerle tirar córner tras córner a los pies o a la cabeza del rival, tampoco.

Si la idea del entrenador de la selección belga antes del Mundial era jugar un 3-3-3-1, bien habría hecho en no alterar tanto la propuesta hasta hacerla irreconocible en el momento clave, justo las semifinales. La importantísima baja de Meunier, un lateral ofensivo que se juntaba en la primera línea de mediocampistas con Carrasco y Witsel, exigía una respuesta que diera el tono del partido: mantener la apuesta con otro falso lateral ofensivo –quizá Mertens– o defensivo –Alderweireld– o regresar a una defensa de cuatro que no se había probado en dos años.

Al elegir lo segundo, Martínez blindó bastante bien a su equipo en defensa –pese a los despistes habituales– pero lo condenó en ataque. De entrada porque en el otro carril tampoco estaba Carrasco sino el citado Chadli, y porque los tres medias puntas –Hazard, De Bruyne y Mertens– se habían convertido en dos medias puntas y el voluntarioso pero torpón Fellaini, dificultando mucho la circulación del balón. El último error, producto probablemente de todo lo anterior, fue separar a Lukaku por completo del juego. Condenado a no recibir ni un solo pase en condiciones y a pasarse el partido peleándose con Varane y Umtiti, el delantero belga no pudo aportar absolutamente nada a su equipo.

Así, la propuesta belga quedó limitada al empuje de Hazard y De Bruyne. El problema estuvo precisamente en su voluntarismo. Ambos cogían la pelota, la cosían al pie, echaban a correr a velocidades vertiginosas y acababan resolviendo ellos la jugada en disparos imposibles mientras sus compañeros les miraban. Pocas veces se ha visto un equipo tan estático durante tanto tiempo. Los cambios que realmente podrían haberle dado una vuelta al partido llegaron en el minuto 80, cuando obviamente ya era demasiado tarde. 

Por su parte, Francia tardó en cogerle el ritmo al encuentro pero cuando se enteró de qué iba el baile ya no soltó a su pareja. Durante varios minutos lo fió todo a las contras de Mbappé y, sí, Mbappé corría y corría, como corría Hazard, como corría De Bruyne, como corrían Pogba, Lucas, Chadli, Witsel… Pero correr no lo es todo, ni siquiera en el fútbol moderno, aunque a veces lo parezca y desde luego luzca mucho. Después de media hora saltándose sistemáticamente a Antoine Griezmann en la construcción ofensiva, Francia recordó cómo había llegado hasta las semifinales y decidió darle el balón. Ahí cambió todo.

Y es que Griezmann no es de esos jugadores que te dejan con la boca abierta. No es hombre de enormes regates ni filigranas ni exhibiciones individuales. Simplemente, juega al fútbol de maravilla. Sabe cuándo seguir con el contraataque y cuándo relajar el juego. Busca al primer toque si hace falta y elige entre la verticalidad y la horizontalidad a su antojo. Quitarle el balón resulta casi imposible y ayuda como el que más en la recuperación. A todo esto, hay que sumarle su capacidad goleadora y su facilidad para las jugadas a balón parado, sin la que probablemente no habría sobrevivido a la era Simeone en el Atlético de Madrid y desde luego no como referente.

Mientras todos buscaban pasar a la gloria, Griezmann buscaba pasar a la final y lo consiguió. Suyo fue el lanzamiento de esquina que derivó en el gol de Umtiti y suyo fue el partido durante la segunda parte. Con Mbappé algo ausente y Giroud claramente a otra cosa –hay centrales que sirven como delanteros centro en momentos críticos y delanteros que perfectamente podrían jugar de centrales–, Griezmann asumió todos los roles: cayó a las dos bandas, tapó en lo que pudo la recepción de un perdidísimo Witsel, sacó un par de faltas importantes para ganar tiempo y calmó cualquier asomo de precipitación. 

En general, Francia pareció poco exigida para ser una semifinal mundialista y es complicado pensar que Inglaterra o Croacia vayan a dar más guerra que Bélgica. Claro que también parecía complicado que Portugal les ganara la Eurocopa de 2016, sin Cristiano Ronaldo y en pleno Stade de France, y miren el palmarés. Desde luego, para meterle mano a este equipo no parece sensato jugar a ver quién defiende mejor. En eso te van a ganar casi siempre. Francia tiene un gran portero en Lloris pero es que el rendimiento de sus defensas está siendo descomunal, empezando por los mencionados Varane y Umtiti, más concentrados que nunca, y continuando por los sensacionales Lucas y Pavard, sin duda las dos revelaciones del campeonato.

Si el fútbol no estuviera lleno de sorpresas, uno se atrevería a decir que ya tenemos campeón. Deschamps ha calcado la estrategia de 1998 y de momento está saliendo bien. Ahí corría Guivarc´h, corría Dugarry, corría Henry y corrían feroces Desailly y él mismo, los Kanté y Pogba del siglo pasado. Ahora bien, el que ganaba los partidos era Zidane como ahora lo es Griezmann. Y no, nadie pensará en él como el mejor jugador del mundo, pero quizá habría que plantearse si no va camino de ser el más decisivo. Al menos de este campeonato.

 

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(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.


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