Una historia de frustración

Desde hace 20 años es urgente la aprobación de una reforma migratoria en Estados Unidos. 
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Desde hace veinte años resulta urgente la aprobación de una reforma migratoria en Estados Unidos. Diversos factores, desde la tremenda crisis humanitaria de las miles de familias fracturadas por las deportaciones hasta los evidentes beneficios económicos de acoger legalmente a esos millones de inmigrantes que son, desde cualquier punto de vista, ciudadanos de facto, han contribuido a que una clara mayoría de estadounidenses respalde la versión más ambiciosa de la reforma. Los ajustes a las leyes migratorias incluso tienen sentido político: la creciente relevancia electoral del voto hispano debería ser incentivo más que suficiente. ¿Quién quisiera antagonizar a un sector de la población que prospera en números -y voluntad de participación política – a pasos agigantados? Solo un miope o un suicida.

¿Qué ha pasado, entonces? Ocurre que la reforma migratoria se ha topado con un partido republicano – pues sí – miope y suicida.

Baste un ejemplo reciente.

Jorge Ramos, el periodista que encabeza el esfuerzo informativo de Univisión desde hace casi treinta años, viajó a Washington hace un par de semanas. Ramos ha dedicado media vida a buscar, desde la trinchera periodística, la reforma migratoria. Como el resto de sus colegas que trabajamos en los medios hispanos acá, Ramos pensó que el momento se acercaba cuando, hace un año, el Senado aprobó – por 68 votos contra 32 – un proyecto de ley que, aunque lejos de ser perfecto, habría significado algo muy parecido a la ansiada reforma. Recuerdo bien el rostro de Ramos cuando dio la nota en la pantalla de Univisión. Estaba orgulloso y satisfecho. Y tenía razón. El caso es que, después de su aprobación en el Senado, el proyecto de ley pasó a la Cámara de Representantes, dominada por los republicanos. Y ahí ha languidecido desde junio. ¿Por qué? Explicaciones sobran: que si los republicanos no quieren darle un triunfo a Obama en año electoral, que si los hispanos en realidad no pesan en muchos distritos dominados por el voto blanco y conservador, que si el nativismo estadounidense ha vuelto por sus fueros. Cada uno de esos factores cuenta, pero ninguno es suficiente.

Pero volvamos a la anécdota de Jorge Ramos. En Washington, Jorge se sentó en primera fila en la conferencia de prensa del republicano John Boehner, el blandengue portavoz de la Cámara de Representantes. Cuando llegó su turno, Ramos fue al punto. “Señor portavoz, vinimos aquí a preguntarle por qué está bloqueando la reforma migratoria”, preguntó. “¿Yo, bloquearla?”, dijo Boehner con una risita entre indignada y socarrona. “Sí. Usted podría haberla sometido a votación y no lo ha hecho”, insistió Ramos. Lo que siguió sería cómico si no fuera absurdo y, finalmente, trágico. Boehner trató de salirse por la tangente acusando a Obama de reducir la confianza de los republicanos al no atender… ¡la reforma de salud! Para ponerlo en otros términos: arrinconado, Boehner mezcló peras con manzanas con una desfachatez que yo no había visto antes. El desplante fue tan cínico que Ramos reaccionó asombrado: “¿pero qué tiene que ver la reforma de salud con la reforma migratoria?”, preguntó, suplicando un poco de honestidad.

La respuesta, claro está, es nada: una cosa no tiene absolutamente nada que ver con la otra. Lo de Boehner fue un non sequitur de antología, pues. Ramos, que siempre ha sido de una sola pieza en su lucha por la reforma, lo sabe bien y de ahí su frustración. Y esa es la tragedia de la reforma migratoria: la historia de una ley necesaria, urgente y justificada perdida en el limbo por la testarudez de una oposición desvergonzada.

(Publicado previamente en el periódico El Universal)

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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