Una voz inconfundible

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Hace una semana expliqué aquí las razones por las que me preocupaba el aparente desánimo del electorado hispano en Estados Unidos, sobre todo el de origen mexicano y centroamericano, de particular importancia en el suroeste. Imaginaba que, tal y como señalaban varias encuestas antes de la votación, los hispanos preferirían castigar al Partido Demócrata, mediante la abstención en las urnas, antes que fortalecer sus posiciones políticas votando para rechazar a los candidatos que habían optado por usarlos como pera de boxeo durante la campaña. Los peligros eran evidentes: sin el voto hispano, el partido de Barack Obama probablemente perdería al senador de Nevada Harry Reid, su líder en la Cámara alta, quien necesitaba de los hispanos como de ningún otro bloque de votantes. Y, como Reid, varios más. Pero no solo eso. Si los latinos optaban por dejar pasar la elección sin hacer sentir su voz, habrían perpetuado el mito de que su voto carece de cohesión y voluntad real de participación.

Para fortuna de demócratas e hispanos, la historia fue muy distinta. Al final, el electorado latino en el suroeste de Estados Unidos no solo se hizo sentir: resultó fundamental para salvar de la quema a varios candidatos. Harry Reid simplemente le debe la vida al enorme bloque de hispanos que votaron por él de manera abrumadora, reconociendo no solo la trayectoria de Reid sino la desfachatez repugnante de su rival, Sharron Angle, experta en transmitir mensajes xenófobos de la peor calaña. Lo mismo puede decirse de lo ocurrido en California, donde los candidatos demócratas recibieron 86 por ciento del voto hispano. En elecciones que se decidieron por poco, no es una exageración decir que los hispanos fueron simplemente decisivos.

Por varias razones, todo esto es una gran noticia. La consolidación del voto hispano del suroeste bien podría modificar la discusión de la agenda hispana. Los demócratas tendrán que aprender la lección y hacer algo tangible para reciprocar con logros al notable apoyo que les han dado los hispanos. Opciones sobran. Si bien es cierto que una reforma migratoria en los próximos dos años se ve poco menos que imposible, otro tipo de medidas sensatas, como el “Dream Act” (que protege a los estudiantes indocumentados que llegaron de niños a Estados Unidos y desde entonces han mantenido una carrera académica de excelencia), resultan enteramente viables. Hoy, los demócratas están obligados a la acción.

¿Y los republicanos? Bueno, pues enfrentan una disyuntiva que no es nueva. Deberán optar entre defender la agenda conservadora, opuesta por principio a buena parte de las preocupaciones hispanas (sobre todo de los de primera generación en el suroeste), o deberá moverse hacia el centro para cooperar con la creación de algún tipo de iniciativa que atienda los intereses de los votantes latinos. Dados los compromisos actuales de los republicanos con su ala ultraconservadora, el dilema no tiene una solución fácil. O quizá sí. Se llama Marco Rubio. La nueva estrella conservadora, un joven cubano-americano que acaba de ganar un lugar en el Senado apoyado por el movimiento de la “fiesta del té”, podría abrir una nueva avenida estratégica para los republicanos: la del apellido. Los republicanos parecen creer que los hispanos le perdonarán a Rubio —y a su partido— sus posturas conservadoras y antiinmigrante solo por el origen hispano del político. Por eso ya hay quien habla de Rubio para vicepresidente en 2012. Pero creo que se equivocan. Un apellido y una cara bonita que habla español no deberían ser suficientes como para convencer al electorado de dejar de lado décadas de obstrucción e inacción xenófoba. Si algo dejó claro el 2 de noviembre es a qué grado se ha sofisticado el electorado latino. No se tragarán los cuentos de un antihispano con piel (y apellido) de hispano. Por eso, y porque sin el suroeste es muy complicado ganar una elección presidencial, los republicanos tendrán que reflexionar, con seriedad, sobre la agenda hispana. Y eso ya es ganancia.

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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