Foto: Paco Freire/SOPA Images via ZUMA Press Wire

La pobreza en España, más allá de las cifras

La pobreza aumenta en España entre los jóvenes, los niños y la migración no integrada, lo que obliga a cambiar las ideas convencionales sobre este tema.
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Aunque el debate sobre lo social y la política social en España es animado, e incluso vibrante, suele ser un terreno más fértil para argumentos emocionales que para análisis fundados en datos fiables. De las muchas razones que hay detrás de esta afirmación destacan dos. Por una parte, la debilidad de nuestras fuentes estadísticas sobre las condiciones en las que se desarrolla el ciclo vital de las personas; por otra, nuestra raquítica tradición respecto a la evaluación de las políticas sociales. En este sentido, los informes anuales sobre la pobreza que publica la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN) tienen un valor muy significativo.

Estas publicaciones representan exhaustivos ejercicios de medición de naturaleza muy técnica y de lectura algo árida. Se trata, prácticamente, de almanaques sobre la pobreza: todo lo que se puede decir sobre este asunto en España queda dicho en sus páginas. Su calidad conceptual es indudable, ya que atiende a todas las definiciones posibles de la pobreza, y su fortaleza metodológica radica en la calidad de las fuentes de datos que utiliza, como son las Encuestas de Condiciones de Vida, de Población Activa y otras estadísticas públicas. Pero se trata de documentos que carecen del músculo analítico que es común en la llamada “literatura gris” sobre la pobreza de los países anglosajones, que da cuenta, específicamente, de sus causas y consecuencias y de su transmisión intergeneracional.

Desde luego, el Informe habla de ciertos factores que agravan y perpetúan la pobreza, en especial el acceso a la vivienda y las dificultades para hacer frente a alquileres y suministros; la baja intensidad del empleo (el tiempo de trabajo efectivo frente al total posible), que explica por qué un 11.9 % de las personas que disponen de un trabajo en España viven bajo el umbral de la pobreza; y las barreras que la discapacidad impone al acceso a servicios esenciales. No obstante, hay que ir más allá: la pobreza es una realidad que se mete bajo la piel de tal forma que cambia desde el metabolismo corporal hasta la forma de pensar. Por esta razón, es una trampa de la que resulta tan difícil de escapar.

Los hitos de la pobreza en España

El último informe de EAPN (Informe 2024 “El estado de la pobreza”, elaborado con datos de hasta 2023) dejaclaro que el perseverante discurso oficial español sobre la pobreza y los esfuerzos para combatirla han dado resultados insuficientes. Página tras página se puede ver cómo, lejos de reducirse, las tasas no bajan de cifras alarmantes. A día de hoy, ni siquiera se ha logrado retornar a los niveles de pobreza previos a la crisis de 2008. Esto cuestiona el compromiso ante los electores y la eficiencia de nuestro gasto público.

En primer lugar, el 26.5% de la población española, más de 12.7 millones de personas, se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social, o lo que es lo mismo, en peligro de ser pobre en el futuro. Esta cifra es prácticamente idéntica a la de años anteriores, por lo que se puede decir que ni el crecimiento económico ni el celebrado aumento del empleo han reducido el porcentaje de esta población. En segundo lugar, la privación material severa, la verdadera frontera entre quienes afrontan lo más crudo de ser pobre y quienes no, afecta al 4.6 % de la población en España, algo menos de 2 millones y medio de personas. En tercer lugar, el riesgo de pobreza en la migración extracomunitaria es del 47%; esta cifra baja hasta el 29% entre la proveniente de otros países de la UE. Todo ello hace pensar en la necesidad de reflexionar sobre la selección de los flujos migratorios hacia España y sus débiles procesos de integración. En cuarto lugar, más de uno de cada cuatro jóvenes está en riesgo de pobreza o exclusión social (27.4 %), lo que habla de una sociedad poco operativa. Por último, el dato más terrible: dicho riesgo afecta ya al 34.5% de los menores de 16 años, crudo reflejo de la vida difícil de sus padres, con implicaciones devastadoras para el futuro del país. No solo es éticamente inadmisible que más de un tercio de la niñez viva en semejante precariedad, sino que esta situación tendrá un coste extraordinario a largo plazo para su desarrollo cognitivo, social y económico.

Vale preguntarse por el rol del Estado ante semejante panorama. En realidad, sin su participación el porcentaje de personas en pobreza se duplicaría. Un hecho impactante para pensar en nuestras dinámicas sociales es que las pensiones son uno de los factores más decisivos para el sostenimiento de las condiciones de vida de la población, ya que, por sí solas, reducen el riesgo de pobreza y la pobreza severa en más de 16 puntos. Es imposible hablar de la capacidad de los jóvenes para formar hogares y tomar sus decisiones vitales de manera autónoma sin tener en cuenta este dato, que indica que la dependencia respecto a los mayores no es fácil de superar.

El Informe sugiere que las políticas actuales son insuficientes o están mal diseñadas, sin ofrecer lecturas actualizadas de las causas de la pobreza, algo fundamental para diseñar intervenciones innovadoras. Por poner un ejemplo, a simple vista las diferencias en la incidencia de la pobreza entre hombres y mujeres parecen deberse, sobre todo, a la maternidad y a la dramática situación de los hogares monoparentales, mayoritariamente encabezados por ellas. Sin embargo, de manera un tanto confusa se señala la “discriminación” como responsable, sin aclarar la diferencia entre el tratamiento de la brecha de género en terrenos como el laboral y las políticas específicas que requieren las mujeres en tanto madres.

Estas ambigüedades pueden tener su origen en que nuestras infraestructuras estadísticas son francamente insuficientes para conocer con profundidad las causas que cronifican la pobreza y sus consecuencias en las dinámicas personales y familiares. Pero, además de documentar con rigor la prevalencia de la pobreza y alimentar series para describir su evolución en el tiempo, tribunas como la de este Informe deberían divulgar lo que se sabe sobre las dinámicas que perpetúan la pobreza y estimular el debate respecto a cómo abordarlas de manera efectiva. De lo contrario, se corre el riesgo de dejar al lector perplejo ante el hecho nada sorprendente de que el crecimiento económico y la expansión del empleo no reduzcan la pobreza.

Más allá de la medición: renovar el debate sobre la pobreza

Hasta hace algunos años, la investigación sobre la pobreza era demasiado estrecha causalmente hablando. Se señalaban recurrentemente causas conductuales (los embarazos entre adolescentes o el fracaso escolar); estructurales (la macroeconomía, la dualización del mercado de trabajo); o políticas (dinámicas del poder y desigualdades en la participación). Hoy sabemos que la pobreza es un problema mucho más complejo que afecta la cognición, la salud integral y las relaciones sociales en su conjunto. Conocer el porqué de su naturaleza pegajosa es fundamental para diseñar intervenciones que vayan más allá del nivel paliativo y que capaciten a los pobres para salir de la trampa en la que se encuentran.

Las políticas públicas no pueden limitarse a las soluciones clásicas centradas en el empleo y las transferencias sociales. Un aspecto a considerar es la carga cognitiva que impone la pobreza y cómo limita la capacidad de las personas para tomar decisiones a largo plazo. El gran impulso en esta dirección fue la difusión del trabajo de Abhijit Banerjee y Esther Duflo (Poor Economics, Public Affairs, 2011), gracias a diversos reconocimientos internacionales. El “sesgo de presente” explica por qué muchas personas en situación de pobreza priorizan sus necesidades inmediatas sobre las que podrían mejorar su situación en el futuro.  En Why having too little means so much, de Anuj Shah, Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir (Macmillan, 2013), se explica cómo la escasez, especialmente la financiera, obliga a asignar ingentes recursos cognitivos a los problemas más urgentes, descuidando otros igualmente importantes, pero menos inmediatos, como el mantenimiento de la vivienda.

Según estos autores, gestionar recursos escasos afecta el desarrollo cerebral y deteriora la capacidad para tomar decisiones. Criarse en estos ambientes parece ralentizar el crecimiento de la materia gris en el cerebro de los niños, lo que limita su capacidad de autorregulación para gestionar simultáneamente sus emociones y comportamientos. Sin medidas adecuadas, estas experiencias adversas durante la infancia limitarán las oportunidades futuras y perpetuarán la pobreza intergeneracionalmente. Salir de esta trampa requiere un esfuerzo comprehensivo que no solo atienda a la escasez de ingresos, sino también a la salud y, sobre todo, a la incidencia del estrés sostenido en el tiempo que padecen las personas pobres. Aunque no estamos acostumbrados a verlo así, la pobreza severa es también un problema de salud pública y así debe ser atendido. Es momento de crear equipos interdisciplinarios que enfrenten a nivel de Estado las secuelas físicas, mentales, culturales y laborales del estrés de la pobreza y del “sesgo de presente”.

La reflexión sobre el tema que nos ocupa debe superar el estrecho canal de reflexión que imponen nuestros aprioris, nuestras emociones y nuestro deficiente panorama estadístico en materia social. Un debate renovado y útil para las políticas públicas debe incorporar lo que sabemos sobre las dinámicas que perpetúan la pobreza; solo de esta manera podremos crear políticas no puramente paliativas sino que ofrezcan soluciones para salir del ciclo de precariedad en el que se encuentran atrapadas las personas pobres. ~

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Es investigador del Instituto de Economía, Geografía y Demografía (CSIC), España.


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