Llegará el día en que los pobres sean tan pocos que haya que protegerlos como una especie en extinción. Quizá en aldeas turísticas, más o menos auténticas, que ilustren cómo vivían. Pero será difícil explicar cómo pudo haber pobres en medio de la abundancia.
Se cree que siempre ha habido pobres y siempre los habrá. La creencia parece confirmada por una frase bíblica, sacada de contexto: “A los pobres siempre los tendréis” (Mateo 26:11). Pero la pobreza no es eterna. Tuvo principio (en el neolítico) y puede tener fin en unas cuantas décadas.
La pobreza es circunstancial. Millones han salido de pobres y todos pueden salir. Hay impedimentos, pero no son económicos ni políticos, sino planteamientos erróneos:
1. Hay que combatir la pobreza y la desigualdad. Craso error. La desigualdad es distinta y requiere un combate distinto. Puede existir sin pobreza, como es obvio en el caso de los millonarios. La diferencia entre tener un millón y ser el hombre más rico del mundo es muchas veces mayor que la diferencia entre ser pobre y ser de clase media. Además, en la cultura del progreso, cuyo ideal es distinguirse (no ser iguales), la igualdad es vista como estancamiento.
Combatir “la pobreza y la desigualdad” es integrar una meta alcanzable con otra inalcanzable. Lo cual lleva al fracaso en ambas, como se ha visto una y otra vez. Hasta en las dictaduras supuestamente igualitarias, donde “Todos son iguales, pero algunos son más iguales que otros” (Orwell, Animal farm).
2. No hay recursos suficientes para acabar con la pobreza. Eso pudo ser cierto cuando el 90% de la población era pobre y la riqueza total era ínfima. Pero la situación ha cambiado. Entre el año 1000 y el 2000, el PIB mundial creció 300 veces, según las estimaciones de Angus Maddison (Wikipedia, “Evolución del PIB mundial en los dos últimos milenios”). Hay más que suficiente para repartir una pequeña parte del PIB (producido por todos) entre todos, a partes iguales.
Pero no basta repartir. Lo mejor es multiplicar la productividad de los pobres facilitándoles la adquisición de recursos productivos: microcréditos, medios de producción baratos y trámites casi nulos.
3. Las pequeñas empresas son menos eficientes que las grandes. Otro error. Lo son en productividad laboral, no en productividad de la inversión. Los censos económicos muestran que cada peso invertido en una microempresa produce más que en una grande.
4. “El problema del campo se resuelve en la ciudad” –dijo un destacado economista. Pero no hizo cuentas del desastre de sacar a los campesinos de su mundo, alojarlos en la ciudad y llevarlos al pie de las grandes empresas, que no pueden ocuparlos.
El problema del campo se resuelve en el campo, pero no sembrando para vender, porque no pueden competir con la agricultura moderna, sino con industria ligera (y sembrando para su propio consumo). Una máquina de coser en el campo sí puede competir con las urbanas.
5. Hay que acabar con la informalidad. Es imposible y es una tontería. Las leyes y reglamentos que no distinguen entre mosquitos y elefantes no se pueden cumplir por los mosquitos. Les imponen la disyuntiva: evadir o desaparecer. La informalidad es una tabla de salvación para millones que no pueden ser integrados a las empresas del sector formal, con buenos sueldos y toda clase de prestaciones. Crear un empleo de ésos requiere una inversión cien veces mayor que crear un autoempleo con una máquina de coser, una bicicleta o una laptop.
Además, millones prefieren ser independientes, aunque sea en un puesto de tacos. Y un puesto de tacos le produce más a la sociedad que un puesto burocrático.
En vez de satanizarlos, hay que ofrecerles microcréditos, medios de producción que se paguen solos en unos cuantos meses y una formalidad mil veces más barata. Sin eso, la informalidad es la alternativa sensata a los trámites insensatos. No existe, y hace falta, una formalidad diseñada para los que producen en pequeño.
A medida que los planteamientos erróneos vayan desapareciendo, la pobreza también. Se ha visto en el caso de los microcréditos. Fueron creados por voluntarios, dados los absurdos requisitos de los bancos, hasta que la banca abrió los ojos. Hoy son un buen negocio para la banca, las microempresas y el país.
Con imaginación y sentido práctico, se irá eliminando la pobreza. A los pobres, no siempre los tendréis. ~
Publicado en Reforma el 31/III/24.
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.