Grecia siempre al principio de la historia

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El famoso economista John Kenneth Galbraith decía que pocas cosas son tan tentadoras para un escritor como repetir, con admiración, lo que antes dijo. Por favor, perdóneme por sucumbir a tan bajo impulso.

Si usted está entre el grupo masoquista que lleva mucho leyendo mis comentarios, le consta que desde hace años he estado hablando sobre los problemas del desbalance europeo, en el cual conviven países productivos y superavitarios, como Alemania, con países que no lo son y son deficitarios como es el caso de Grecia. Hablé también hasta el cansancio sobre los problemas que una moneda única puede acarrear para tan dispares miembros. Tarde o temprano, decía, esta situación iba a acarrear problemas y, dado que las cadenas se rompen en su eslabón más débil, lo esperable sería que éstos surgirían en la periferia europea: Portugal, Irlanda, Grecia o España. Llegó, finalmente, ese momento.

Creo que hay que dar un paso atrás para ver el bosque y eso nos permitirá apreciar lo que está pasando con Grecia. Si tuviéramos que resumir en un par de oraciones lo que ocurrió con la economía de los países desarrollados en los últimos años, diríamos que el colosal endeudamiento que había asumido el sector financiero llevó a los bancos al borde de la quiebra y, para que no quebraran, los gobiernos absorbieron esa deuda. Pero ahora son los gobiernos mismos los que están al borde del abismo.

Los primeros países en sangrar son los que estaban más endeudados desde antes de la crisis. Ese es el caso de Grecia cuyo gobierno ya había acumulado deuda por el equivalente a más de 100% de su Producto Interno Bruto previamente. La crisis simplemente convirtió el sangrado existente en hemorragia. Con la recesión, la recaudación fiscal se desplomó y el gasto público creció como consecuencia de estímulos fiscales, seguros de desempleo, y mayor gasto social. El que la recaudación caiga es el equivalente a que le bajen el sueldo a un individuo que ya tenía sus tarjetas de crédito hasta el límite.

El déficit fiscal, es decir, la diferencia entre lo que un gobierno gasta y lo que recauda, llegó a ser casi 13% del Producto Interno Bruto griego. Además, la deuda creció alegremente en los tiempos de abundancia en que Grecia festejaba ser miembro del selecto club de la eurozona, y capaz de emitir bonos a tasas bajas. Como siempre, Wall Street puso su granito de arena. En un entorno con abundante liquidez y tasas bajas, le pusieron una y otra vez el anzuelo al gobierno griego enseñándole cómo titularizar (bursatilizar) ventas futuras de billetes de lotería, y otros “ingresos”. Quienes antes se arrebataban esos bonos ahora huyen despavoridos, o especulan apostando a que la situación griega es insostenible.

Los miembros más fuertes de la eurozona se preguntan qué hacer con los griegos. Empecemos por decir que la economía griega es menos de 3% de la economía de Europa y que hay una cláusula en el Tratado de Maastricht que impide que un miembro de la eurozona rescate a otro. El país más afectado si los griegos dejan de pagar su deuda sería Francia, a quien Grecia le debe el equivalente a 3% del Producto Interno Bruto francés. A Alemania, el otro rescatistas potencial, le deben sólo uno por ciento del producto alemán.

La disyuntiva es más compleja de lo que a primera vista parece. Muchas voces claman porque simplemente se deje a Grecia caer en el default. Esta situación dista mucho de ser desconocida para los griegos, quienes han estado en esta situación en 105 de los 200 años que llevan de haber obtenido su independencia de los otomanos. El temor es que imponerle un rescate a los contribuyentes fiscales alemanes o franceses –rompiendo las reglas establecidas- garantiza que éstos se manifestarán en cuanto puedan en contra del futuro de Europa.

Si no los recatan, lo de menos es el futuro de Grecia. El problema es que los inversionistas del mundo van a vender rápidamente sus inversiones en bonos de países más grandes y con problemas similares, como Irlanda, Portugal -y la peor pesadilla- España. Estos países han emitido quince veces más bonos que Grecia, por lo que pondrían en jaque al sistema bancario europeo si dejan de pagar.

Lo que Francia y Alemania le dicen a Grecia es que, si lo rescatan, el déficit fiscal griego tiene que irse de 12.75% del PIB en este momento a 3% en tres años. Imagine las implicaciones de un ajuste de tal magnitud. Éste tendría que darse con un fuerte incremento en los impuestos, y bajas simultáneas al gasto público que serían más que recortes, amputaciones. Sería imposible un ajuste así sin poner en riesgo a la estabilidad política de Grecia, máxime que, como México, tienen sindicatos poco comprensivos, por ponerlo de alguna forma, y 30% de su economía es informal, lo que llevaría a crucificar a los pocos causantes cautivos en el sistema y, seguramente, provocar la peor depresión económica en la historia griega.

Pero Grecia es sólo el principio de la oleada de pesadillas fiscales que vivirán los países que salieron ansiosos a gastar para “estimular” a sus economías haciéndole monumentos a Keynes. Lo que cotejamos una y otra vez es que una vez que se abre la llave del gasto, volverlo a cerrar implica siempre decisiones políticas complejas y costosas.

Pocas cosas más fáciles que gastar a manos llenas cuando se puede imprimir billetes en forma ilimitada. Frenar, después de salir del atolladero, tiene implicaciones más liadas. Hace rato que manejaba mi automóvil en la nieve neoyorquina pensaba en que para sacar un automóvil de un lugar cubierto de ésta se requiere una técnica similar. Primero hay que acelerar para vencer a la nieve, pero es importante frenar inmediatamente después de lograrlo porque, si no, viene un choque seguro.

Los gobiernos de los países industrializados siguen inmersos en la fantasía de que los déficit se cerrarán incrementando impuestos para evitar verse forzados a reducir el gasto. Lo que parecen –o prefieren- ignorar es que mientras más suban los impuestos, menor será la recaudación marginal porque van a acabar ahogando a la economía y garantizando que, por su extrema irresponsabilidad y falta de liderazgo, entraremos en una recesión mucho más severa.

Grecia es tan sólo el principio de esta historia.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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