Por qué es inútil hacer predicciones económicas ahora

Todos los modelos económicos asumen que la economía es un sistema autosuficiente expuesto a shocks económicos, pero ninguno puede tener en cuenta los shocks extraeconómicos.
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En uno de sus poemas, Constantino Cavafis decía que el arte de adivinar sucesos futuros tiene tres grupos: los hombres que son capaces de ver lo que existe ahora, los dioses –que son los únicos que saben ver el futuro– y los hombres sabios que perciben “lo que está a punto de ocurrir”:

Los hombres conocen el presente

El futuro lo conocen los dioses,

únicos dueños absolutos de todas las luces

Pero del futuro, los sabios captan

lo que se avecina.

(Traducción al español de Pedro Badenas de la Peña)

Todos queremos ser los sabios y sabias que pueden ver el futuro inmediato (Cavafis ni siquiera cree que los sabios sean capaces de ver el futuro distante) y la demanda de esos videntes es elevada cuando vivimos tiempos convulsos como hoy. Hay una demanda particular de economistas porque afirman ser capaces de adivinar cómo serán la oferta y demanda futuras, el desempleo y el crecimiento. Para ello crean modelos que, a través de ecuaciones de comportamiento e identidades, muestran la evolución futura de variables clave y pretenden predecir cuánto durará la depresión y cómo de rápida será la recuperación.

Creo que esos modelos son inútiles en las condiciones actuales. Por varias razones. Todos los modelos económicos, por definición, asumen que la economía es un sistema autosuficiente expuesto a shocks económicos, bien por políticas monetarias más o menos relajadas, impuestos más bajos o más altos, salarios mínimos inferiores o superiores, etc. No pueden tener en cuenta, por su propia naturaleza, shocks extraeconómicos discretos. Esos shocks son imposibles de predecir. No es posible predecir si China invadirá Hong Kong, o si Trump va a prohibir todas las importaciones de China, o si las protestas raciales en Estados Unidos van a continuar durante meses o si van a surgir otro tipo de protestas en el mundo (América Latina, África, Indonesia) o incluso si Estados Unidos va a acabar siendo dirigido a finales de este año por un gobierno militar.

Todos estos shocks sociales y políticos que he enumerado se deben, o han sido exacerbados, por la pandemia. No cabe duda de que “la relación más importante” (por citar a Henry Kissinger), la que hay entre China y Estados Unidos, se ha deteriorado significativamente por culpa de la pandemia. Algunos en Estados Unidos creen que la pandemia es un invento de los chinos para debilitar la economía estadounidense y a su presidente. Tampoco cabe duda de que las diferentes reacciones entre países a la hora de enfrentarse a la pandemia han desestabilizado su política doméstica (Brasil, Estados Unidos, Hungría, Reino Unido) o han cambiado la correlación relativa del poder político y económico global (especialmente entre Estados Unidos y China).

Es, por lo tanto, totalmente equivocado creer que la historia no importa y que los cambios sociales y políticos que ha traído la pandemia pueden ser ignorados hasta el punto de que, si conseguimos milagrosamente superarla en diciembre de 2020, nos encontremos como en diciembre de 2019, solo que con un retraso de doce meses. Para nada. Incluso si acabamos con la pandemia en diciembre de 2020, estaremos en una situación completamente diferente a la de diciembre de 2019, y las fuerzas políticas que se habrán puesto en marcha en estos doce meses –y que actualmente no podemos predecir– afectarán fundamentalmente al comportamiento de las economías en el futuro.

Con la covid-19 nos enfrentamos a una situación (con la excepción de las dos guerras mundiales) sin precedentes. Esto es así por dos razones: la naturaleza global del problema y su naturaleza incontrolable e impredecible. Esta pandemia, como casi todas las pandemias recientes (SARS, MERS, gripe porcina) es realmente global. Ha afectado a casi todos los territorios del mundo.

Si comparamos con crisis económicas previas, vemos que tampoco hay precedentes de una crisis de una naturaleza global. La crisis de deuda de los años ochenta, la crisis que sufrieron las economías poscomunistas en los años noventa, la crisis financiera asiática de 1998, o incluso la Gran Recesión, fueron todas crisis contenidas regionalmente. A decir verdad, tuvieron efectos colaterales, pero podemos colocar, en nuestro modelo de evaluación y predicción de asuntos globales, a los países más afectados (por decirlo de alguna manera) entre paréntesis y observar al resto del mundo usando el enfoque económico estándar. No podemos hacer eso cuando todo el planeta se ve afectado.

La segunda característica de la situación de hoy es su impredecibilidad: nadie sabe cuándo terminará la pandemia, cómo afectará a diferentes países e incluso si pensar en un final claro y definitivo de la pandemia tiene sentido. De hecho, es posible que vivamos durante años con políticas de apertura y cierre: la retirada de las restricciones provocará un aumento de los brotes de la infección, lo que a su vez motivará nuevos cierres y confinamientos.

Tampoco tenemos ni idea no solo de qué países y continentes se verán más afectados por la pandemia y cuándo se producirá la segunda oleada, sino que no podemos predecir el éxito de cada país en su lucha contra ella. Nadie podría haber predecido que EEUU, un país con el gasto sanitario per cápita más alto del mundo, y con cientos de universidades con departamentos de salud pública que publican probablemente miles de artículos académicos anualmente, podría fracasar hasta tal punto en el control de la pandemia que tiene uno de los números más altos de fallecidos. Del mismo modo, pocos podrían haber predecido que Reino Unido, con su legendario NHS, lideraría Europa en número de muertes. O que un país tan modestamente rico como Vietnam tendría cero muertes por la pandemia.

Hay más interrogantes. No son interrogantes en un solo nivel, sino en tres o cuatro dimensiones. La expansión geográfica futura de la pandemia es desconocida (¿afectará seriamente a África?), la reacción de los países, como hemos visto, es igual de imposible de predecir (¿cuánto éxito tendrá India? ¿Podrá China parar la segunda ola?), y quizá, y esto es lo más importante, las consecuencias sociales y políticas son desconocidas. Es posible que, como dije en un artículo en Foreign Affairs en marzo, las consecuencias sociales y políticas sean el producto más desastroso a largo plazo de la pandemia, con efectos obvios en la recuperación global.

Solo hay unas pocas cosas –las mismas que ya mencioné a mediados de marzo– que podemos predecir con cierta confianza:

  • Un empeoramiento del conflicto entre Estados Unidos y China en el que China sube de nivel y se convierte en la potencia que “reta” a EEUU.

  • Una tendencia hacia un mayor papel del Estado en muchos países.

  • Un retroceso de la globalización, en términos de la capacidad de la gente de viajar internacionalmente y del capital de moverse a través de las fronteras (motivado en parte por las incertidumbres políticas).

  • Aumento de la inestabilidad tanto interna como global.

Esta crisis es como “el guerrero que deja devastación en su lugar”, y hacer proyecciones asumiendo que esa devastación no ha ocurrido, o que si ha ocurrido no tendrá impacto en el funcionamiento futuro de la economía, es sencillamente un error. Tenemos que admitir que nuestra capacidad de predecir el futuro tiene límites: no somos “dioses, únicos dueños absolutos de todas las luces”.

 

Traducción del inglés de Ricardo Dudda. 

Publicado originalmente en el blog del autor, globalinequality

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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