Econometría

La tabla de insumo-producto pasó de ser el modelo descriptivo de las economías nacionales a ser un modelo predictivo de tendencias. No es extraño que se utilice para anunciar crecimientos económicos como si tuvieran un modelo de causa efecto.
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Hay censos de población desde hace milenios. Empezaron al servicio del fisco, para cobrar impuestos. Como su nombre lo indica, las estadísticas son cosa del Estado. Pero su aprovechamiento para el análisis económico fue tardío.

En el siglo XVIII, el médico, terrateniente y cortesano François Quesnay produjo una tabla numérica de las relaciones económicas entre los campesinos (productores eminentes), los artesanos y comerciantes (que casi no producen) y los terratenientes, el clero y el Estado (que nada producen). La tabla era más bien simbólica y el folleto explicativo no llegaba a quince páginas, pero su influencia se prolongó hasta el siglo XX.

Adam Smith lo cita ampliamente y critica la idea de considerar a los artesanos y comerciantes como “estériles”. Pero en su propio tratado sobre La riqueza de las naciones usa pocos números.

En el siglo XIX, Léon Walras logró una formulación matemática del equilibrio en los mercados, sumamente teórica. Su discípulo, el ingeniero Vilfredo Pareto, hizo lo que puede considerarse el primer análisis econométrico. A partir de estadísticas fiscales, estableció que el número de contribuyentes con ingresos superiores a equis es inversamente proporcional a equis, elevado a una potencia que está entre 1.35 y 1.73. Acabó convencido de que la desigualdad económica es una especie de ley de la naturaleza y de que, por eso, las revoluciones son demagógicas: derrocan a una aristocracia para que suba otra.

Lo que hoy se conoce como Ley de Pareto en el mundo administrativo es otra cosa: en pocas causas (digamos el 20%) se concentra la mayor parte de los efectos (digamos el 80%).

La aparición de las computadoras permitió a Wassily Leontief en 1949 transformar la tabla de tres sectores de Quesnay en una tabla de insumo-producto de 500 sectores de la economía de los Estados Unidos. Dicho sea de paso: la frase insumo-producto como traducción de input-output fue creada en México (por Víctor L. Urquidi y Javier Márquez). La importancia editorial que tuvo el Fondo de Cultura Económica hizo que la palabra insumo quedara establecida en el mundo de habla española.

La tabla de insumo-producto se volvió el modelo descriptivo de las economías nacionales. Su transformación en un modelo predictivo de tendencias fue obra de Lawrence Klein, que recibió el Premio Nobel en 1980 (como siete años antes lo recibió Leontief). Su discípulo Abel Beltrán del Río construyó un modelo análogo de la economía de México que fue el primero de un país de habla española (colaboró después en la creación del modelo de España).

En estos modelos, la predicción está basada en proyectar tendencias observadas. Desgraciadamente, no existen modelos (de esa amplitud) basados en relaciones de causa y efecto. Sin embargo, en los periódicos abundan las afirmaciones oficiales de que, gracias a esto o aquello, la economía crecerá al equis por ciento. A veces, hasta con la audacia de precisar una decimal. Como si tuvieran un modelo de causa y efecto en el cual introducen los supuestos A, B, C, que arrojan números distintos si A, si B, si C. Pero no lo tienen.

En diciembre de 2012, el nuevo secretario de Hacienda anunció que el crecimiento de la economía mexicana en 2013 sería de 3.5% y en 2018 de 5%, con la seguridad del que sabe. Pero no sabía. Hizo afirmaciones piadosas para levantar los ánimos y adornarse, sin mayor fundamento.

El supuesto fundamento era un paquete de “reformas profundas” que destrabarían la economía mexicana y permitirían superar el prolongado estancamiento de crecer al 2 y pico por ciento. ¿Había hecho un estudio de cuál sería el efecto de la Reforma A, de la Reforma B, de la Reforma C y de las combinaciones AB, AC, BC o ABC? No, que se sepa.

Claro que se puede argüir que no hay tales modelos econométricos de causa efecto. Pero, entonces, no hay que hablar como si se pudiera precisar que, con esas reformas, se producirían crecimientos de 3.5% en 2013 y de 5% en 2018.

Casi cuatro años después, el estancamiento continúa, aunque las reformas se aprobaron.

Pudo ser más exacto: Me gustan las reformas A, B y C; creo que son buenas para el país y propongo que se aprueben. Además, me encantaría que el crecimiento del PIB llegara al 5% en 2018, y espero que la Virgen de Guadalupe nos lo conceda.

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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