Anne Applebaum es lo que podría denominarse una intelectual de alto calibre. En sus libros ha estudiado, sobre todo, las desventuras de la civilización rusa y de sus espacios cercanos en Europa del Este. Su libro Gulag es una escalofriante historia sobre los espacios concentracionarios a muchos grados bajo cero. También escribió sobre la Hambruna Roja: la guerra de Stalin contra Ucrania, que prefigura la de Putin.
Su libro más reciente es El ocaso de la democracia, una crónica incómoda de los días que vivimos: los tiempos de nuevos autoritarismos que buscan eclipsar la democracia en todo el planeta.
Applebaum vino recientemente a México a presentar su libro, pero le dio tiempo para cubrir la concentración ciudadana del 26 de febrero en el Zócalo capitalino: la Marea rosa mexicana. El texto que publicó al respecto en The Atlantic es de lectura obligada (puede leerse aquí). Antes de regresar a Polonia, Applebaum aceptó conversar conmigo sobre México en tiempos del obradorismo.
Recientemente estuviste en la Ciudad de México, donde tuviste la oportunidad de cubrir la reunión ciudadana en el Zócalo capitalino. ¿Cuál fue tu impresión de esta manifestación al compararla con otras que has cubierto?
Tuve un sentimiento abrumador de déjà vu: yo marché como parte de una manifestación similar en Varsovia en 2016, como una forma de oposición a las acciones ilegales del gobierno polaco que intentaba anular una resolución de la Corte Federal. Participé también en otra reunión similar en 2020, cuando el mismo gobierno polaco pretendía torcer las reglas con el fin de establecer un organismo que disciplinara a jueces que no le gustaban a algunos líderes del gobierno. Tuve en el Zócalo el mismo sentimiento. El entusiasmo moral que estas manifestaciones tienen es enorme. En un país donde un gobierno electo se propone cambiar las reglas del juego, se puede sembrar fácilmente la desesperanza entre la ciudadanía. La pregunta que me hago es: ¿cómo impedimos que quienes hacen las leyes las violen? Marchando, protestando, cantando juntos en nombre del Instituto Nacional Electoral: todo esto puede ayudar a que la gente se sienta más optimista, más creativa, más inclinada a organizarse.
Al mismo tiempo, sin embargo, no es siempre claro cómo estas manifestaciones afectan a quienes no las atienden, sobre todo cuando líderes populistas intentan todo para desacreditar a quienes hacen acto de presencia. En Polonia, un político de un partido gobernante se burló, en un programa de la televisión estatal, de quienes marchaban, llamándolos elitistas ricachones que vestían abrigos de piel de chinchilla o de otros animales. En México, López Obrador siguió el mismo patrón, al decir que durante la manifestación hubo un incremento en el número de asaltantes que robaron carteras en el Zócalo, a lo cual agregó: “imagínense, con tanto delincuente de cuello blanco reunido”. El problema es que a menos que las manifestaciones puedan traducirse en un cambio institucional y electoral, se corre el riesgo de no lograr mucho.
López Obrador ya lleva casi cuatro años y medio ocupando la Presidencia de México y, sin embargo, intelectuales alrededor del mundo no se han percatado de su autoritarismo, ¿por qué crees que ocurre esto?
Porque López Obrador no ha usado personalmente la violencia contra sus opositores. Porque sus tácticas (campañas calumniosas, retórica populista, militarización) ya son muy populares en otros países, incluyendo los Estados Unidos. Quizá también porque en México no hay reelección y su mandato es necesariamente limitado. Todo esto quiere decir que, en un mundo en el que tenemos que preocuparnos por lo que hacen Vladimir Putin, Xi Jinping, o los clérigos iraníes, López Obrador le parece a muchos un problema menor. Esto no es una excusa, sino una explicación.
Pienso, sin embargo, que su ataque al sistema electoral tendrá un mayor eco fuera de México, pues se trata de un claro intento de subvertir la democracia permanentemente, incluso cuando él ya esté fuera del poder.
2024 es un año de elecciones presidenciales en Estados Unidos y México. El escenario más probable es que estarán en la boleta dos candidatos populistas en ambos países. ¿Qué está en juego?
Lo que está en juego es la sobrevivencia de la democracia liberal en América del Norte. Esta podría llegar a su fin de verdad durante nuestras vidas.
Tú conoces muy bien la escena política e intelectual en Estados Unidos y Europa. ¿Qué crees que pueda hacerse para atraer más atención internacional sobre lo que está pasando en México?
Lo primero que me pregunto es cuál sería la razón por la que se querría más atención sobre lo que pasa en México. ¿De qué manera podría esto ayudar? En última instancia, el futuro de México está en manos de los propios mexicanos, y no estoy segura de que comentarios vertidos del exterior pudieran ser de mucha ayuda. Quizá no.
Habiendo dicho eso, creo que quien quiera escribir o pensar acerca de este asunto deberá hacerlo en los medios estadounidenses o europeos. Es importante que se tomen en cuenta las lecciones de lo que ha pasado en otros lugares: el trumpismo en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, el asalto al poder judicial en Polonia, o ahora en Israel. Estas comparaciones podrían servir para entender el caso mexicano.
¿Eres optimista acerca de las posibilidades de las fuerzas democráticas de superar a los movimientos populistas en el siglo XXI?
Algunos esfuerzos serán exitosos y otros no. Hemos aprendido que no hay “un arco de la historia”. No hay garantía de que la democracia pueda ser exitosa o fracasar. Todo va a depender de lo que puedan hacer los demócratas en cada país.
Con tu experiencia como periodista que ha cubierto varios movimientos populistas en todo el mundo, ¿cuál sería tu consejo para quienes encabezan la Marea rosa en México?
Deben de pensar en el largo plazo. Una manifestación es satisfactoria pero en sí misma no produce cambios. Deben comenzar a imaginar nuevas opciones políticas. Hay que saber dónde están las nuevas coaliciones: por ejemplo ¿son las de izquierda y derecha o más bien la de jóvenes y viejos las que pueden vencer al régimen? Otras preguntas que hay que hacerse es cómo utilizar las nuevas tecnologías de información. Hay que preguntarse también: ¿qué se está haciendo mal?
Me parece que no es el tiempo de practicar una política tradicional. Hay que repensar las cosas más básicas acerca de lo que se hace. ~
(ciudad de México, 1967) es ensayista, periodista e historiador de las ideas políticas.