El mito de Udu (2024) de Dawa García / Cortesía Museo Amparo.

“Cuando el arte incorpora el ritual me parece deplorable”. Entrevista a María Virginia Jaua

María Virgina Jaua, curadora que prefiere la historia viva a la exotización del otro, habla sobre su exposición "El Dorado: de la utopía al mito contemporáneo", que se exhibe en el Museo Amparo.
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Desde el siglo XVI circula por los territorios americanos la imagen de una ciudad hecha de oro y riquezas, un gran espejismo, una inteligente táctica disuasoria, un cebo para la ambición de los conquistadores europeos. La búsqueda de El Dorado ha sido retratada en diversas obras culturales, al estilo de la película de Werner Herzog Aguirre. La ira de dios (1972), con el conquistador Lope de Aguirre enloquecido y llevado a la sedición y el asesinato, personificado por un inolvidable Klaus Kinski. El Dorado, de aquel imaginario legendario de la conquista, hoy sigue vigente en la relación entre riqueza, extracción y territorio en las diversas regiones que conforman América Latina.

Del brillo del oro hasta la violencia de la explotación, la curadora venezolana María Virginia Jaua (Madrid, 1971) presentó la muestra El Dorado: de la utopía al mito contemporáneo, inaugurada el pasado 5 de octubre en el Museo Amparo en Puebla y abierta hasta el 17 de marzo de 2025. Esta es la tercera y última iteración de un ciclo que empezó en el Americas Society de Nueva York con El Dorado (Myths of gold), y siguió en la Fundación Proa de Buenos Aires con El Dorado. Un territorio, proyectos expositivos que se propusieron echar diferente luz sobre El Dorado a través del arte contemporáneo.

Nacida en Madrid de padres venezolanos y criada en Caracas, pero con una trayectoria nómada que la ha llevado de México a Beirut, Jaua es escritora y ensayista. De la mano de una visión crítica de perspectivas decoloniales y de la denuncia fácil, presenta una exposición hecha a partir de colecciones mexicanas, con una visión internacional en la que caben 29 artistas, siete capítulos y dos epílogos, entre los que destaca El Mito de Udu o el regreso de la serpiente, en el que exhibe por primera vez en una exposición contemporánea la obra de la artista venezolana de origen yekuana Dawa García. Por su importancia histórica, el Museo Amparo ha decidido incorporar a su colección varias de las obras exhibidas, entre ellas la de Dawa.

Estructuras la exposición desde una idea de dualidad, en una forma de confrontar el brillo del oro con la herencia de explotación, como forma de entender un mito desde la contemporaneidad. ¿Podrías elaborar esta visión?

La primera pregunta que me hice para hablar de El Dorado en la contemporaneidad fue ¿qué sentido tiene para el presente un mito que surge en el siglo XVI? Con un reto adicional muy importante: cómo hablarle a México de un mito de origen suramericano. Cuando me empiezo a hacer esas preguntas, me doy cuenta de que no tiene que ver solo con los primeros viajes de Colón a Suramérica y la pregunta por el oro –que recoge en sus diarios–, sino que todos tenemos una idea de Dorado, un lugar inalcanzable de riqueza, de felicidad.

Por eso la muestra empieza con el espejo fragmentado de Jim Hodges: el Dorado es también una búsqueda de ti mismo, una proyección de fragmentos que no es la misma para mí, para ti o para un migrante que cruza la frontera. Vivimos en un mundo de dualidades: vida y muerte, riqueza y pobreza, alegría y sufrimiento, de ahí que el diálogo que planteo tiene al espejo confrontado con la pieza de Pierre Valls y Eugenio Merino, un tibor de Talavera enorme con el lema: terror. Esa pieza fue producto de una investigación sobre las comunidades que sufren los efectos de las mineras, de las corporaciones que hacen extractivismo. Así podemos ver la idea de Dorado desde la contemporaneidad, con las luces y sombras de la riqueza.

México y Puebla dan el tono desde la entrada. Quería traerle a los visitantes de la exposición pistas de dónde viene el mito, de las incursiones por el Orinoco, de los territorios que son Colombia, Venezuela, Brasil, Perú, para que encuentren que el mito también está inscrito en el inconsciente de los latinoamericanos.

Esta es una muestra con una posición contemporánea desde la construcción moderna del campo del arte. Huyes de un planteamiento decolonial en favor del arte como dispositivo histórico de apertura sensible respecto a la realidad.

Soy bastante crítica con respecto al discurso decolonial. Los artistas han comprado unos discursos críticos sin cuestionarlos, sin saber a dónde les llevan, sin una autorreflexión del arte y el campo desde dónde están haciendo esa crítica. En las prácticas decoloniales hay una tendencia a seguir una moda, ahí hay una incoherencia porque nuestro trabajo curatorial y expositivo está atravesado por el capitalismo. Prefiero trabajar con el cuidado de los elementos de la significación en torno a discursos críticos de belleza, espíritu, comunidad.

En esta muestra está esa crítica subyacente a los discursos decoloniales, algo de lo que coincido en tu lectura de mi curaduría. Claro que hago denuncia y una crítica al extractivismo de los recursos naturales, asunto inevitable en una exposición sobre El Dorado. Pero lo más importante para mí era ver cómo los artistas se apropian y generan discursos dentro de esa realidad. Prefiero una reflexión sobre la construcción del mundo, sobre la violencia, pero pensarla desde la elevación del espíritu que el arte permite.

Vista de sala en torno a La Alquimia / Cortesía Museo Amparo.

En la búsqueda de El Dorado hay una elevación y un abismo. Eso me interesaba explorarlo con el capítulo dedicado al planteamiento alquímico. Los alquimistas buscaban convertir el plomo o metales poco nobles en oro, como correspondencia entre la realidad material y la realidad espiritual, como construcción de la riqueza desde la elevación del espíritu. Por eso le dedico toda una sala a la alquimia y las conexiones entre visión artística y religiosa, enlace que veo de una manera crítica porque los procesos de evangelización en América se apropiaron del simbolismo alquímico para llevar a cabo la evangelización. Los evangelizadores aprovecharon los símbolos para robar y convertir a la gente. La alquimia está en el centro de la exposición como un recordatorio de ese anhelo de poder conseguir la riqueza a través de la elevación del espíritu. La piedra filosofal no es una piedra, no es un objeto, es un estado del ser.

¿Fue importante para ti la identidad de cada artista para plantear el discurso de la exposición?

Me mueve mi propio recorrido crítico. ¿Quién soy yo? Una escritora con formación literaria y filosófica. Soy venezolana, estoy residenciada en España, pero viví más de 20 años en México. A diferencia de las curadurías presentadas en Nueva York y Buenos Aires, en esta muestra incorporé artistas españoles. Los españoles tienen algo que aportar en esta construcción histórica de América y el Dorado.

¿Que devuelvan el oro?

Prefiero buscar las conexiones. Más que como metodología, como forma de pensamiento. Esas conexiones son las que construyen el discurso con el que trabajo. En esta exposición hay artistas mexicanos de muchísimas regiones: Oaxaca, Tamaulipas, Ciudad Juárez, Ciudad de México, Guerrero; también hay artistas españoles, venezolanos, nicaragüenses, colombianos, brasileños, chilenos, peruanos, polacos, estadounidenses. Hay una diversidad enorme de artistas, una diversidad de identidades. Eso le da su fuerza.

Obras de Noé Martínez / Cortesía Museo Amparo.

En la exposición propongo un segundo epílogo con la obra del artista Noé Martínez, con una excelente serie de obras gráficas muy críticas de la colonia, la esclavitud y del trabajo forzado, a partir de las marcas en los cuerpos de los esclavos. La pieza hace referencia al 20 porque en náhuatl el 20 está relacionado al cuerpo: un cuerpo tiene veinte dedos. Ahí se está hablando de identidad, de las marcas y la historia que conforman un cuerpo, de la lengua.

No me gustan las visiones unilaterales, eso no existe, el mundo no es unilateral, el mundo no es de un pensamiento único, ni una identidad única mejores o peores o más o menos valiosos

Destaca dentro de tu selección la obra de la artista venezolana de origen yekuana Dawa García

En mi investigación encontré mitos contemporáneos muy parecidos entre etnias indígenas Yanomami y Yekuana –pueblos que habitan entre los territorios de Brasil y Venezuela– con mucha resonancia para la exposición. Conocí en París la obra en cestería de Dawa, donde también supe de su trabajo en defensa del territorio, la cultura, su comunidad y su tierra.

Vista de sala, obras de Maya Goded y Dawa García / Cortesía Museo Amparo

Hubo una sincronicidad muy afortunada entre el trabajo de Maya Goded y el de Dawa. En la videoinstalación El rastro de la serpiente, Maya Goded muestra el resultado de su recorrido por muchísimos lugares de América, donde documentó los efectos de la minería en el territorio entendido como la naturaleza, el medio ambiente, la salud de las personas, su psique, además de contar con testimonios de mujeres obligadas a trabajar en la minería. Las propias mujeres que cuentan sus historias invocan a la serpiente como entidad que protege la tierra. Eso coincidía con el mito yekuana y el yanomami.

Me pareció que su invocación era un final adecuado para la exposición: las mujeres invocando a la serpiente como entidad protectora de la tierra, desde su rol de preservación y cuidado de la comunidad porque ellas son las guardianas del saber de la vida. Escogí tres piezas: una serpiente de tradición mezcala perteneciente a la colección prehispánica del Museo del Amparo, la videoinstalación de Maya Goded y la obra de Dawa García, El Mito de Udu, una pieza que es una cosmovisión construida a través de cestas tejidas. En el Mito de Udu están la serpiente, la comunidad y, en la parte más alta, la tierra que es sagrada. La tierra es lo más importante, es un ser vivo, una inteligencia.

Introduces el mito como discurso artístico y contemporáneo, cuando el presente tiende a presentar el ritual como un acto cuestionador de la relación moderna entre arte y espectador.

Cuando el arte incorpora lo ritual como representación me parece deplorable porque los artistas están escribiendo la historia en el presente. El arte es una historia viva, un testimonio vivo. Quise traer a la sala el sentido presente de una cosmogonía como la de Dawa García. Ahora, incorporar lo ritual, apropiarse de ello me parece, ahí sí, colonialista y hasta vampírico. Incorporar la ritualidad como exotismo dentro del sistema del arte no tiene ningún interés para mí, no participo de eso.

¿Cómo haces para escapar del exotismo?

No busco el exotismo, busco la presencia de personas que están viviendo circunstancias hoy. Seleccioné un conjunto de artistas que elaboran su arte de una manera comprometida y entregada, cada uno según su circunstancia, realidad, sensibilidad, sistema de pensamiento y de vida. Es lo mismo con el trabajo de Maya Goded como el de la persona que talló la serpiente hace miles de años. Todos han ejecutado una obra según su sistema de pensamiento, según su presente, según su realidad, según su momento.

En la exposición trabajé con colecciones mexicanas como la de Coppel, MUAC, Fundación Jumex y la del Museo Amparo y agregué en este contexto a Dawa García. Es la primera vez que se muestra su obra dentro de una curaduría de arte contemporáneo en un museo; es decir, en términos de su valor como expresión artística, con lo cual adquiere sentidos nuevos. El arte es la expresión del ser, la expresión de la creación, la expresión más elevada. Por eso dejo que las artistas se expresen y presento esa expresión sin calificarla. Hago una lectura y la dejo abierta porque debe ser abierta y porque las obras adquieren otras capas de significado cuando las pones juntas. Soy muy respetuosa con respecto a cada obra y artista: cada una está en su lugar, ubicada y contextualizada. Mi labor de curadora es una construcción posible de El Dorado, entre otras tantas posibles. ~

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Escritor, periodista, curador y crítico de arte venezolano residente en México.


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