En Vida de Arcadio (Península), Arcadi Espada escribe un reportaje en segunda persona sobre la juventud del autor. Se trata de un artefacto apasionante: es un retrato íntimo a partir del examen de los documentos de una época de iniciación sentimental, sexual y profesional, un libro generacional sobre el comienzo de la democracia en España, un conjunto de microensayos sobre las obsesiones del autor (el periodismo, los tópicos que nos impiden pensar por nosotros mismos, el nacionalismo, la memoria y sus falsificaciones, el libre albedrío como ficción), el relato de aprendizaje que puede leerse como una polémica mordaz y a la vez compasiva con uno mismo.
En este libro empleas procedimientos que has utilizado con cosas ajenas a tu vida.
Aplico a la vida íntima los mecanismos que he utilizado para la vida pública y la vida de los otros. Es un procedimiento que quiero seguir utilizando.
Alguna vez has hablado del desafío de la escritura de la intimidad.
Pla decía que el principal problema de la escritura para él era la intimidad. Creía que la intimidad no podía expresarse. Yo creo que lo decía porque él tenía un problema con su intimidad perturbadora, o que él consideraba que era perturbadora, y porque lo había intentado sin éxito. La intimidad es difícil, pero no estoy de acuerdo con Pla. Todo se puede explicar y todo se puede decir, no hay nada inefable.
Hay una decisión muy importante: elegir la segunda persona.
Básica porque convierte el libro en una biografía y no una autobiografía. Sin llevarlo al extremo, con todos los paratextos intento decir que este libro es una biografía. No es un recurso. Es la biografía de un joven, que tiene mucho en común conmigo, que conozco bien. Nos parecemos a mucha gente. No tenemos el mismo código genético que los demás, pero sí compartimos muchas cosas con la gente. Creo que se desprende esa reflexión. Se cumple también esa frase de Janet Malcolm, que estuve a punto de utilizar pero encontré esta maravillosa de González Ruano –“Raramente el yo no es segunda persona”– y me gustó dejarla sola. Ruano no es una persona que me guste mucho, pero trabajo en función de los textos. Ruano acertó en esa frase. Me pareció que era una cita que me venía bien. Janet Malcolm decía que la autobiografía era una ficción porque siempre la escribe otra persona. Esto es así. Yo con ese joven tengo algo que ver pero no somos la misma persona.
A ratos se puede leer como un libro sobre el doble. No solo por la oposición entre el presente y el pasado. Están la historia de la muerte en Ispahán, la anécdota de los dos enemigos que compran los mismos libros…
Una historia sensacional, de las historias verdaderas, que carecen de cualquier propósito. Y me iba muy bien para el momento en que estaba escrito.
Es una historia de formación, habla de a man in the making.
El editor estaba muy engolosinado con la idea de poner un subtítulo que dijese “cómo se hace un hombre”. Pero le dije que no porque no me gustan los subtítulos, si necesitas uno es que algo no va bien. Consulté con personas que saben inglés y no es exactamente lo mismo, hay un pequeño matiz que el castellano no acaba de incorporar en la traducción literal. El libro tiene una estrecha franja temporal que casi siempre se respeta. Va de la muerte de Franco al golpe de Estado. Son los años en los que Arcadio se hizo.
Se hace con el sexo y el trabajo, como pensaba Freud. Pero no hablas de Freud sino de Wilhelm Reich.
Hay una cosa muy interesante en la oposición entre Reich y Freud. Reich empezó como freudiano y luego cambió. Freud en El malestar de la cultura dice que la cultura no es nada más que el resultado de la represión sexual. Reich lo contradice: eso, escribe, será en la cultura de los castrados y los frustrados, del heteropatriarcado diríamos hoy; el que hace el amor de manera sana, higiénica, constante, crea la cultura del hombre libre. Es lo que desarrolla en La psicología de masas del fascismo, que tiene observaciones muy brillantes sobre la crueldad, la bestialidad y la represión sexual.
Lo que aporta Reich a nuestra vida es que convierte el acto sexual en un orgasmo estratosférico. No solo estás follando sino que además estás cambiando el mundo. Y eso que parece una tontadita no lo era. Evidentemente, era una tontada. Pero cuando te lo crees, no es ninguna tontada. Cuando esa ficción la crees y haces simulacros… El núcleo germinal de todo es follar. Los hombres hacemos las cosas por tres motivos: por las mujeres, por el dinero y en algún caso, que es el mío, por el afán de saber, una pulsión también poderosa. Y que Arcadio tuvo. Hasta el punto de que se pasaba, creía saber cosas que no sabía y esa es una de sus principales vergüenzas.
Cuentas también grandes transformaciones culturales. Cuando hablas de la curiosidad, dices que ahora todo es más accesible y lo que cambia un poco es el afán o la sensación de urgencia. Dices que Arcadio robaba libros porque se quedaba sin qué leer.
Es como las mujeres. Los hombres siempre queremos más mujeres de las que tenemos. Hay dos graves problemas en las relaciones entre los hombres y las mujeres. Uno: los hombres siempre quieren más sexo del que tienen, tengan el que tengan. Nunca se sacian. Dos, que a las mujeres les gustan muy pocos hombres y a los hombres les gustan muchas mujeres: ese estudio que dice que a las mujeres solo les parecen atractivos el 20% de los hombres y a los hombres el 60 % de las mujeres. Explica toda la literatura psicológica, el malestar femenino, todo, Ibsen, Strindberg, la novela psicológica, Anna Karenina, Flaubert…
Eso me recuerda al libro de Dennis Dutton, El instinto del arte, sobre la estética y la selección natural.
Pobre Dutton, a ese libro vuelvo con frecuencia. Es apasionante.
Vida de Arcadio tiene una estructura de búsqueda, de quest, va siguiendo a personas que, como el protagonista, participaron en un campamento comunista en Caprarola, Italia. Le da un armazón narrativo.
Yo me dedico a la literatura de los hechos, y me siento cómodo cuando hay algo un poco de thriller. Ese viaje está lleno de sorpresas, esa búsqueda es muy importante para mí. También revela la muy diferente relación que tenemos con nuestro pasado. Es muy fácil de formular en un salón. Pero cuando estás haciendo una investigación y escribes a alguien lo ves. Me pasaba algo que no me había pasado nunca y que no les pasa a los novelistas: que se me moría gente. Me acuerdo de una mañana, ya había recibido la negativa de una persona, estaba buscando unas cosas, y veo que había muerto. Un ataque al corazón en casa. Y como él otros tantos. Una señora cuarentona que en la revista Clímax maquetaba tías en pelotas mientras yo le decía: pero “Marina, el marxismo, etc.” murió hace tres días. Xavier Vinader, el que me manda a hacer un reportaje de putas, también murió… Era un mundo de la transición maravilloso, grotesco.
¿Te preocupaba caer en la nostalgia?
Es una cosa complicada. Yo no distingo muy bien los tiempos. Vivo en un tiempo en el que el pasado, el presente y la expectativa son uno. Hay gente que no, para la que los recuerdos tienen un cierre. Es la oposición entre las dos frases: “El pasado es un país extranjero”, de Hartley, y “El pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado”, de Faulkner. En el caso de esta quest, no están claros los motivos. Y en cuanto a las personas que no querían hablar conmigo, no puedo ni siquiera especular. A lo mejor no querían tener nada que ver conmigo, tenían una alguna cuenta pendiente. Pero no creo que haya nostalgia en el sentido de Greatest Hits, los 80 y los 90. La juventud es una época que tiene muchos aspectos siniestros y está llena de crueldad, de ignorancia.
Aparece a veces esa crueldad, esa insensibilidad…
En el episodio de la abeja o las relaciones que Arcadio mantenía con alguna mujer. No digo yo que los adultos no puedan serlo. Pero va tan rápida la juventud, es tan absolutamente egocéntrica, tan volcada en sí misma. Esa crueldad se explica por razones que son casi biológicas…
Vas hablando o buscando a los que participaron en el campamento y a la vez muestras a Arcadio hablando con personas importantes de la cultura y la política de la época.
Empezó muy joven a tener éxito, por así decirlo, económico, empezó a ganar dinero muy joven y ganaba bastante. Y tuvo relación con mucha gente importante. Ahí se citan los que de alguna manera me van bien para el relato. Había ministros, dos veces Tarradellas. Luego tuvo un bajón, donde acaba el libro. Es interesante ver los temas que plantean. Cuando transcribo la entrevista con Joan de Sagarra es una entrevista inverosímil, no se podría publicar ahora…
Pasa con muchas.
Pasa con muchas y pasa con muchos hechos.
Todo el tratamiento del terrorismo. O lo de Carlos Barral, que yo lo había leído ya, porque lo sacaste en Letras Libres. Escribes de su carta a El País en respuesta al manifiesto de los 2.300, tras el atentado contra Federico Jiménez Losantos.
A veces me preguntan en Cataluña: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Pero si te fijas: una persona como Barral, de la edición, de izquierdas, respetado, cuando contesta a Federico Jiménez Losantos de esa manera absolutamente turbia, acaba diciendo, en serio, “y que nadie discuta mi catalanidad porque tengo ocho apellidos catalanes”. Hoy eso es motivo de mofa. Ocho apellidos catalanes es el título de una comedia. ¿Cómo se puede decir que el mundo va a peor?
Escribes que el periodismo nos muestra que no es así.
Yo, como bien sabes, no tengo inconvenientes a ajustar las cuentas a la gente, cuando creo que lo merecen. Normalmente ajusto las cuentas no a las personas sino a los textos, claro que alguna vez me paso. Pero este libro no tiene nada de ajuste de cuentas.
Cuando publicó la crónica inverosímil de Manuel Campo Vidal, sobre la muerte de Bultó [escribe en el libro Espada que el periodista “hizo comparecer en su crónica a un supuesto industrial catalán que lo explicó con gran claridad: ‘Bultó era el símbolo de un estilo decadente de cierta burguesía, un estilo que podía pasar por una vertiente de vida alegre y champán francés”] o la de Manolo Vázquez, sobre los asesinatos de Bultó y Joaquín Viola, con la calefacción “a todo taco”. ¡Hostia, tú! O la crónica atroz de El País, sobre tres asesinatos el mismo día. ¿Tú sabes lo que pasaría hoy si se produjeran en el País Vasco tres atentados el mismo día? Se incendiaría todo. Y el periodista de El País describe el estado mental de la inteligencia de izquierdas dominante en este país. Basta con un levísimo fisking. Busqué a este hombre, un par de gestiones hice. Pero el día siguiente la crónica la haría otro y sería prácticamente igual.
De lo que se trata es de explicar justamente cómo se hacía, qué es lo que leía Arcadio. En todos sus papeles no he encontrado nada escrito sobre el tema. Estaba en contra porque era un disciplinado chico de orden. Pero entre esos materiales encuentro, por ejemplo, el artículo de Savater donde dice que el terrorismo dejará menos víctimas que el aceite de colza, y no lo guardaba para decir qué barbaridad sino al revés.
Me ha llamado la atención lo que cuentas de Carmen Martín Gaite. Le escribiste, te recibió en su casa, le mandaste un cuento y ella lo criticó en una carta, con un tono que te parece ejemplar.
Es maravillosa. Tengo un recuerdo maravilloso del encuentro con Carmen. Y del paso de la Torci, la hija.
Y la dedicatoria de Ferlosio que mencionas.
“Campanita de convento”…
También hablas de la época, que es la Transición. La defines como una conspiración de las élites.
Creo que eso es una relativa novedad. Nadie lo dice con esa claridad. Yo no lo he leído, y debería haberlo leído ya, porque esto no es un libro de tesis, es una biografía. Mi voluntad es acabar con esta farsa del antifranquismo. Y ahí me va estupenda la oposición entre Javier Pradera y Torcuato Fernández-Miranda. Yo a Javier lo conocí, tuvimos muy buena relación, recuerdo un viaje que hicimos al País Vasco, un tipo encantador, y aprecio mucho lo que hizo como editor. Y cuando comparas los argumentos, aun erróneos y retorcidos y alambicados, de los editoriales que escribía Javier con la rudeza conceptual y la ingenuidad casi adolescente de muchos editoriales del diario hoy te llevas las manos a la cabeza. Javier Pradera tiene una extraña obsesión con Torcuato Fernández-Miranda que yo creo haber desentrañado y es que son competidores en la conspiración. Torcuato Fernández-Miranda es un conspirador y Javier Pradera lo es. Y los dos se mueven en un determinado lugar y en un determinado plano para obtener unos resultados. Conspiran. Lo de Javier Pradera es tertulianismo, el antifranquismo como tertulia. Y el otro cambia España. La conspiración de las élites se revela infinitamente más poderosa. Es patético observar hasta qué punto el diario faro de mi generación, El País, en realidad de los planes de Suárez, de los planes de esa conspiración, iba a rebufo siempre. Y a veces poniendo obstáculos, a veces favoreciendo, como con el editorial de las nacionalidades, por el que pregunté a Cebrián, y a veces sólidamente en contra de Suárez. Pero esa oposición a mí me fascina. Pradera puede ver a Torcuato, lo ridiculiza. Esa es la historia real de la Transición. La democracia en España fue una donación y hay que decirlo. No la trajo el pueblo. La democracia la trajo un hecho biológico pero una decisión de las élites. Y hay infinidad de pruebas de eso. Una, que no tiene fecha. Arcadio se lamenta de que no puede recibir a la Pasionaria o Alberti, no tiene un 25 de abril o los claveles en la calle. ¿Habrán reflexionado todos estos que quieren pervertir el sentido de la transición sobre el hecho de que la manifestación más importante que convocó el Partido Comunista desde la guerra civil fue un funeral? El de los abogados de Atocha. ¿Se ha meditado esto? ¿Ustedes cuándo fueron capaces de sacar a la calle un número de gente que realmente impusiera? Un funeral no parece el escenario más adecuado para una revolución. Un funeral en marcial silencio. El Partido Comuista controló, se dice… Pero ¿qué podía hacer? ¿Qué quería, que los ametrallaran? El Partido Comunista hizo lo que pudo y lo hizo bien. Pero aquello fue un síntoma de debilidad, no de fortaleza. Y eso es muy bonito porque a veces la historia es de una belleza poética deslumbrante por la simetría. Cuando acaba el libro, cronológicamente, se produce el golpe de Estado, el momento realmente difícil que vive todo ese proyecto. ¿Cómo se resuelve? Se resuelve exactamente igual que como se hizo la Transición. En los palacios y en los despachos. ¿Y en la calle? Raimon y yo, mirándonos, en la Rambla. Ya lo escribí en Contra Catalunya. Evidentemente Raimon no sabía quién era yo. Pero estábamos con la misma preocupación. ¿Qué es esto? ¿No hay nadie en la calle? ¿Cómo se puede seguir defendiendo esa ficción? Eso fue lo que sucedió y a lo mejor estuvo muy bien que fuera así.
O igual era Interviú y tantas tías en pelotas y que había muchas más ganas de follar que de hacer la guerra civil.
Eso lo dices casi textualmente en el libro.
La palabra clave de este tiempo es destape. Destapaban las tumbas y los cuerpos de la mujeres. Cuento en el libro cuando Arcadio lleva a Álvarez Solís a la universidad para que dé una charla a los alumnos de periodismo. Falangista en los cincuenta, luego director de ETB, un cínico de cojones pero esto lo dijo convencido, un marxista. “Mirad, Interviú ahora tiene muchas fotos de mujeres. Pero poco a poco las iremos quitando y solo habrá tumbas.” Arcadio ya estaba un poco escamado, no era rematadamente idiota… Solís creía que la gente se iba a educar, que dejaría el cuerpo de Marisol, Susana Estrada, Nadiuska, esos gigantes de la lujuria…
Ahora no existe Interviú y los desnudos se han ido a otros sitios. Pero las tumbas siguen en los medios. Había algo de verdad…
Siguen pero falseando lo que sucedió. Ignoran que Interviú presentaba cada semana unas tumbas abiertas… Con eso no quiero decir que la gente –no el Estado: las personas– no tenga derecho a hacer todo lo que deseen con los suyos. Cada uno tiene su historia y yo también tengo la mía, con eso soy absolutamente respetuoso. Pero no como sucia operación electoral, no como sucia operación de Estado. No como ingeniería basada en una mentira. Como si las tumbas se hubieran empezado a abrir la semana pasada. Pero, sí, las tías han ido a otro sitio. Hay tanta pornografía.
Hay muchas cosas de las que no se pueden hablar. El efecto purificador de la aparición de repente de mujeres desnudas en todas partes. A los veinte años estábamos más o menos protegidos. Pero imagina la gente que tenía cuarenta o cuarenta y cinco años. Se volvían locos. ¡Hasta el rey!
Está el destape y a la vez las aventuras amorosas de Arcadio tienen un aire de película francesa. Aparece Jules et Jim, sale al final Godard…
Me olvidé de poner una francesa, por cierto. Sobre el sexo, he buscado una naturalidad absoluta. ¿Cómo no voy a habar del sexo? Forma parte de estas cosas. ¿Cómo va a eludir uno eso? Como los libros siempre se escriben desde un lugar, y como el presente siempre manda sobre la forma en que se reconstruye el pasado, algunas personas que me quieren estaban preocupadas porque los titulares, el impacto, me podían dejar en lugar vulnerable, podían deformar el libro. No estoy nada preocupado. Estoy encantado incluso de esas reducciones. Me imagino a las ursulinas de hoy, a los capellanes de hoy, observando. Tras la entrevista de El Mundo, me mandaron unos tuits de gente que me acusaba, para llevarme ante el tribunal o donde fuera, de favorecer la transmisión de enfermedades sexuales, porque había dicho que follaba sin condón. Todo ese mundo que sale me parece muy bien. Sí. ¿Sexo? ¡Claro!
Bueno, en el libro parece que follabas mucho. Eso dará envidia, además.
¡Encima eso, sí! Pero no es que follara mucho. Lo que cualquiera interesado. Hay gente que no está interesada en el sexo, incluso hombres. A Arcadio le interesaba mucho el sexo no solo por lo que tenía de tal, sino por lo que tenía de insurgencia. Hay un momento candente en el que le preguntan si lucharía contra los capellanes de derechas. Una de las características tremendas de nuestro tiempo es que los capellanes no quieren aparecer como tales. Arcadio se enfrentó a capellanes que no renegaban de su condición. Decían: Somos guardianes de la moral, de las costumbres, del rezo diario. Hoy no. Ejercen la misma o peor censura, y una especialmente jodida que es la tácita, la que impide a muchos escribir sobre esto, porque piensan: hostia, me voy a meter en problemas. Este libro también es una respuesta a eso.
“Hoy el pecado no existe. El pecado establecía que había un margen para el incumplimiento del precepto. El margen ya no es concebible”, escribes. Y: “Lo dictado es norma y transgresión, fundidas en inalterable paradigma”.
No te deja moverte. En nombre de la revolución se practica la reacción y estás indefenso, bloqueado. Advierto miedo en la escritura de mucha gente de tu generación o más joven. Miedo a resultar impertinente, a que te desplacen. Yo comprendo que Arcadio era un precavido, venía de una familia humilde, había elegido un camino arriesgado, pero había leído a Lenin, dos pasos adelante y uno atrás. No es que fuese un loco, pero hombre, arriesgaba. Y creo en esa lucha por la libertad, en el sentido más banal. A mí nadie me dice lo que tengo que escribir o hasta dónde puedo llegar. Si quieren ustedes, vayan a los tribunales. Pero nadie me dice lo que tengo que escribir. Hay una generación, entre los treinta y cuarenta y cinco, por coger los quince años canónicos, que veo con una auténtica pasión preventiva.
También hablas del libre albedrío. Criticas la ficción y dices que el libre albedrío no existe, y a la vez el libre albedrío es una ficción que admites, que necesitamos para operar.
Es la primera vez que mi convicción de que la libertad humana no existe me plantea un problema técnico. Porque empezar una biografía con esa casuística, eliminando la causalidad, es muy difícil. “Usted hizo esto porque…” Como el pobre Jordi Amat que escribe ese libro tan cómico donde dice que Alfons Quintà mató a su mujer porque su padre se iba de putas. La cuestión del libre albedrío es la primera vez que me plantea un problema técnico aunque ya ocurre en el periodismo. Imagínate un periodismo sin responsables, sin culpables. Todos esos titulares sobre “responsabilizar” , “inculpar”… Había un problema técnico que he intentado resolver. Me plantean luego preguntas ingenuas que revelan verdades profundas. “Usted no cree en eso. ¿Cómo vive?”, me dijeron hace poco. Bueno, usted, cuando trae hijos al mundo, ¿sabe que la muerte existe? Porque hace como si la muerte no existiera. Se levanta cada mañana como si no existiera. De lo contrario, no pasaríamos del mediodía. Pero no solo eso: usted trae hijos al mundo. Y los trae sabiendo que van a morir. ¿La ficción que pone en marcha para poder vivir no le parece mayor que la mía? Claro, si recordara que estoy hablando contigo porque hay un estado molecular del mundo que nos llevaba a encontrarnos a ti y a mí, tú que nacieras del vientre que naciste y yo que nacía tal, y debíamos vernos hoy a las 12 de la mañana y pensar todo esto, efectivamente moriría, no podría ni alimentarme, estaría obsesionado. ¿Estoy tan predeterminado a doblar esa esquina como a divorciarme? Sí. Pero sigues tu camino. Es como el que va en bicicleta. Si lo piensas, te caes.
La vida es eso.
Todas las decisiones que tomamos en la vida son las únicas que podemos tomar. Eso es jodido. La muerte es jodida pero intento darle un aspecto positivo. Hay una cierta piedad humana. Si aceptas eso profundamente te muestras mucho más piadoso. Y te vuelves, contra lo que la gente piensa, mucho más humano. Desarrollas una empatía –no puramente política, convencional– sobre los actos de los hombres. Estamos en la misma arca. Otra cosa es que tengas que protegerte, y que el psicópata deba ir a la cárcel sea o no responsable. Es un tema que me interesa mucho y que me ha interesado mucho aplicarlo en el hecho biográfico.
La formación de Arcadio es literaria. Hay como un cambio de mobiliario…
Es un hombre trufado por la literatura. Nunca conoció la ciencia. Yo la conocí mucho más tarde. Hay una cosa extraordinaria. Vas al archivo de El País y buscas Darwin y tiene una presencia ridícula en cuarenta años. No Pinker, Dawkins o Sagan: Darwin. Cuando tu coges la doxa de una generación, o de muchas, y te das cuenta de que Foucault, Derrida, Lacan –es decir, unos farsantes convencionales–, más los literatos, tienen un número de menciones exponencialmente superior al que tiene Darwin. ¿Esa cultura qué es? ¿Cómo está organizada? El darwinismo es un hecho como la ley de la gravedad. Y Darwin está en la trama de todo lo que contamos y toda la percepción de un hombre que escribe. Si no está en El País, imagina en el resto. Lo mismo en las universidades. Imagina que en los estudios literarios que se hacen en España alguien se levantara y hablara de Dennis Dutton. Pero eso es así, sigue vigente. Arcadio era un hombre de pensamiento literario, como de su generación. En uno de sus múltiples tratos con putas recuerda el artículo aquel de García Márquez.
Se prostituían más por la fiesta que por la plata, decía García Márquez.
¡Hostia! Esto era el ambiente.
Otro de los temas es la clase y el desclasamiento.
He querido tener mucho cuidado, por la idea de aparentar resentimiento social. Esas cosas me dan sarpullido, pero no podía negar lo que le pasaba a Arcadio, que era hijo de portero, cuando barría la acera por las mañanas y venía de una tarde o una noche anterior donde había estado con intelectuales. A lo mejor acababa en Boccaccio, que estaba cerca, y lo veían barriendo. Ahí me parece que shame tiene una profundidad que no tiene vergüenza. A veces me pasa esto con las palabras, que es una leyenda, una tontería.
Pasa con una chica, finges que no sabes dónde está el interruptor para que no vea la casa de tus padres.
Toda la casa a oscuras. Una chica, una pija adorable, esas cosas. Creo que lo cito: una vez, hablando con Esther Tusquets, de lo que le daba vergüenza, me dice: el sexo tiene su cuota de pudor y vergüenza pero las cosas que me dan vergüenza en la vida tienen poco que ver con el sexo. ¿Cómo explicas ese sentimiento de vergüenza? Te quieres acostar con una chica y la noche se complica, la tienes que llevar a la casa de tus padres, que no están, es una portería. Espero que quede una cosa fría, que no quede ni quejumbroso ni arrogante, como digo con lo de Maruja Torres: ya está bien de decir que eres hija de puta, que es lo que dicen los marqueses. Ese equilibrio me encantaría haberlo obtenido. Tengo muchos episodios de humillación en la portería. Una portería es una instancia humillante.
Muy expuesta.
Y servil. Dependes del favor de los otros, no de un convenio colectivo. También tiene asociada una tradición fea. El confidente. También tiene otras ventajas. Un portero en un sitio de ricos: puedes aprender. Hay gente a la que le molesta mucho que le diga que los ricos son más interesantes que los pobres. Pues lo siento mucho, a mí me lo parece. Es que yo he conocido a muchos pobres de verdad. Los que dicen eso no han conocido pobres. Por supuesto, hablo generalizando, tengo el derecho a generalizar, como cualquier persona que quiere comprender el mundo. Hay ricos estúpidos. ¡A montones! Claro. Y pobres maravillosos. Pero las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran.
Al leer el libro, quizá por la segunda persona, recordé Autobiografía de Federico Sánchez.
No recordaba eso. Pero me encantó la autobiografía, de una persona que trató mucho con la impostura. Un tema que me preocupa muchísimo. Una de las cosas que más le reprocharía a Arcadio es que hablaba de muchas cosas sin saber lo que decía.
La escena de la academia.
Eso es. Sale una marisabidilla que dice: ¡pero si no tiene sentido lo que ha dicho! Para ofenderme, en vez de hablar de mis libros, dicen que soy un vanidoso y un egocentrista. Pero Arcadio era lo que se llamaba un fanfa, un fanfarrón, que es distinto a ser vanidoso. Luego pasaba a Lukács, lo que es el grado cero de la impostura que practicaba, y al que citaba con una gran soltura. La impostura intelectual le perseguía. Venía del afán de saber, era una perversión inmoral de eso, pero surgía de ese afán, eso que me gusta a veces de la gente. Lo ves en algunos jóvenes: se van a comer el mundo, quieren saber y conocer, que ahora parece que solo van a ser brokers. Siempre hay alguno con eso…
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).