Entrevista con T.C. Boyle: “Lo importante para mí en la escritura son el latido de cada línea y la belleza de las metáforas”

A sus 75 años, el autor estadounidense ha publicado una treintena de libros, entre novelas y colecciones de cuentos, en donde especula a partir de hechos reales. En Una libertad luminosa se adentra en el universo del LSD antes de los hippies.
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T.C. Boyle tenía 14 años cuando, en 1962, el psicólogo clínico Timothy Leary y un grupo de profesores de Cambridge comenzaron a tomar dietalamida de ácido lisérgico y formaron comunas en Zihuanejo (México), primero, y el pueblo de Millbrook (Nueva York), después, con el objeto de experimentar con la expansión de sus conciencias. En esa época, Boyle no imaginaba que terminaría siendo escritor, aunque ya había descubierto el placer de la lectura a través de las obras de Aldous Huxley, George Orwell y J.D. Sallinger; por entonces era, más bien, “un cínico”, “un sabelotodo” y un “proto-hippie”, como cuenta en su ensayo My monkey, my back. Siete años después, cuando ya Leary se había convertido en una figura prominente del movimiento de la contracultura en Estados Unidos, Boyle comenzaba a chutarse heroína. Esto duró hasta que un amigo tuvo una sobredosis y a él lo aceptaron en el programa de Escritura Creativa de la Universidad de Iowa. En ese momento cambió las drogas por otra adicción: la escritura.

Más de cincuenta años después, Boyle vuelve a esa época convulsa justo antes del movimiento hippie. En Una libertad luminosa cuenta la historia de dos personajes ficticios que forman parte del grupo de espíritus libres asociado a Leary: Fitzhugh Loney, un estudiante de doctorado en Psicología en Harvard, y su esposa, Joanie. La novela habla de la revolución personal que supone ir contra la moral burguesa y de lo que sacrifican los ciegos seguidores de un gurú. Ambos temas resuenan con otros libros de Boyle, como Drop city (2003), que lleva el nombre de la primera comunidad hippie rural que se asentó en Colorado en 1965, y The inner circle [El círculo íntimo, 2004], que cuenta el ascenso a la popularidad del sexólogo Alfred Kinsey entre las décadas de los cuarenta y cincuenta, a través de la perspectiva de uno de sus más cercanos asistentes.

Una libertad luminosa es la obra más reciente de Boyle traducida al castellano, después de que en 2020 Impedimenta editara Los terranautas, cuyo argumento comienza en 1994 con un experimento ecológico para estudiar los rasgos del aislamiento humano en el cual metieron a ocho científicos dentro de una cúpula de cristal en medio del desierto de Arizona durante dos años. Como en los otros libros citados, la ficción de Boyle especula a partir de un hecho real; en este caso es el proyecto “Ecosphere 2”, un ecosistema artificial construido en Arizona para estudiar la viabilidad de biosferas cerradas en la colonización espacial. El comportamiento de los científicos dentro de esta atmósfera cerrada permite al autor ponderar la responsabilidad humana en la crisis ecológica actual. La crisis medioambiental está en el centro de las preocupaciones de Boyle. En el libro que escribe ahora, Blue Skies [Cielos azules], cuenta la historia de un entomólogo obsesionado con el descenso de la población mundial de insectos, que son la base de la cadena alimenticia. Y, como no le gusta leer ficción mientras trabaja en la suya –“para que no se me pegue otra voz que no sea la mía”, aclara– sobre su mesa de noche descansa The fate of Rome [El hado de Roma], en donde Kyle Harper analiza el papel catastrófico que el cambio climático y las enfermedades infecciosas cumplieron en la caída del Imperio romano.

Los hechos narrados en Una libertad luminosa se desarrollan en paralelo al movimiento por los derechos civiles y a la peor época de la Guerra Fría. ¿Por qué era importante volver a la primera mitad de los sesenta? ¿Qué aprendió al escribir sobre aquellos años?

Era la época de la revolución cultural de los hippies y del rock ácido. En la novela me limito a explorar por qué la droga cambió radicalmente la cultura y me pregunto cómo mis personajes de Drop city y yo mismo nos convertimos en hippies. Pero fuera de lo estético no aprendí nada. En mis novelas habito a otras personas e imagino cómo habrían sido sus vidas. Intento hacer una bella obra de arte, pues lo importante para mí en la escritura son el latido de cada línea y la belleza de las metáforas. Crear ficciones es mágico, es un viaje y la mejor droga de todas. Por eso solo escribo novelas y cuentos. Al comienzo, nunca sé qué va a pasar o exactamente cómo voy a llegar de un lado a otro, solo sé que para lograrlo debo vivir a través de mis personajes.

Sí, pero esta también es una novela histórica, así que parte del trabajo de escritura requirió mirar el mundo como lo miraba la gente hace sesenta años. ¿Qué diferencia hay entre aquella visión y la de ahora?

Cuando comenzaron a experimentar con hongos mágicos, la Segunda Guerra Mundial todavía estaba cerca y el mundo estaba muy reglamentado, como consecuencia de la lucha contra los nazis. Mucho se ha escrito en Estados Unidos sobre los años cincuenta, la era de los conformistas. No sé si la gente lo era: querían tener casas, automóviles o criar familias, no querían más conflictos. Pero siempre hay personas como Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William S. Burroughs para oponerse a las sociedades burguesas. Ellos comprendían la necesidad de cambiar drásticamente nuestra forma de vida. Si los hippies protestaban por la guerra de Vietnam, las políticas de Richard Nixon y el fascismo de Estados Unidos, la gente hoy protesta por la destrucción del medio ambiente.

La preocupación por el ambiente es recurrente en sus obras. También está en Los terranautas.

Allí me interesaba especular sobre si el aislamiento es una opción viable para los humanos. Los ocho que participaron en el experimento eran privilegiados porque “Ecosphere 2” costó miles de millones de dólares, así que no es una solución. Me pregunto cómo se habría desarrollado el experimento si hubiera durado los cien años que pretendía inicialmente. ¿Y si hubieran construido diez comunidades como esa? Cuando yo era niño no teníamos consciencia de lo limitado de nuestros recursos naturales, así que las cosas las usábamos y luego las tirábamos. Hemos avanzado bastante. Ahora los científicos desarrollan carne de res y de cerdo en laboratorios. Espero que la ciencia nos ayude a salir del desastre en el que estamos metidos, aunque temo que soy pesimista: por la misma ciencia hemos envenenado los océanos, la tierra y la atmósfera. Escribo de estas cuestiones porque me atormentan. Sin embargo, el arte es una manera de seducir y no trato de imponer mi visión del mundo al lector, porque si alguien me dijera qué hacer, haría lo opuesto.

Esa actitud se vincula con un tema fundamental de sus obras: el líder o gurú en quien un grupo deposita su confianza absoluta.

Sí, como Timothy Leary en Una libertad luminosa o el doctor Kinsey en The inner circle. La pregunta sobre qué significa seguir a un gurú es política y me preocupa. En Estados Unidos, hace poco, una revolución fascista casi derroca al gobierno. Crecí en el seno de una familia de clase trabajadora, pero vivíamos en Nueva York, donde era buena la educación en las escuelas públicas y te enseñaban a pensar por tu cuenta. Me intriga cómo tanta gente puede seguir a otro ciegamente. En mis novelas discuto qué sacrifican los seguidores del líder, venga este de una religión, del movimiento de contracultura o de un partido político.

¿Cómo detener la tendencia humana de seguir a un líder?

No podemos. La esperanza es formar líderes que quieran mejorar las cosas. A los políticos los motiva la lujuria del poder, muy pocos son servidores sociales. ¿Qué política tuvieron los republicanos en la presidencia de Donald Trump? Imponer un apartheid. Como no están de acuerdo con que la etnicidad y la cultura del país cambien, marginalizan a la mayoría. Los fanáticos se comportan con Trump como con un dictador: dejan de ser racionales y le dan cuerpo y alma. Puedes mostrarles los hechos, pero no les interesan si no están de acuerdo con lo que él dice.

¿Hay relación entre el apego a líderes carismáticos y la crisis ambiental?

El movimiento hacia el fascismo en los países de Europa, como también en el Medio Oriente y otras partes del mundo, se trata de pandillas que quieren controlar un país para imponer sus propósitos. Siempre ha sido así, de hecho, vivir en una democracia es un milagro. Con la sobrepoblación mundial y el cambio climático, la situación empeorará: las personas querrán los recursos naturales para su propia pandilla y matarán a los demás o los harán sus esclavos. Esto es una tendencia perturbadora, que no sé dónde terminará –lo más seguro que en el colapso de las sociedades–.

¿Cuál es el papel de la literatura ante este panorama?

Tristemente, este se ha reducido mucho con internet, aunque la literatura puede ser extremadamente persuasiva para aquellos que desean la sabiduría.

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Michelle Roche Rodríguez es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora de la novela Malasangre (Anagrama, 2020), del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com


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