Entrevista con Ana Blandiana: “Lo que yo escribía se percibía como subversivo porque se daban cuenta de que era verdadero”

La antología 'Un arcángel manchado de hollín' resume la obra poética de la legendaria autora rumana traducida a veinticinco lenguas.
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Un arcángel manchado de hollín es el título de la antología que hace la editorial Galaxia Gutenberg de tres libros de la rumana Ana Blandiana (Timișoara, 1942), activista contra la dictadura y poeta imprescindible de Europa oriental, quien después de medio siglo de andadura en el camino de las letras se ha convertido en una candidata frecuente al Premio Nobel de Literatura.

Antes de esta antología, otros libros suyos habían sido traducidos al castellano, pero el valor de Un arcángel manchado de hollín es que pretende mostrar los picos de su trayectoria lírica. En el catálogo de Pre-Textos se encuentran sus poemarios Mi patria A4 (2014), El sol del más allá & El reflujo de los sentidos (2016) y Octubre, noviembre, diciembre (2017) y en el de Periférica están sus dos libros de cuentos, en los cuales lo fantástico se entrecruza con lo absurdo de la represión comunista: Proyectos de pasado (2008) y Las cuatro estaciones (2011).

La antología traducida por Viorica Patea y Natalia Carbajosa contiene los libros Estrella predadora (1985), La arquitectura de las olas (1990) y El reloj sin horas (2016), además de los cuatro poemas publicados en la revista Anfiteatro que, en 1985, durante la dictadura de Nicolae Ceaușescu, le valieron la censura: “La cruzada de los niños”, “Yo creo”, “Delimitaciones” y “Todo”. El primero critica las políticas de natalidad que castigaban con cárcel la contracepción y el aborto. “Un pueblo entero/ Que aún no ha nacido,/ Pero condenado a nacer,/ Feto junto a feto (…)/ Pero que avanza a través de los cuerpos atormentados de las mujeres,/ A través de la sangre de las madres/ A las que nadie consulta”, escribe Blandiana. La pasividad de los rumanos ante los excesos del régimen son el tema del segundo y del tercer poema. Mientras, el cuarto hace un recuento de la ominosa cotidianidad de la dictadura. El año de 1985 no fue la primera vez ni sería la última que su obra se prohibiera en Rumanía.

Desde su debut literario, en 1959, cuando tenía 17 años, el gobierno la recibió con oposición. La acusaron de que no tenía un “origen social sano”, pues su padre, un sacerdote ortodoxo, era un preso político del estalinismo. Tuvo que esperar hasta 1964, cuando terminó la censura impuesta sobre sus escritos, para publicar La primera persona del plural. El poemario la ubicó en la generación de los “neomodernistas”, como Nichita Stănescu, Marin Sorescu e Ioan Alexandru.

Casi treinta años después, en 1988, cuando publicó El gato Arpagic, el gobierno no se contentó con retirar de todas las librerías y las bibliotecas ese libro para niños, en donde un felino mandón se adueña de una calle, haciendo y deshaciendo a su antojo, en una evidente parodia del régimen; se prohibió incluso pronunciar su nombre en los círculos culturales del país. Pero lo único que se logró con tantas prohibiciones fue asociar el nombre de Blandiana con la leyenda: cuando no podían encontrar sus libros, los rumanos copiaban a mano sus poemas y los distribuían de forma clandestina para eludir la censura.

En 1990, un año después de la caída del comunismo Blandiana volvió a ver una obra suya publicada, La arquitectura de las olas. En las tres décadas que han transcurrido desde entonces, su vocación literaria se ha consolidado como forma de resistencia moral. Y su compromiso ético con la realidad que la rodea no ha mermado.

¿La dictadura de Ceaușescu es el acontecimiento político que marca su literatura?

En aquella época, vivía en un mundo que estaba apunto de romperse, pero nunca se rompía. Era una aberración que nunca se terminaba y es eso lo que me ha marcado; es una marca política, pero también existencial. Por eso, mi poesía se transformó en un análisis de la aberración del mundo. Pero la situación se ha extendido más allá de la dictadura. El postcomunismo –los treinta años que han transcurrido desde 1989– no existe en sí, porque ha supuesto la continuación algunas formas del comunismo.

Por ejemplo: en tiempos de Ceaușescu, Rumanía fue cubierta por la red de una policía secreta, la Securitate. La policía ya no está, al menos con ese nombre, pero la red sigue, a veces, con los mismos personajes o con sus descendientes. La única diferencia es que ahora no se trata de una red de represión ni tiene una ideología: es una mafia. Solo la corrupción es su realidad suprema.

¿Qué influencia ha tenido esta situación en su poesía?

La poesía descubre un mal que no cesa y que está escondido como una semilla en el origen de las cosas. Esto ocurre en las condiciones en las cuales el mundo entero se está disgregando. Durante décadas los rumanos habíamos idealizado el mundo occidental y quisimos acceder a él en condiciones de libertad. Pero cuando llegamos, nos dimos cuenta de que este mundo también está amenazado; de que no tiene el color del sueño. Y he allí la causa del pesimismo de mi poesía.

En el prólogo a Un arcángel manchado de hollín, Viorica Patea señala que en el ciclo de poemas de la revista Anfiteatro y en sus libros Estrella predadora y La arquitectura de las olas usted se “formula la pregunta de cómo resistir al terror en la historia” ¿Cree que la palabra “resistir” sirve como definición de toda su obra?

En todas las lenguas la palabra “resistir” tiene doble significado: seguir en la vida u oponerse a algo. Como cualquier otra cosa que es esencial, la poesía es una forma de seguir vivo en este mundo falso, en donde la mentira es la única materia prima y donde todo lo auténtico adquiere connotaciones peligrosas. Las autoridades no prohibieron mi poesía porque fuera política, en raras ocasiones he escrito poesía con acento político, pero lo que yo escribía se percibía como subversivo porque se daban cuenta de que era verdadero.

También ha escrito prosa: El cajón de los aplausos (1992) es una novela y Falso tratado de manipulación (2013), un ensayo, pero ambos libros salen del mismo compromiso ético con las circunstancias políticas y sociales vividas por usted y que constituyen el núcleo de su poesía. ¿Cómo sabe cuándo expresar una idea en verso o en prosa?

Es una pregunta difícil de contestar porque, en realidad, la poesía y la prosa parten de lugares muy distintos. La poesía tiene una fuente sobrenatural, mientras que la prosa tiene como función expresar la realidad; aunque más tarde la poesía se infiltre en la prosa y la prosa llegue a ser fantástica. Sin embargo, cuando escribes poesía lo haces siempre con el sentimiento de que esta viene desde fuera de ti, como si alguien te la estuviera dictado. Muchos grandes poetas comparten conmigo este sentimiento. El verso tiene siempre un carácter mágico, ese es el signo de la gran poesía.

¿Se parece más la poesía a la música que a la literatura?

Sí. La poesía y la música comparten la misma naturaleza: ninguna se puede traducir. Cuando algunos críticos intentan analizar lo que un compositor ha querido expresar a través de su música, terminan haciendo una especie de literatura al margen. Si hiciéramos una escala de valores entre las artes, la música estaría en primer lugar, seguida por la poesía. Aquella solo puede ser sentida, no entendida y la poesía, aunque no se pueda reformular racionalmente, guarda las huellas de las ideas de una forma más patente que la música.

¿Y lo que está escribiendo en este momento, es verso o prosa?

Siempre escribo versos, pero la poesía no depende de mí. La prosa es otra cosa. Ahora escribo la segunda parte de Falso tratado de manipulación, un libro acerca de la realidad que he vivido en Rumanía. Es un libro de memorias donde recreo la imagen del país y la combino con algunos recuerdos de mis viajes, como cuando estuve en la Unión Soviética, en Francia y en Sudáfrica. Cada país es un capítulo y espero que den una imagen de mi mundo.

Por ejemplo, yo estaba en Francia en mayo de 1968. Había sido invitada como poeta, pero aún era estudiante. Así que participaba en un festival de poesía que tenía lugar en el Teatro de las Naciones de París. Durante mi recital observé que la gente en la sala lloraba; primero pensé que era en relación a mis poemas, hasta que yo también empecé a llorar. Eran los gases lacrimógenos que habían entrado a la sala. Ese día empezó la huelga general y tuve que quedarme en ese país dos semanas. Fue en ese tiempo cuando vi a los revolucionarios llevar retratos de Mao Zedong, Lenin y el Che Guevara, a quienes ellos idealizaban pero yo ya sabía que eran dictadores.

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Michelle Roche Rodríguez es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora de la novela Malasangre (Anagrama, 2020), del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com


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